Las Promesas Que Te Hice

VOLVER A BRILLAR

Todo estaba listo para el gran esperado estreno de la obra Romeo y Julieta, y el público había calmado el teatro de la ópera de París para que la primera función. Sí bien las obras de verano durante la semana artística resultaba siempre un gran éxito por sobre todo en los turistas. Aquel día superó todas las expectativas.

Tanta era la dicha de la maestra Saphine, qué la misma se vio colapsada por las ansias al ver tras bastidores qué ni un alma más podría caber dentro del teatro.

— Todo debe salir bien. Si tan solo una cosa fallara, sería para mí una catástrofe —dijo con la voz temblorosa y los pelos erizados—

— ¿Por qué debía salir mal cosa alguna, Saphine? —le cuestionó la productora y una de sus mejores colaboradoras— Hemos trabajado mucho por esta obra y tenemos alumnos excelentes. Debes calmarte y confiar en nuestro elenco.

Carmen Beltrán era el nombre de la colaboradora en dirección y la productora de la obra. En esos momentos la única persona capaz de calmar a la maestra Saphine.

Para ella nada podía salir mal Pues todo el elenco saldría a escena para hacer las cosas tal cual lo había ensayado.

— ¡Oh bello príncipe! ¿Te he dicho ya lo guapo que te ves vestido de Romeo?

— ¿Y yo te he dicho ya lo hermosa que te ves vestida de lo que fuere? ¡Mucho más hermosa aun desvestida!

— Calla amor que pueden oírnos —pidió la ruborizada princesa— ¿Mejor dime, estás nervioso?

— Mmm... No lo estoy porque al salir a escena solo tendré a mi amada en mis pensamientos. ¿Dime tú cómo te sientes? Es privilegiado este lugar de volver a brillar con tu luz por segunda ocasión. Tal cosa no tendría descripción alguna. Mil años podrían pasar y en el mundo seguirían contando las historias que la reina de París y del Ángel melodioso que alguna vez hizo el papel de la más hermosa Julieta qué ha pisado este plato en todos los siglos de existencia del Palais Garnier —exclamó el joven haciéndola girar sobre sí misma un par de veces bajo la atenta mirada de sus compañeros de elenco—

— ¡Jóvenes, llegó el momento de la acción! Todos a sus respectivas posiciones. ¡Siegfried y Odette! Guarden ese romanticismo para el momento de sus escenas juntos.

— ¡Nos vemos en el plató mi hermoso ángel!

— ¡Nos vemos allá amor mío!

ACTO I (Escena V) El baile de las mascaras

ROMEO: (Á su criado.) ¿Dime, qué dama es la que enriquece la mano de ese galán con tal tesoro?

CRIADO: No la conozco.

ROMEO: El brillo de su rostro afrenta al del sol. No merece la tierra tan soberano prodigio. Parece entre las otras como paloma entre grajos. Cuando el baile acabe, me acercaré a ella, y estrecharé su mano con la mia. No fue verdadero mi antiguo amor, que nunca belleza como ésta vieron mis ojos.

TEOBALDO: Por la voz parece Montesco. (Al criado.) Tráeme la espada. ¿Cómo se atreverá ese malvado a venir con máscara a perturbar nuestra fiesta? Juro por los huesos de mi linaje que sin cargo de conciencia le voy a quitar la vida.

CAPULETO: ¿Por qué tanta ira, sobrino mio?

TEOBALDO: Sin duda es un Montesco, enemigo jurado de mi casa, que ha venido aquí para burlarse de nuestra fiesta.

CAPULETO: ¿Es Romeo?

TEOBALDO: El infame Romeo.

CAPULETO: No más, sobrino. Es un perfecto caballero, y todo Verona se hace lenguas de su virtud, y aunque me dieras cuantas riquezas hay en la ciudad, nunca le ofendería en mi propia casa. Así lo pienso. Si en algo me estimas, ponle alegre semblante, que esa indignación y esa mirada torva no cuadran bien en una fiesta.

TEOBALDO: Cuadra, cuando se introduce en nuestra casa tan ruin huésped. ¡No lo consentiré!

CAPULETO: Sí lo consentirás. Te lo mando. Yo sólo tengo autoridad aquí. ¡Pues no faltaba más! ¡Favor divino! ¡Maltratar á mis huéspedes dentro de mi propia casa! ¡Armar quimera con ellos, sólo por echárselas de valiente!

TEOBALDO: Tío, esto es una afrenta para nuestro linaje.

CAPULETO: Lejos, lejos de aquí. Eres un rapaz incorregible. Cara te va a costar la desobediencia. ¡Ea, basta ya! Manos quedas... Traed luces... Yo te haré estar quedo. ¡Pues esto sólo faltaba! ¡A bailar, niñas!

TEOBALDO: Mis carnes se estremecen en la dura batalla de mi repentino furor y mi ira comprimida. Me voy, porque esta injuria que hoy paso, ha de traer amargas hieles.

ROMEO: (Cogiendo la mano de Julieta.) Si con mi mano he profanado tan divino altar, perdonadme. Mi boca borrará la mancha, cual peregrino ruboroso, con un beso.

JULIETA: El peregrino ha errado la senda aunque parece devoto. El palmero sólo ha de besar manos de santo.

ROMEO: ¿Y no tiene labios el santo lo mismo que el romero?

JULIETA: Los labios del peregrino son para rezar.

ROMEO: ¡Oh, qué santa! Truequen pues de oficio mis manos y mis labios. Rece el labio y concededme lo que pido.

JULIETA: El santo oye con serenidad las súplicas.

ROMEO: Pues oídme serena mientras mis labios rezan, y los vuestros me purifican. (La besa.) JULIETA: En mis labios queda la marca de vuestro pecado.



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En el texto hay: fantasia, angeles, promesas

Editado: 10.02.2022

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