— ¡Ángel, ángel!... ¡Un ángel y un perrito! ¡Ángel, ángel!
Se oyó una persistente vocecita qué provenía desde atrás, qué hizo que la princesa Odette no pudiera evitar voltear. Siena Meyer quién estaba en compañía de la joven volteó también y pudo observar a una niña acercándose a toda prisa.
La pequeña se aferró abrazando a Odette con fuerza y le preguntó.
— ¿Tú sí podrás llevarme hasta mi mamita?
— Ah... ah… ¿Acaso estás perdida, pequeña? Puedo ayudarte a buscar a tu madre. Yo estoy buscando a mi amado quien también se perdió de mí.
— Mi mamita no se perdió. Ella está en el cielo —contestó la niña, y tanto el corazón de Odette como el corazón de Siena dieron un vuelco repentino de tristeza— La extraño mucho. Tú eres un ángel. ¿Podrás llevarme junto a ella? —volvió a preguntar mientras acariciaba a Copito de nieve que muy ariscamente bajó de los brazos de su ama para encantar a la pequeña Sirah con su infinito cariño por los niños—
Sirah inmediatamente cargó al perrito entre sus brazos, derrochando risas.
— ¿Pequeña, estás con alguien aquí? —preguntó Siena—
— Estoy con mi abuela y con mi papito. Él también es un ángel.
Sirah, con su manita se cubrió la boca al instante pues recordó que aquello debía ser con su padre un secreto importante.
— Ah... ah… ¿Y dónde está él?
— Desapareció porque se puso muy triste. También voy a buscarlo ahora.
— ¿Un ángel que desaparece? —se preguntó a sí misma la princesa Odette mientras negaba con la cabeza— ¡Vaya coincidencia! —pensó esta vez, pero en voz elevada— Mi amado príncipe de alas blancas está desaparecido, pero esta niña busca a su padre. No puede tratarse de la misma persona. Tiene que ser otro ángel.
— ¿Qué dices, Odette?
— Nada…
La princesa, sin pestañeos observó a la pequeña hasta que finalmente de sus labios volvieron a emanar unas palabras. Palabras de mucha curiosidad que hubiese luego deseado no indagar.
— ¿Pequeña, cómo se llama tu padre?
La niña pensó y pensó, sin embargo, el nombre nunca recordó.
— ¿No sabes cómo se llama tu padre? —preguntó Siena Meyer, y la niña negó con la cabeza— ¿Y el nombre de tu abuela?
— Inés.
— ¡Oh, Sirah! Aquí estás cariño. ¿Por qué me haces una cosa, cómo está? ¿Acaso quieres matarme del susto?
— No quiero eso abuelita.
Inés Cluzet luego de encontrar a su nieta, la cargó entre sus brazos y entre reprimendas para la niña, su corazón volvió a latir en paz.
Mucho más alejada, antes de que la vieran, Esther Willemberg frenó sus pasos al percatarse de la presencia de Odette.
— ¡Dios mío! Odette se encontró con la pequeña Sirah. ¿Será que ya se encuentra al tanto de quién es ella? ¿Dónde se metió mi hijo? ¿Dónde?
— Disculpe usted señora. La pequeña dice estar buscando a su padre, sin embargo, ella no recuerda su nombre —habló Odette, y volteando a ver de inmediato al artífice de aquella dulce voz, la mujer observó a la joven— ¿Cómo no recuerda la niña el nombre de su padre?
Sin más ni menos, repentinamente Inés Cluzet se echó a llorar.
— ¿Señora, que le sucede? —pregunto la extrañada Siena Meyer— ¿Se siente mal?
— ¿Por qué llora, señora? —prosiguió Odette— Su nieta está sana y salva.
— ¡Mi hija!... Mi hija era igual…
La señora Inés Cluzet en esos instantes no hacía más que expresarse con amor y dulzura.
— Mi Rosaline era tan hermosa y delicada como tú. ¡Tierna como el fruto fresco de un cerezo! —rezó unos halagos acariciando las mejillas de la princesa Odette— ¡Perdón, yo…! ¡Vámonos mi amor!
— No quiero ir.
— ¿Cómo qué no? Nos vamos ahora.
Inés Cluzet tomó a Copito de nieve de los brazos de la niña y lo bajó al suelo, y jalándola de una mano intentó llevársela entre forcejeos.
— No quiero ir… quiero estar con mi papito —gritó la niña escapando de su abuela— El ángel me ayudará a encontrarlo.
La pequeña Sirah volvió a aferrarse a Odette.
— No te comportes de ese modo Sirah qué no es propio de ti. ¡Vámonos!
— ¡No quiero! ¡No quiero!
— Disculpe otra vez señora. Si me dice usted el nombre del padre de la pequeña, mi amiga Siena y yo podemos ayudar a buscarlo. Copito de nieve también.
— Buscarlo sería una pérdida de tiempo. Ese sinvergüenza no está perdido. En estos momentos ha de estar revolcándose de culpa en algún rincón de este lugar, y en verdad lo que menos me interesa es que mi nieta lo encuentre.
— Pero la niña insiste en encontrar a su padre. ¿Él está hospedado aquí? —habló Siena—
— ¡Por supuesto! Solo gente como él puede estar hospeda en un lugar tan costoso como este, menos la gente pobre como yo y mi nieta. ¡Vámonos ya Sirah!
— No quiero, abuelita… no quiero. ¡Ángel, ayudame!