Como un gran déjà vu todo parecía volver a repetirse tal cual la noche anterior, a diferencia de que en esta ocasión los cielos parecían a punto de desatar toda su furia. Pese a ello, el público no se dio impedido en asistir a la última función de Romeo y Julieta.
Todos deseaban ver al ángel melodioso de María Langegg y al joven príncipe de los vinos de Saint Èmilion pues la trágica historia de amor más allá de Romeo y Julieta pasó a convertirse en toda una historia de amor real y verdadero detrás de los escenarios, entre los jóvenes protagonistas.
Para ese momento ya toda París se había hecho eco de la relación entre Odette y Jan Siegfried que trascendió como cause de río desde los lejanos valles de Goarhausen.
Se abrieron los telones y ante una sala repleta de público se dio inicio al espectáculo.
ESCENA III (CEMENTERIO, PANTEÓN DE LA FAMILIA CAPULETO)
Romeo: La principal razón que aquí me trae, no es ver por última vez el rostro de mi amada, sino apoderarme del anillo nupcial que aún tiene en su dedo, y llevarlo siempre como prenda de amor.
El panteón yacía silencioso y vacío, y nadie volvería sino hasta la mañana siguiente. El cuerpo de apariencia inerte de Julieta reposaba dentro de un féretro plateado, cubierto con una capa de cristal qué con el próximo sol naciente sería cubierto con otra capa oscura para siempre. Rodeada de infinitas, fragantes y coloridas flores que lloraban la última noche de aquella reina, dejaban ver sus lamentos bajo las vigorosas luces de las velas que simbólicamente también anunciaban su última llamarada.
En el interior de aquel sepulcro fue interrumpida la vigilia de Los ángeles custodios de las almas, por el sigilo de unos pasos tristes y condenados a llegar hasta el final de la muerte.
El último andar de Romeo fue una terrible agonía. Los tramos más amargos de su existencia.
Ante el féretro maldijo con amargura la tragedia que arrebató a la más pura y noble criatura. Allí la observó desde el cristal que la aprisionaba y la dejaba ver descansando en la eternidad cuál la más hermosa de todas las doncellas.
En un mar de lágrimas se echó el desdichado Romeo sobre la capa de cristal suplicando que el destino lo arrastrase a esa misma eternidad junto a su Julieta.
Romeo: ¿De qué te han vestido mi hermosa doncella? ¿Quién eres ahora que los destellos de tu Aurora se han apagado dejando en las penumbras mi vida? ¿Mi bella durmiente? ¿Mi Julieta? ¿La reina de París que fue coronada y cubierta de ovaciones, y luego despojada de la vida y llamada al mundo de las redenciones?
— ¿Qué estás haciendo Juan? —susurró la maestra Saphine observando el guion que llevaba en sus manos—
El elenco al igual que el público también se vio desconcertado, sin embargo, este último no perdió la fascinación del acto.
Romeo abrió la capa de cristal del féretro.
Romeo: ¡Abominable seno de la muerte que has devorado la mejor prenda de la tierra! ¿Si te diera un beso ahora, despertarías mi bella durmiente? ¿O es que acaso nada más me queda que aceptar a la muerte y llegar hasta ti?
— ¿Bella durmiente? —se preguntó la maestra Carmen Beltrán observando a la maestra Koch—
Romeo: Sabes que lo haré. Iré hasta ti porque aquí mi vida ya no tiene sentido. Es verdad que rodeada de infinitas flores merecías estar, pero no bajo tu lecho de muerte. ¿Dios, por qué? ¿Por qué está aún tan hermosa? Desde tu balcón te dije un día que te cumpliría en esta vida o en otra todas las promesas que te hice. ¿Lo recuerdas?
El corazón de la maestra Saphine Koch comenzaba a exaltarse, pues aquellas palabras definitivamente no formaban parte del guion.
Julieta: ¡Oh, bello Romeo! No recuerdo tales promesas pese a que me las has mencionado, y tampoco recuerdo estas estrofas del guion —pensó Julieta oyéndolo con la tensión—
El público extrañado también con atención oía por Romeo lo exclamado.
Romeo: Te las prometí y te las cumplí todas. Te hice la reina más feliz de todo nuestro mundo y lo seremos eternamente si aguardas un poco más, mi ángel. Ahora dormiré contigo en esta sombría gruta de la noche. Llegaré hasta ti, te tomaré de una mano y nos iremos juntos de regreso a ese mundo donde nada es imposible. Volveremos a Las Nubes. A nuestro castillo dónde será nuestra eterna morada.
— ¿Qué significa todo esto? ¿De dónde sacó Juan esas líneas, Carmen?
— No tengo idea, maestra Saphine.
— ¿Qué haces juan, por Dios? ¿Qué haces?
Romeo: Por ser ahora Romeo Montesco aquí descansará mi cuerpo de la fatídica ley del destino. Recibe tú la última mirada de mis ojos. El último abrazo de mis brazos. El último beso de mis labios. Puertas de la vida que vienen a sellar mi eterno contrato con la muerte. Ven áspero y vencedor piloto; mi nave harta de combatir con las olas, quiere quebrantarse en los peñascos. Brindemos por mí dame. ¡Oh! ¡Cuán portentosos son los efectos de tu bálsamo alquimista verás! Así, con este beso muero y viviré para siempre en ti. (Romeo bebe del veneno y muere)
Julieta: Yo Aquí me quedaré. ¡Esposo mío! ¿Más, que veo? Una copa tiene en la mano. Con veneno ha apresurado su muerte. ¡Cruel! No me dejó ni una gota que beber, pero besaré esos labios que quizás contienen algún resabio del veneno. Él me matará y me salvará. (Julieta besa a Romeo). Siento aún el calor de sus labios.