Las Promesas Que Te Hice

GRIETAS DEL INFIERNO

El silencio se apoderó de la gran sala del teatro. La niebla densa y oscura parecía haberse ido, y todo el público lentamente iba levantándose de su escondite.

En lo alto del palco donde había quedado la pequeña Sirah, profundamente dormida, un ángel junto a ella debía seguir haciendo pequeñas grandes cosas para ganar su propia redención.

— Todo estará bien, pequeña —exclamó entre susurros Hada Neubauer cargándola entre sus brazos— Cuando despiertes en la mañana nada malo habrá sucedido. Lo que tanto deseas se cumplirá para ti. Podrás ver a tu mamita en tus sueños. Podrás abrazarla y llenarla de besos tanto como ella a ti —prosiguió acariciando su frente—

— Disculpe señora —irrumpió una voz en el palco—

Era un miembro del público quién con voz temerosa ofreció su ayuda para sacar a la niña del lugar y llevarla a un hospital.

— Le agradezco mucho, señor. La pequeña solo está dormida.

— Mi esposo y yo podemos llevarla a usted y a la niña de este lugar. —habló una mujer—

— Así es. Nos iremos de aquí ahora mismo.

— Les agradezco nuevamente. La niña está bien. La llevaré al camerino que ocupa mi hija. Váyanse ustedes de aquí de inmediato. ¿O es que prefieren seguir presenciando más espectáculos?

— ¿Más espectáculos?

— No nos quedaremos aquí un segundo más. ¡Vámonos de aquí mujer, rápido!

Aquel hombre jaló a su esposa de un brazo, y aún bastante atemorizados abandonaron raudamente el palco y la gran sala del teatro.

Hada Neubauer, sin embargo, con absoluta calma y suaves pasos se dirigió rumbo al camerino para dejar allí durmiendo a la pequeña Sirah, mientras que las maestras, todos los miembros del elenco y más aún el público se prestaba para abandonar también la gran sala sin saber que sus intenciones serían nuevamente avasalladas por otra fuerte ráfaga que arrasó con todo el lugar sin piedad.

Con violencia las puertas del teatro se abrieron de par en par y la multitud comenzó a gritar.

— Sabía que acabarías haciendo lo correcto —se dijo Hada Neubauer mientras caminaba por el pasillo que daba al camerino, con la pequeña Sirah entre sus brazos—

De nuevo en el plató toda la pesadilla comenzó. El demonio Rameel había sido lanzado por los aires. Cayó sobre el foso de la orquesta que para ese entonces yacía ya completamente vacío.

Akzeel quien se encontraba tendido y consumido por las penumbras de su dolor pegado a las bambalinas, al oír el grito del público y el estruendo en el foso de la orquesta, con dificultad se puso de pie para ver lo que sucedía.

— ¿Acaso no me esperabas Rameel? —oyó una voz que provenía desde algún lugar— Vine para acabar contigo así sea la última cosa que haga en esta tierra. Yo prefiero ir esta vez ir al infierno en lugar de permitir que le causes a mi hijo un dolor tan grande como el que me has causado alguna vez.

— ¿Padre? ¿Padre, eres tú? —preguntó Azkeel en voz elevada observando por todo su alrededor—

No se lo veía por ningún lado. No se veía más que la niebla que había vuelto a inundar toda la gran sala del teatro, hasta que la figura de un ser de similar aspecto tenebroso al del demonio Rameel, apenas se dejó ver por la luz de los ojos de fuego que le ardían en su rostro.

Aquel ser descendió al plató y Azkeel con los dificultosos movimientos que sus fuerzas le permitían intentó acercarse hasta él.

— ¿Padre?

— Ve con tu esposa y aléjate de aquí ahora.

— ¡Ohazia! —exclamó al notar que su amada no había ingresado detrás de su padre Rameel—

Volvió a observar su alrededor, pero absolutamente nada se podía ver.

— ¡Ohazia, mi amor!

— Sugerido...

— ¿Ohazia, donde estás?

El ángel melodioso yacía tendido en el suelo junto a las puertas de la gran sala del teatro, y guiada por su voz, Azkeel finalmente pudo llegar hasta el lugar.

— ¡Mi amor!

— Sigfrido, no quiero que dañen a mi padre. Yo no puedo traicionarlo —dijo Ohazia entre llantos— Debo hacer algo por él.

— Mi ángel tú no puedes hacer nada por tu padre. Nada más que lo correcto.

— ¿Y qué es lo correcto? ¿Tú que harás por el tuyo?

Azkeel volteó intentando ver a su padre, pero solo veía oscuridad al igual que un final incierto para su padre.

— No está en ninguno de nosotros dos salvarlos del juicio a sus almas si los tronos no nos lo permiten. Ahora únicamente le doy gracias a dios por permitirme tenerte de nuevo entre mis brazos.

Aun entre llantos, Ohazia abrazó a su esposo y posteriormente intentaron buscar el acceso a los palcos de arriba para poder llegar hasta la pequeña Sirah.

Pese a que Azkeel se hallaba malherido no detuvo su marcha y con ayuda de su ángel llegaron hasta el acceso qué buscaban.

Intentando recordar a cuál de todos había dejado el demonio Rameel a la niña, buscaron y buscaron más no pudieron hallarla.

— ¿A dónde está mi hija? Siraaaah...



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En el texto hay: fantasia, angeles, promesas

Editado: 10.02.2022

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