LE NARCISSE BLANC HÔTEL
En el ocaso de la noche donde los moribundos astros se despedían hasta el próximo sol poniente, expandiendo sus relucientes alas blancas un ángel custodio rezó sus breves palabras.
— Bendecido día es este en el que finalmente he cumplido con mi misión. Y a través de mí, mi ejército de ángeles custodios ha cumplido el suyo. Cuando abráis de vuelta los ojos Jan Siegfried y Odette al igual que todos sus seres queridos, ningún tiempo en sus vidas habrá transcurrido más que en el recuerdo del amor y la felicidad.
Al final de sus palabras, con una palmada de sus mágicas manos, el ángel custodio esparció por los aires un espeso polvo de estrellas. Posteriormente, con el mismo se desvaneció lentamente.
HÔTEL LA BOURDONNAIS PARIS
— Bendecido día es este en el que finalmente he cumplido con mi misión. Y a través de mí, mi ejército de ángeles custodios ha cumplido el suyo. Cuando abráis de vuelta los ojos, hijo querido, al igual que todas las personas que tanto amas, el tiempo no habrá transcurrido para nadie y no albergarán en sus recuerdos más que amor y felicidad en esta vida.
Al final de sus palabras con una palmada de sus mágicas manos, el ángel custodio esparció por los aires un espeso polvo de estrellas. Posteriormente, con el mismo se desvaneció lentamente.
Tardío sol naciente llegó para todos en París de todos sus residentes.
— ¿Las 11:03? ¿Qué horas son estás de despertar, Peter Willemberg? —se reprochó a sí mismo volteando la cabeza juntos cama— ¿Esther?
Extrañado, el hombre observó a su esposa quién yacía dormida. ¿Tú aún dormida a las 11 de la mañana, mi amor? ¿Qué significa esto? —prosiguió entre susurros levantándose raudamente de la cama—
Al hacerlo se vio completamente desnudo.
— ¿Qué demo…? No… no menciones esa palabra. No lo hagas.
— ¿Peter? ¡Mi amor, despertaste! —exclamó su esposa, y el hombre prontamente se cubrió con la sábana—
— Ha… lo mismo digo, Esther. ¿Desde cuándo tú y yo despertamos a estas horas? ¿Y qué hago desnudo? ¿Acaso tuvimos alguna velada romántica? ¿Nos hemos pasado de copas?
Al oírlo, Esther Willemberg no pudo evitar echarse unas risas.
— ¿De qué te ríes?
— ¡Mi amor! ¡Mi vida! —exclamó la mujer abrazando a su esposo con todas sus fuerzas—
— ¿Estás bien, cariño porque lloras?
— Lloro de felicidad, vida mía. De dicha infinita —contestó llenándolo de besos—
— Estás muy extraña Esther. Demasiado —dijo el hombre dirigiéndose a la ventana—
Allí con brusquedad abrió las cortinas y para su sorpresa ante sus ojos yacía una glamorosa y maravillosa torre Eiffel.
— ¿París? ¿Esther qué hacemos tú y yo en París?
— ¿De qué hablas, Peter? Fuiste tú el primero en venir a París. Luego yo te seguí. ¿Lo olvidaste?
— ¿Qué? ¡Dios mío! En verdad tuve que haberme pasado mucho de copas anoche —dijo sosteniéndose de la que parecía darle vueltas—
Al notar que su esposo nada recordaba, Esther Willemberg decidió no decir más nada.
— ¿Acaso vine por negocios Esther?
— Mmmhhh… así es, cariño. Fue lo que hiciste —contestó— ¡Dios mío, perdóname por esta pequeña mentira!
— Pero no recuerdo nada, Esther. ¿Acaso estaré enfermando de la cabeza? ¿Cuánto bebimos anoche? ¡Dime! ¿Por qué tú no estás desnuda y yo sí?
Su esposa volvió a reír.
— ¿Quién te entiende? Ríes, lloras y vuelves a reír. Mejor iré a darme un baño para ver si de ese modo mi mente logra refrescarse.
— ¡Ay esposo mío! Definitivamente, ya te encuentras mejorado —se dijo sonriente— Peter, pediré el desayuno mientras te bañas.
Durante el desayuno que había pedido la señora Willemberg en la habitación, alguien a la puerta llamó.
— ¡Señor padre! Veo que ya se encuentra mejorado!
— ¿Gustav? —preguntó levantándose con brusquedad—
— Él no recuerda nada, Gustav, y tuve que decir una pequeña mentira —susurró—
— ¿Tú qué haces aquí?
— Gustav vino contigo por cuestiones de negocios. —dijo Esther observado al hijo del señor Willemberg—
— Mmm… ¿Y puedo saber por qué me dijiste si ya me encuentro mejorado? ¿Qué sucedió conmigo?
Gustav Dreymon quién de viejas penitencias ya no podían emitir mentira alguna, se vio en esos momentos en aprietos.
— Es que lo vi un poco indispuesto anoche, señor padre, y fui yo quien lo trajo hasta aquí.
— ¿Indispuesto? —preguntó Peter Willemberg observando a su esposa—
— Sí cariño. Es que anoche te sentiste mal de repente y te desmayaste. Entonces fue tu hijo quién me ayudó a traerte hasta aquí.
— Mmm… ¿Y puedo saber a qué negocios hemos venido tú y yo aquí a París?
— Pues…
(Una llamada de Jan Siegfried irrumpió la inexistente repuesta de Gustav liberándolo de tener que decirle mentiras a su padre)