Le Château Des Nuages le dio la bienvenida a la musa de todas sus inspiraciones. Desde su rincón más diminuto hasta los bastos jardines. Desde el primer parral que dio sus frutos hasta las extensas plantaciones que a lo lejos, con la mirada puesta en el horizonte, se unían con el cielo.
Las escaleras con postes y capas ornamentadas se rindieron a los pies de su reina adorada, invitándola a explorar, del castillo toda su magia y belleza.
— ¡Un salón de baile con espejos! ¡Y un piano! —exclamó Odette—
Jan Siegfried siguiendo el sonido de la voz de su ángel, finalmente la alcanzó.
— ¿Aquí bailaremos cada noche?
— ¡Aquí tendremos eternos bailes de esos que tanto te gustan, mi amor! —le contestó besando sus labios— ¡Y mira! Cómo sé que gustas de la música clásica y has aprendido a ejecutar piano y violín, podrás deleitarnos cada día con las piezas que prefieras.
La joven se acercó al piano y acarició con sus dedos los teclados. Luego tomó el violín en sus manos.
— Cada pieza que toque te la dedicaré solo a ti, mi bello príncipe.
— ¿Y también cantarás para mí?
— ¡Siempre, amor mío! Cantaré incluso en tus sueños más dulces.
Desde atrás, Jan Siegfried la rodeó sus brazos a la cintura de Odette y posó sus manos sobre su vientre.
Odette colocó nuevamente el violín, cuidadosamente sobre el piano y volteó de frente hacia su amado. Rodeó sus brazos a su cuello y lo fundió de besos apasionados.
— Ahora bésame tú apasionadamente.
— Mmm… lo haré, pero en un lugar más propicio —dijo pegando su cuerpo al de él—
— ¿Qué lugar es ese, Sigfrido?
— Nuestra habitación. Eso por si luego de mis besos apasionados me entre ganas de hacerte el amor.
Sonriente y sonrojada como un tierno tomate, Odette se apartó y corrió hacia un vano escaparate.
— No huirás de mí… Odette…
La reina de Las Nubes abandonó el pequeño salón de baile y subió por las escaleras llegando hasta los pasillos que daban a las habitaciones. Su esposo la alcanzó y la tomó de una mano.
— ¿Mi amor, porque corres así por las escaleras? Es peligroso.
— Sabes que nada malo podría sucederme.
— Mmm… mejor vamos que voy a enseñarte nuestros aposentos. Te advierto que no son peculiarmente ostentosos como los aposentos de los reyes de Versalles, pero tienen todo lo que necesitaremos tú y yo
— ¿Cómo qué, amor mío?
— Como una cama para hacer el amor, dormir, despertar y volver a hacer el amor —le susurró al oído—
— ¡No me tomes por fácil infame Romeo! —exclamó siempre sonrojada—
— Te he tomado por esposa, jamás por fácil, mi escurridiza Julieta. ¡Ven!
— Jalándola de una mano la condujo finalmente a la que sería la habitación de ambos.
Jan Siegfried abrió la puerta y la joven fue la primera en ingresar. Maravillada quedó Odette parada en medio del lugar.
— ¡Oh, amor mío! ¡Nuestra habitación es hermosa!
— ¿Te gusta?
— ¡Mucho!
— ¡Mira! Nuestra cama sí se asemeja a la de los reyes. En realidad todo el castillo posee toques de la nobleza de época. Cuadros, cortinas, alfombras, y muchos retoques dorados.
Odette llevándose las mejillas a las manos giró sobre sí misma.
— Y aún no has visto el lugar más encantado de nuestro reino —prosiguió Jan Siegfried pidiéndole a su esposa que cerrara un momento los ojos—
Odette obedeció y él se dispuso a abrir las ventanas de par en par. La condujo hasta allí y le pidió que volviera a abrirlos.
Ante los ojos de Odette un mágico y extraordinario jardín se presentó.
Las palabras quedaron sobrando pues nada de lo que pudiera expresar la joven haría comprender sus incontables emociones.
— Es tu jardín mágico, mi amor. Y sé qué de todas Las Nubes, ese será tu lugar favorito.
El mágico jardín de Las Nubes era el sitio donde moraban las más hermosas, fragantes y coloridas flores que al verla desde la ventana le daban la bienvenida con la algarabía qué una suave brisa les ofrecía al igual el bosquecillo de álamos qué ungía en los costados del jardín cómo fortaleza inquebrantable. Y en el medio mismo, una fuente de agua con las figuras de 4 delfines que lanzaban chorros agua por la boca, y qué provenían de la conexión de un pequeño canal que conectaba al estanque artificial dónde cisnes y patitos iban y venían echándose a nadar.
— ¡Hay patitos y cisnes que van y vienen!
— Mmm… y si continúas observando con atención podrás ver al señor y a la señora conejo dando brincos por doquier.
— ¿Conejos?
— Y tortugas.
— Ah… ah… ¡Allá veo a una tortuga! —exclamó apuntando con el dedo—
— Desde aquí, mi ángel cada mañana las alegres aves cantarán para ti los buenos días con los primeros rayos del sol. Las mariposas adornarán tu pelo cuando te asomes a esta ventana, y por las noches las luciérnagas encenderán sus luces a tu alrededor solo para engalanarte aún más.