Las Promesas Que Te Hice

LAS PROMESAS QUE TE HICE

Los señores Willemberg al Amanecer habían llegado, y el señor Peter a la casona fue el primero en haber ingresado.

— Padre… ¡Padre, por fin! ¡Por fin! ¡Finalmente, te vuelvo a ver! —exclamó el joven abrazando a su padre con todas sus fuerzas—

— ¿Hijo, que sucede? Te expresas como si no me hubieses visto en mucho tiempo.

— Pues así fue, padre —le dijo palpando su rostro con sus manos y dándole un sincero y cálido beso en la frente—

— ¿Cómo que así fue? ¿No estuviste acaso en París con nosotros para la supuesta reunión de negocios? Qué dicho sea de paso, no recuerdo haberla pactado en ningún momento. Aún no me he comunicado con Daría en la oficina para preguntarle qué reunión fue esa que no me avisó.

Pese a que el señor Willemberg no dejó de hablar desde su llegada, en lo más profundo de su alma también deseaba abrazar muy fuerte a su hijo, y así lo hizo.

— ¿Tú estás bien, Jan Siegfried? Te veo bien… Diferente. Han de ser por esas greñas qué cargas, seguramente —dijo pasando sus dedos por la melena de su hijo—

— Estoy bien, padre. Y solo no he tenido tiempo aún de contarme el cabello, pero lo haré porque debo verme presentable para mi boda civil con mi hermoso ángel.

—Mmm… ¡Por supuesto! —exclamó Peter Willemberg sentándose sobre el sofá—

En esas observó de reojos a la pequeña Sirah.

— ¿Ella puede hablar? ¿Sonríe? ¿Tiene sentimientos?

— ¡Padre, favor!

— ¿Qué? Tú no tenías ninguna de esas tres cosas a su edad. ¿La niña quiere ir a la escuela? Tú nunca quisiste ir a la escuela.

— ¿No querías ir a la escuela, papito? Yo sí quiero ir.

— Ha… ¡Habla! ¡Ella habla! —dijo repentinamente poniéndose de pie—

— Ya basta, papá —le susurró— Claro que la niña habla, sonríe, y como oyes, sí quiere ir a la escuela. Mi hija es una niña muy dulce, alegre y feliz.

— Sinvergüenza es lo que eres. Un irresponsable, Jan Siegfried.

— Ufff…

— Por estos días no te haré más preguntas ni reproches. Me quedaré con los trozos que me ha explicado tu madre, pero más vale que tengas muy buenos argumentos para explicarme tú todo esto con lujo de detalles.

El joven, sin decir más nada solo sonrió mientras a su padre observaba. Pensó que si de ese modo no se comportara definitivamente no sería el mismo Peter Willemberg que él tanto amaba.

— Oh… en verdad te pareces mucho a mi hijo cuando era pequeño. ¡Eres muy bonita, Sirah! —exclamó el hombre besando las manitos de la niña—

— ¿Eres tú mi abuelo el ogro?

— ¿Qué dices?

— Mi papito dice que te conviertes en un ogro que lanza chispas por la nariz y por los oídos.

— Iré a saludar a mi madre.

— ¿Le dijiste a tu hija que soy un ogro? Jan Siegfried… Siegfried…

— ¿Eres un ogro de verdad?

— Yo no soy un ogro. No lo soy.

— Pero si estás molesto eres un ogro. Los ogros siempre están molestos.

Sin contestar, Peter Willemberg cargó a la pequeña Sirah entre sus brazos.

— Dios en verdad se apiadó de mi alma. Él ha sido muy bondadoso conmigo. Siempre quise un nieto. Ahora tengo tres y uno está en camino. Oye… —prosiguió— No estoy molesto, pequeña Sirah, y no me convierto en ningún ogro. Tu padre te dijo eso porque le encanta contar todo tipo de fantasías. ¿Quieres acompañarme a ver a tu abuela Esther? ¿Quieres?

Sonriente, la pequeña asentó con la cabeza, y ambos se dirigieron rumbo al recibidor para poder saludar a su abuela.

La esperada fiesta de la boda civil entre Jan Siegfried y Odette había llegado, y en el Valle de Las Nubes y El Amanecer todos estaban alborotados.

Ante los ojos de Dios los jóvenes ya habían consumado su unión, no obstante deseaban llevar a cabo junto a todos sus seres queridos una boda celebrada por todo lo alto en su mágico castillo.

El 28 de agosto había llegado y la cuenta regresiva de la ceremonia había empezado, sin embargo, vestida de novia yacía Odette en su habitación con una parte de su corazón, triste y estrujado.

Aquellos eran los días en los cuales su madre no había llegado. Hada Neubauer le prometió que allí estaría, pero pasaban las horas y no aparecía.

A pesar de todo intentó mantenerse fuerte pues aquel maravilloso día no merecía que por sus lágrimas les cayeran lluvias de mala suerte.

— ¿Cómo me veo?

— ¿De qué otra manera podrías verte, Odette? —le contestó su amiga Siena— En mi vida entera había visto jamás novia tan bella.

— Siena me has robado todas las palabras de la boca —dijo Esther Willemberg buscando las palabras adecuadas que para la hermosura de aquella criatura no fuera poca—

— Joya invaluable que Jan Siegfried jamás podría dimensionar y que tendrá como el mayor de sus tesoros en cada dormir y despertar —se oyó una voz en la puerta—

— ¡Madre! —exclamó Odette observándola a través del espejo—



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En el texto hay: fantasia, angeles, promesas

Editado: 10.02.2022

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