Las reglas del destino

• Capítulo 2: La gran jugada

―¡Hey, cuate! ―escuché una voz a mis espaldas.

Abrí los ojos y recuperé la noción del tiempo. Sentí un fuerte dolor en el pecho que desapareció conforme escuchaba la música volverse más y más fuerte. La luna empezaba a ponerse sobre nuestras cabezas. Un tic tac incesante me sacudió por dentro y escuché las teclas de una máquina golpearme las sienes. Desperté.

―¿Qué? ―exclamé confundido.

Hacía un calor infernal. Me arrepentía de haber elegido ese atuendo, lo único que había logrado era que las chicas me miraran como buitres hambrientos y que el culo se me estuviera cocinando. Me sentía fastidiado, acalorado y derrotado; pongan tantos adjetivos con connotación negativa como se les dé la gana, escríbanlo así, cual lo imaginen, me sentía así y mucho peor. Aquella noche no era para nada lo que había imaginado.

―¡La fiesta es un éxito, amigo! ―se veía alterado por el alcohol y tenía lápiz labial por todo el rostro―. ¿Qué rayos haces aquí? Deberías de estar con los cuates.

Volteé a ver la multitud que bailaba y cantaba a la distancia, me encontraba demasiado retirado del lugar para no oler la pestilente mezcla de alcohol y perfume barato. Había tanta gente que me molestaba saber que ninguna de esas chicas era digna de estar en la lista de conquistas. Me sentía asqueado. Tan solo dos vasos de cerveza habían alterado mis neuronas. Todas esas chicas se arrojaban a mí para que las eligiera. Quería vomitar.

―Sí, Jared… ―mencioné con los dientes apretados―. Me alegro por ti.

―¿Qué te pasa, viejo? ―señaló levantando los brazos y girando como un estúpido―. Parece que estás sufriendo.

Me recargué sobre la mano derecha para ponerme de pie y me sacudí las rodillas. Me encontraba a una distancia considerable de la casa de la mayor de los Skaders, tan cerca del lago como para sentir la brisa en el rostro. El molesto ruido de los grillos sonaba tan alto como la música de Aerosmith, me arrullaba tan duro que tenía la sensación de estar soñando. Me alboroté el cabello como muestra de enfado y me incorporé por completo.

―Dijiste que vendrían chicas lindas ―dije arrastrando las palabras―. Esas cosas parecen carroñeras.

―¿De qué hablas? ―soltó entre una carcajada―. Allí están Andrea, Allison, Melissa…

―¡Cómo carajos voy a conquistar a una si todas ellas están cazándome! ―levanté la voz, no me importó si medio mundo me escuchaba―. Ahora mismo podría estar cogiéndome a una libanesa, a una maldita francesa o podría estar en una jodida fiesta en Los Ángeles, ¿sabes a cuántas fiestas me invitaron este verano? ―me pregunté más a mí que a él―. Pero tuve que hacerte caso, ¿no?

―Pero si aquí hay buen material.

―La única mujer que vale la pena es tu novia y está de vacaciones en Montana ―refunfuñé sintiéndome como idiota, como un niño berrinchudo―. No sé por qué pensé que sería buena idea venir a este pueblo de mierda, todo apesta aquí.

―Deja de hacerte de víctima y ven para acá, te presentaré a…

―No necesito que me presentes a quien carajos se te ocurra.

Él no estaba en sus cinco sentidos y yo no tenía el humor suficiente para aguantar las idioteces que decía. Lo golpeé con un dedo y traté de insultarlo, pero de mis labios no salieron palabras. Di media vuelta y caminé cerca del lago. Lo escuché decir tontería y media hasta que su voz se perdió entre el ruido de la música, el aire y los grillos. Me detuve antes de llegar a un viejo muelle y me concentré en el reflejo de la luna sobre el lago mientras me insultaba la voz dentro de mi cabeza.

Había planeado esa fiesta por semanas, desde antes de llegar a Estados Unidos. Pensé en los barriles de cerveza, los bocadillos, incluso gasté en un Dj con tal de que la fiesta fuera un éxito. Supongo que di por hecho que Jared decía la verdad cuando hablaba del manjar femenino; debí pensar que si se acostaban con él no podrían parecerse en nada a cualquier supermodelo. Ustedes me disculparán, no me refiero a que esas chicas fueran poco atractivas, eran tan bellas como cualquier mujer, solo que estaban tan dispuestas a darme lo que yo quería que no eran dignas de ser la chica 19.

En los últimos dos años me había dedicado a ser otro. Me gustaba imitar un acento que no me pertenecía, adoptar costumbres ajenas y fingir tener interés por una u otra linda chica para que me hiciera compañía y me satisficiera tanto como yo quería. Me encantaban los retos. Me fascinaba domar a las mujeres más lindas y dominantes que encontraba; y después de un rato, luego de usarlas tanto como quisiera, volvía a esa casita blanca, donde no importaba quién rayos era.

Pensaba que esa noche encontraría a la chica 19, a esa que me acompañaría durante el verano, la que se iría esa noche conmigo a cualquier motel barato y me juraría amor eterno. Pero los barriles de cerveza empezaban a vaciarse tan rápido como mis expectativas morían. Estaba por irme a ese pequeño departamento que había rentado, pensaba en hacer las maletas y tomar el primer avión a cualquier parte del mundo que tuviera más acción que ese pueblo a medio morir. Y entonces sucedió.

Una fina figura se dibujó en el reflejo del lago. Pensé estar soñando. Crazy de Aerosmith sonaba de fondo y el aire le hacía coro. No despegué los ojos del lago en lo que duró aquella canción. Tuve la sensación de haber vivido eso antes, pero era imposible. Levanté la vista y miré a una linda jovencita que vestía una falda rosa y llevaba el cabello suelto. Desde esa distancia no podía verla bien, pero hubo algo que captó mi atención: se sentó en el muelle y puso los pies en el agua, y como si nada le importara, empezó a moverlos para salpicarse.




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