Las reglas del destino

• Capítulo 3: Sandy

Caminaba lento, disfrutaba cada paso que daba hacia ella. En mi mente comenzaba a desvestirla y a tocar su cuerpo, fue por eso que no me di cuenta de cuándo fue que empecé a sonreír como loco, como un niño. Seguía muy lento, quería que el encuentro fuera casual. La madera crujía bajo la suela de mis zapatos negros, pero cada paso sonaba diferente. Y, aun así, esa chica no se movía; permanecía allí como si esperara por mí, como si quisiera ser admirada.

"Hola, te vi desde lejos y quise acercarme a saludar", tenía la conversación más que ensayada; "me alegra, necesito compañía", diría ella. Todo estaba planeado, desde su primera mirada, la primera sonrisa y el primer beso. Mi nombre dejó de ser Jason Thompson.

Estaba a pocos metros de ella, pero seguía sin voltear a verme, era como si no le importara. La vi tan tranquila y tan desinteresada, que no pude decir una sola palabra. Su mirada flotaba sobre el reflejo de la luna y sus pies tocaban el agua, salpicándola. No pude dejar de verla. Me pregunté dos o tres veces por qué ella, por qué esa chica extrañamente común. Pero la respuesta era obvia: era hermosa.

Tenía una apariencia delicada y femenina, tan dulce como el color de su falda rosa. A mis ojos le encantaban ese espectáculo que tenían enfrente. Di un paso más hacia ella. Era muy delgada, pero tenía bonita silueta; quise comerme su cuerpo allí mismo con los ojos. Me paré justo a su lado y vi su rostro con mayor claridad; de verdad era hermosa. Respiré profundo para sacar de mi pecho las palabras que tenía ensayadas, pero me distraje mirando su indiferencia. No sabía qué rayos era lo que me pasaba. No sabía por qué no podía decir nada y por qué no podía dejar de verla. Solo quería verla. Quería ver sus ojos, unos ojos tan perfectos de color avellana.

—¿Te quedarás toda la noche sin decir una sola palabra? —dijo de la nada, ocasionándole una fuerte zarandeada a mi cabeza.

Perdí el control de mis pies y me agarré de uno de los maderos que rodeaban al muelle. Me sentí como un tonto, como un muchachito estúpido.

—¿Perdón? —mencioné al verme fuera de mis líneas.

—Lo siento, pero no es normal que un chico se acerque a una chica y no diga una sola palabra en, ¿cuánto fue? ¿Dos o tres minutos? —exclamó sonriendo, sin dejar de ver el lago. Enfatizaba sus palabras y hablaba lentamente; me trataba como si fuera un retrasado.

—Tienes razón —respondí, quise ver a dónde llevaba eso.

—Cosa extraña —encogió los hombros y siguió jugando con el agua.

La miré por encima de aquella capa protectora que parecía ponerse, mas no me importó que se hiciera la ruda. Entre más hablara de esa manera, más me hacía tenerle ganas. Esa chica sería mi chica y yo decidiría hasta cuándo dejaría de serlo.

—¿Quién eres tú? —preguntó curiosa y volteando a verme por primera vez.

Aprecié el instante, saboreé a grandes rasgos la fina y candente premonición de una noche de pasión sobre una cama en algún motel barato a las afueras del pueblo. La desvestí con los ojos. Pasé mis manos sobre su cuerpo y concebí el éxtasis al que llegaríamos una y otra vez esa noche y las que habrían de venir. Mas fue imposible seguir en la fantasía, pues su dulzura era tan grande que me limitaba a apreciar un beso bajo esa luna.

—Soy quien tú desees que sea —respondí muy seguro de lo que decía.

—Qué patético —mencionó frunciendo la nariz.

La miré fijamente sin entender cuál había sido el error. No entendía por qué era patético. Ella movía la cabeza, la sacudía lentamente en señal de negación. No podía creerlo. Volvió a darme la espalda y puso los pies en el agua para seguir jugando. Quizá había perdido mi oportunidad, pero no me importó haber fallado el primer intento, cambié el rumbo de la conversación.

—¿Por qué no estás en la fiesta?

—Te podría preguntar lo mismo, pero, sinceramente, no me interesa.

—Pues, aunque no te interese, tengo una razón para no estar allí —dije sabiendo lo que vendría a continuación.

—Siempre tenemos razones para todo —mencionó volteando nuevamente los papeles—, pero nunca para nosotros mismos.

"¿Qué?", pensé arqueando las cejas. No tenía idea de por qué, pero me sentía ofendido, ya que era la respuesta más tonta que había escuchado. Respiré profundamente antes de atreverme a mencionar algo, sabía que dijera lo que dijera ella trataría de hacerme ver como un tonto. Ella también estaba jugando.

—Te crees muy lista —dije tratando de jugar mejor que ella—. ¿Qué es lo que pretendes? ¿Estás jugando conmigo?

—Quizá sí, quizá no.

¿Qué significaba eso? ¿Estaba jugando conmigo o simplemente trataba de ahuyentarme con sus respuestas cortas y extrañas? Sin duda alguna, esta chica trataba de hacerme ver como un idiota. Pero era divertido, eso suponía un verdadero reto. La saboreé con más intensidad y sentí mis manos presionando sus pechos con cada palabra.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.