Las reglas del destino

Capítulo 5: Un intruso en un sueño

En aquellas últimas semanas descubrí que no tenía idea alguna de lo que era conocer a las personas, algo de eso cambió cuando me aprendí de memoria los nombres de unas cuantas personas en Detroit Lakes y ellos comenzaron a reconocerme en la calle como Dean. Sí, no eran muchas personas, la mayoría eran los nuevos amigos de Sandy: Andrea, Carly, Sean, su madrina Dina y las jóvenes Zoey y Kimmy. Eran rostros, caras que se volvían más y más familiares. Mi vida dejó de ser tan simple al verme envuelto en los problemas primermundistas de las chicas Keller y de los berrinches de Sandy. Comenzaba a sentir que me volvía parte de su mundo.

Jared pensaba que lo que hacía era un lento suicidio, pues él sabía lo que significaba verse envuelto en una relación amorosa. "Viejo, si tú supieras en lo que te metes, te juro por los cuernos de Scarlet que saldrías corriendo de Detroit y nunca volverías", decía casi con el corazón en la mano, "¿de qué hablas? Yo solo estoy en una de mis tantas paradas", le decía para calmar sus nervios, y no mentía, Sandra era solo una parada más.

Las semanas pasaron en aquel pequeño poblado de clima agradable y lluvias en puerta; ya podía olerse el primer diluvio que había tardado en llegar ese verano; se veía el cielo gris, nubes negras y las señoras que se anticipaban a meter la ropa del tendedero temiéndole al agua; nosotros disfrutábamos de los escasos rayos del sol. El viernes, 23 de julio, llegó a las calles de Detroit Lakes acompañado de una fuerte ventisca, podía ver una que otra prenda escaparse de los patios traseros, una bolsa volando en el aire y los sombreros correr de sus dueños. Ese viernes fue un día como cualquier otro en la vida de un desconocido de nombre Dean Rosen.

Estábamos en un parque que está cerca del Café tres chicos, nos acompañaba Andrea y Sean, hablábamos de una y mil tonterías, la mayoría de lo que mencionaban los chicos eran temas de conversación nuevos para mí: que si irían a la universidad, que, si Catherine compró un Beetle, Jared y Scarlet, Jared y Alexa, la nueva profesora hippie que impartiría la clase de Literatura en su escuela, Jared y Susette... Hablaban de cosas tan mundanas que había preferido entretenerme mirando a otro lado.

—Podemos invitar a Jake al "bola 8" la próxima semana —dijo Andrea con tono picarón, golpeándole las costillas a Sandy con el codo.

—No las dejarán entrar a ese lugar —dijo Sean—. Solo a él lo dejan entrar porque su papá es amigo del dueño.

—Cierra la boca, Sean —dijo Andrea mientras le arrojaba un puño de papitas.

—No lo sé, no me gusta mucho el billar.

No sabía de qué estaban hablando, ni quién era Jake o qué era el "bola 8", pero me vi interesado en escuchar más, le di un sorbo al refresco que tenía en la mano y presté atención a las lindas chicas que me acompañaba.

—¿Quién es Jake? —pregunté.

Andrea se acomodó más cerca de Sandy; me sentí incómodo, ellas dos cuchicheaban y yo trataba de entenderlas. Sean se echó a reír de una manera poco normal y me tiró un pequeño golpe al brazo, después me hizo una señal de que no les hiciera mucho caso con la mano.

—Jake es el nuevo enamorado de Sandy —respondió Andrea levantando la voz, casi con enfado en las palabras, parecía celosa—. De verdad, aún no sé cómo es que le gustaste tú, pero qué hacerle, es Jake...

No escuché lo que siguió diciendo porque me pareció ridículo y sin sentido, únicamente me concentré en las mejillas rojas de la chica 19, que aparecieron en cuando Andrea mencionó quién era Jake. Ni siquiera les importaba que yo estuviera ahí, y ¿por qué debía de importarles? En esos días con ella solamente me había presentado como su amigo fiel; me sentía como el amigo gay de la chica bonita, de la misma forma en la que Sean era el de Andrea.

Pasaba que la veía casi todos los días durante una o dos horas, la acompañaba a su casa y nos despedíamos con un beso en la mejilla; hablábamos de nosotros, pero no de un "nosotros". No recordaba haberle dado un abrazo. Me estaba viendo lento si ese Jake le ponía las mejillas rojas.

Después de aquella noche en la que Dean me llevó a cenar, la marea se calmó un poco, la corriente de aquel río turbulento tomó la figura de un charco a medio secarse. Me gustaba que estuviera a mi lado, que hablara conmigo y que me escuchara; me hacía sonreír. La mayoría del tiempo era yo la que hablaba, pero me encantaba cuando él me contaba alguna anécdota sobre alguno de sus viajes. Me contó que era amigo de Jared, que conocía casi todos los continentes, a excepción de Oceanía, y que vivió en Paris por seis meses; no entendía cómo es que había vivido tanto a tan corta edad, no lograba entender a qué hora estudiaba o de dónde sacaba tanto dinero para recorrer el mundo, pero me importaba poco cuando hablaba. Pero las aguas se habían calmado, de una u otra forma lo veía menos interesado en mí y no sabía si era bueno o malo.




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