Las reglas del destino

Capítulo 10: La vida real

El fin de semana pasó y yo esperé. Las horas de aquellos días se volvieron densas y frías como la misma lluvia de aquel octubre. Dejé que las manecillas del reloj desfilaran unas tras las otras, que danzaran con mis ojos y se volvieran parte del incesante ruido que habitaba en mi cabeza. Yo esperé. Miré por la ventana tantas veces que juro que casi pierdo el juicio en ello. Dina me miró allí, sentada sola, esperando por él. Lo miré en tantos rostros, lo miré en la silueta de tantas sombras, pero ninguna de ellas era él. Dean desapareció igual que mis fuerzas. Su rostro, su voz y su mirada se fueron aquel día y se llevaron con él lo único vivo que quedaba de mí.

Esperé en casa a que volviera por mí, esperé tanto su visita que quizás realmente no me di cuenta de que había sucedido. Estuve tantas horas esperando a que él se dignara a llamarme para decirme que todo estaba bien, que aquello pronto comenzó a ser un martirio. Lo busqué en su casa, pero él no estaba allí, y en su lugar había un enorme letrero de renta. Jamás había llorado tanto hasta ese momento, jamás, después de todo lo que había vivido, nada dolió con la misma intensidad. Al salir de la escuela me dirigía hacia el mismo lugar de encuentro y esperaba a verlo aparecer; me quedaba parada allí durante minutos buscando su auto, después caminaba a casa aun buscándolo.

Pasó justo como pensé: en el preciso momento en el que abandoné ese lugar ella dejó de importarme, en cuanto dejé de tocar tierras americanas volví a ser Jason Thompson. Volví a casa cuando el fin de semana terminó, regresé a ese hogar que tanto me había extrañado. Las sábanas caras y la cama enorme me dieron el mejor de los recibimientos: se ajustaron a mi cuerpo para hacerme sentir nuevamente yo. Mi madre no estuvo aquellos primeros días de la semana, por lo que reiné dentro de aquellas paredes. Me dediqué a dormir y comer como un rey, fui Jason de pies a cabeza, desde la punta de mis dedos hasta donde terminaba el eco de mi hilarante voz.

El primer día que estuve allí salí a un bar, me senté en la barra y pedí un whisky, como siempre; había chicas lindas por todas partes, como siempre, lo único que tenía que hacer era elegir a la que yo quisiera y hacerles llegar alguna bebida. Y así pasó, como siempre, me acerqué a una linda rubia, le dije que ordenara lo que ella quisiera, unos minutos después nos estábamos besando y una hora después estábamos en mi habitación teniendo sexo. Lo mismo pasó el día que siguió y el que le siguió. Volví a ser yo. Las mañanas eran de oficina y las tardes de fiesta. Aquellos días eran como los de antes: un festín de bocadillos en un bufete sin hora de cierre. La gente de ese lugar no me pedía aclaraciones de nada, no deseaban saber cómo estaba yo, mucho menos les interesaba saber si a mí me interesaban ellos, esa gente solo quería su espacio, de la misma manera en la que yo deseaba que me dejaran en paz.

La mañana del jueves, 14 de octubre, volvió mi madre. Bajé a la cocina en espera de mi desayuno, me dirigía hacia el comedor cuando miré su resplandeciente cabellera pelirroja darme la bienvenida. Puse los ojos en blanco apenas pude verla, pero no podía ignorarla por siempre, y era demasiado tarde para dar media vuelta.

—Buen día, madre. —dije al besar su mejilla.

—Jason, cariño, veo que es verdad lo que todos mencionan —respondió sin dejar de verme de pies a cabeza, juzgando cada uno de mis movimientos —: por fin has vuelto.

—¿A caso creíste que no volvería? ¿Crees que sería capaz de dejarte sola en este bendito lugar? No soy tan cruel, madre.

Refunfuñó para sí misma y se dedicó a terminar una última página del libro que tenía en sus manos. Me miró de cierta forma, como tratando de encontrar algo en mí, algo que al no hallar la hizo hablar.

—Veo que sigues siendo el mismo de siempre, pensé que algo en este viaje te regresaría como un hombre nuevo, cariño. Hablé con Jared hace algunos días y él me contó que estabas muy entusiasmado con una chica. —dijo enfatizando en esa última palabra.

"Con que eso era, ¿no?" pensé. Jared había sido el espía infiltrado de mi madre todo este tiempo. Recordé las veces en las que sus llamadas me habían acosado, después repasé los momentos en los que estuvo presente ese cabeza hueca. Todo tenía sentido, era bastante obvio como para no haberlo notado antes.

—Por favor, sabes que esas cosas nunca son nada serio, son solo por entretenimiento.

—Cariño, ¿por qué te entretiene hacer en otra parte lo que siempre haces aquí? Sé que eres joven y necesitas satisfacer tus necesidades más primitivas, pero el cliché de la chica americana es solo eso: un cliché —señaló, mencionaba aquello de la misma manera en la que hablaba de trabajo —. Ciertamente no pensé que fueras uno de esos chicos que se sienten satisfechos tras encontrar un romance tan... —paró por un momento y soltó un risa burlona—. Tan burdo... Jason, si quieres tener ese tipo de aventuras, tenlas aquí, no es necesario que te vayas durante tanto tiempo.




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