Las reglas del destino

Capítulo 12: Rompiendo las reglas

Desperté, pero no abrí los ojos. Quise, por lo menos por un instante, no estar en ningún lugar. Deseé desaparecer de la faz de la tierra y dejar a solo un puñado de recuerdos hechos de polvo y arena. Aquellos días habían pasado de la manera más lenta que la vida lo había permitido. ¿Por qué será que el dolor hace que el tiempo dure tanto? ¿Por qué los segundos se detienen a observar nuestro sufrimiento? Dolía. Dolía cada parte de mi cuerpo. Se sentía igual que caer una y otra vez en un precipicio sin fin. Vértigo. Asfixia. Desesperación. Dolor. Sentía escalofríos en el estómago, una sensación de frío, de cansancio. Sentía eso... eso que no te permite despertar, eso que te hace querer dormir para evitar la realidad. Dolía. Igual que mil puñaladas. Como gritar sin ser escuchada.

—Quítate de la ventana, niña, sabes que no vendrá hoy tampoco.

Ignoré por completo sus palabras y seguí viendo por la ventana, esperando quizás a que la idea de que él volvería regresara a mí y me diera un poco de fe. Solo vi hojas desquebrajarse en el suelo, miré el eco de un vacío volver una y otra vez.

—Toma tus pastillas, Anabel, te miras mal.

—Déjame sola, por favor, Dina.

—Hablaré con la señora Keller, no puedes ir así a trabajar. —mencionó acercándose a mí.

—Da igual. Renuncié ayer.

—Sandy.

—¿Qué? —pregunté con cierta arrogancia.

—No está bien que hagas esto, cariño —dijo sentándose a mi lado —. Ese muchacho no habría querido verte así.

—¿Tú qué sabes? Tú ni siquiera lo conocías. Yo ni siquiera lo conocía, Dina. ¿Sabes cómo me siento?

—Cariño...

—No lo sabes. Me siento terrible... —dije antes de levantarme —Estuve maldiciéndolo por haberme dejado aquí y al mismo tiempo rogando por que volviera... ¡Tú no sabes cómo se siente eso!

—Sandra, trata de tranquilizarte...

Tomé aire y traté de calmarme, pero realmente no quería hacerlo. Me sentía horrible por saber que Dean había muerto y en ese transcurso yo había estado pidiendo que él sufriera por haberme dejado allí.

—Se fue porque su padre enfermó, Dina. Dean tuvo un accidente en el camino y murió —las palabras salían de mis labios con tanto dolor que quería callar, pero necesitaba hacerme a la idea de que se había ido —. Dean no quería abandonarme...

—Lo sé, cariño —mencionó antes de abrazarme —, lo sé.

La clase del profesor Santorini pasaba frente a nuestros ojos y los presentes parecíamos no estar allí. El profesor nos apuntaba con su varita y rápidamente desviábamos la mirada acusando al más cercano para evadir sus preguntas. Jake me lanzaba pequeñas notas. Andrea se pintaba las uñas del otro lado del salón. Alguien cuchicheaba algo sobre alguien a mis espaldas. Había un enorme eco en aquel silencio. Tomé mi mochila y salí del salón no pudiendo soportar un minuto más.

—Señorita Tinley, la clase no ha terminado. —dijo el profesor Santorini caminando tras de mí.

—Para mí sí. —respondí sin mirar atrás.

Caminé hacia los baños tan rápido como pude para evitar a cualquier persona y para no encontrarme con Dina. En casa no tenía oportunidad de hacer nada porque siempre estaba ella allí, no podía hablar por teléfono con mis tíos ni podía llorar sin ser interrumpida. Abrí la puerta del baño queriendo poder sacar todo eso que me estaba quemando las entrañas, pero no pude; llorar y gritar parecía imposible estando allí. Me miré al espejo y vi unas enormes ojeras recorrerme los ojos, conté aquellas constelaciones creándose en mi rostro, enormes venas en mi frente. Tragué saliva.

—Vamos, vamos... —me dije a mi misma.

Me quedé parada allí sin saber qué hacer, mirándome destruida. Me pregunté cuánto duraría eso, cuánto tiempo dolería. Quizás había dolido desde el principio. Sabía que aquello no duraría por siempre, sin embargo, jamás pensé que terminaría de esa manera. Traté de pensar de forma positiva, pero no había forma de hacerlo... a menos que... todo acabaría pronto, lo sabía.

—Vamos, Sandy... —dije intentando llorar —. No hay mucho tiempo. Hazlo, por favor.

La idea de terminar todo de una vez sonaba muy interesante, pero ¿cómo? ¿Qué podía hacer? Miré la mochila junto a mí y sin pensarlo metí la mano a la bolsa buscando entre mis cosas; me desesperó encontrarme con todo eso, con esos pensamientos mezclándose con mis pertenencias. La idea de Dean se mezcló junto con las plumas de colores, el miedo que sentía se hizo uno solo con el walkman e hizo bailar mi mano dentro de la bolsa hasta encontrar el frasco de pastillas.

Miré aquel pequeño frasco y aprecié todo lo que había hecho por mí en aquellos últimos años, me pregunté qué pasaría si aquellas pastillas accidentalmente cayeran por el drenaje. "Regla número 8" pensé "nunca te rindas". Sin pensarlo siquiera, abrí el frasco y miré desfilar una por una las pequeñas pastillas hacia el lavabo.




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