Las reglas del destino

Capítulo 13: Los muertos caminan

La gente hablaba alrededor, pero sus voces eran más bien como zumbidos, como abejas moviéndose, rodeándome, que sentí que me desmayaría. A lo lejos alguien lloraba, más allá alguien pedía ayuda. Lo escuchaba todo, desde los zapatos de las enfermeras por el pasillo, hasta el ruido de una puerta que se abría constantemente a lo lejos; alguien chasqueaba los dedos, alguien más se sonaba la nariz, alguien pronunciaba mi nombre...

—Sandra...

—Sí... —respondí regresando a la realidad.

—Niña, la doctora te hizo una pregunta —mencionó Dina.

Levanté los ojos hacia esa mujer de mirada acusadora y me detuve a observar los lunares que recorrían su mejilla. Había estado ignorándolas durante tanto tiempo que prefería fingir demencia a volver a escuchar todo de nuevo.

—Necesitas ayuda, Sandra, ¿te das cuenta de la gravedad del asunto? Quizás sería buena idea que empezaras a venir dos veces por semana a ver al psicólogo.

El olor a desinfectante me golpeó de repente el rostro y me hizo despertar. Estaba harta de pasar tiempo en el hospital. Odiaba la sola idea de oler una vez más ese aroma tan desagradable, ese aroma a enfermedad.

—No es necesario, ya se lo dije a Dina: estaba en la escuela, salí de clase porque comencé a sentirme mal y fui al baño a tomar mis pastillas, pero estando allí sentí un mareo muy fuerte que hizo que se cayeran de mi mano.

—¿Es eso cierto, Sandra? —preguntó la mujer mientras anotaba algo en su libreta.

—Sé que puede sonar muy extraño, sé que piensan que quiero morir porque creen que estoy deprimida porque Dean murió, pero... ¿Por qué ahora? ¿Por qué no cuando papá se suicidó o cuando murió la abuela Clarisse?

Las dos mujeres llegaron al acuerdo de que estaría en observación durante un mes, si pasaba esa prueba podría evitar el psicólogo; sin embargo, también tenía que empezar a salir con mis amigos nuevamente, ya que necesitaba "despejar mi mente". Sin duda alguna, tirar las pastillas fue uno de los peores errores que pude cometer, ya que, sin mencionar los malestares y el desgaste físico, lo peor que pudo haberme pasado fue la atención que poco necesitaba.

—Habrá una fiesta en casa de Alexa el sábado por la noche y Dina me pidió que te llevara o le diría a mi madre que me vio salir con Hermes. —mencionó Andrea mientras ponía su charola de comida sobre la mesa.

—¿Y eso es verdad? —pregunté antes de echarme un pedazo de pan a la boca.

—Ojalá fuera cierto ¿has visto cómo se ha puesto? Esos músculos no los tenía hace un año.

El comedor estaba lleno, más que en los últimos días. Las clases habían concluido para algunos por la llegada de las futuras vacaciones decembrinas. Veía a Jake a lo lejos tontear con sus amigos, aventarse restos de puré de patatas y el balón de futbol sobre las mesas. También veía al odioso hijo de la directora sentado solo en la última mesa del lugar, mirando un comic o historieta y tratando de evadir la atención de los que se tiraban el balón.

—¡Ey, Andrea! —gritó Dany Torres desde la mesa contigua —Irás, ¿no? Ya le dije a Chris que te guardara un trozo de su persona y me dijo que justo sabe cuál te dejará.

—¡Qué sucia eres, Dany! —respondió casi gritando mi bella acompañante —Ojalá no sean solo palabras... —dijo después en voz baja.

—Ni uno se te escapa, ¿no? —dije para mí misma, pero aquellas palabras resbalaron hasta sus oídos.

—Cierra la boca, Sandra —dijo sonriendo —. Escuché a Jake decir que irá y que su única razón eres tú, así que no hables o puedes morder tu "virginal" lengua. —hizo una extraña señal de comillas con las manos y después cruzó los brazos.

"Por favor", pensé. El que Jake fuera no se debía a mi presencia, él nunca se perdía uno de esos eventos. Quizá la razón por la que podía asegurar tal cosa era solo por el hecho de que yo las escucharía en algún momento. Jake solía tener todo planeado, desde planear conversaciones para que otros las oyeran y las llevaran a los oídos adecuados, hasta planear una fiesta ajena para acercarse a la persona adecuada.

Y así fue. La primera persona a la que vi al llegar fue a ese lindo chico de ojos verdes, su alegre sonrisa brilló al verme, tenía los ojos resplandecientes y parecía que poco a poco aquellos dientes se volvían más y más grandes. La música de esa noche sonaba como si estuviéramos dentro de una enorme bocina. Los rostros volaban alrededor, veía tantos cuerpos moverse junto a mí, que lentamente me sentí sumergida dentro de una alberca llena de cuerpos. Pronto sentí la mano de Jake apoderarse de mi delgado brazo, sentí un leve jalón llevándome hacia él.

—Bella... —escuché su voz escapar de entre la música.

Volteé a ver a Andrea, que lentamente desaparecía entre la multitud y se acercaba a Chris, a Leonard o algún chico con algún rostro similar. Había una canción de fondo que amenazaba con romperme los tímpanos, pero que se untaba como mantequilla para obligarme a estar allí, como Dina y Andrea lo hicieron. La sudorosa mano de Jake me sujetaba el brazo mientras que él decía algo que yo no lograba escuchar, pero asentía como si lo hiciera. Miré en la comisura de los labios de Jake un poco de lápiz labial que posiblemente no había podido llegar a sus labios.




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