Las reglas del destino

Capítulo 15: Los soñadores

Abrí los ojos esa mañana y lo primero que pude ver fue el torso desnudo de Dean, el cobertor lo había abandonado en algún punto de la noche. Mi desnudez bajo las gruesas mantas me pareció incómoda; sentí la necesidad de estirar el brazo para tomar mi sostén, pero lo miré levantarse de la cama y caminar hasta el baño. Las prendas se movieron unos metros con cada paso que el dio con sus pies descalzos; pude ver cómo se alejaba mi vestido y su pantalón. Me cubrí el rostro con las mantas tratando de ocultar la vergüenza que me regalaba esa desnuda mañana.

—Buenos días, Sandy. —lo escuché decir unos minutos después, mientras se acomodaba a mi lado.

Se escabulló bajo las cobijas y me tocó con sus frías manos; sus congelados pies tocaron los míos hasta calentarse. Sentí un par de besos en el cuerpo y sus manos sobre mi dorso. Tuve al tacto su piel que poco a poco se hacía a la mía sin pedir permiso.

—Despierta, Anabel —decía entre beso y beso.

—¿No es muy temprano para esto? —pregunté mientras sentía que se acomodaba sobre mi cuerpo.

—Jamás es demasiado temprano para esto... —mencionó —para esto y para comer.

Se acomodó entre mis piernas mientras me besaba una y otra vez desde la frente hasta el ombligo. El sol empezaba su marcha y las manecillas del reloj amenizaban el inicio de las vacaciones. Pasamos tantas horas como pudimos dando vueltas sobre la cama, hasta que el sol volvió a ponerse, solo siendo los dos en nuestro pequeño e interminable infinito que solo existía por comida chatarra y preservativos.

Así, las mañanas de aquel invierno sin Dina supieron a sábanas frescas, tazas de café y chocolate caliente; las tardes sabían a neumáticos sobre la carretera, comida chatarra y películas sobre el sofá, siempre una tras otra. Y las noches, esas no nos sabían a nada... El sabor de las noches se escondía tras los desvelos y el sudor que nunca le faltaba a nuestros cuerpos. Ese invierno, ese diciembre, esa pequeña parte de mi vida fue como una pausa entre todo lo que había vivido antes, fue tratar de ser otra dentro de mi propia carne.

Pasé tantos días y tantas noches contemplando su piel desnuda, que pude darme cuenta de que en su figura se reflejaba su condición. Desde la última vez que la había tenido, Sandy había perdido mucho peso, sus piernas eran tan delgadas que podía cubrirlas con mis brazos y esconderlas entre mis manos. Su piel era tan traslúcida que veía la sangre correr por sus venas. Ella era tan delicada que tenía miedo de tomarla, pero no podía evitar hacerlo.

Peleábamos, sí, casi siempre; éramos un caos, un bendito tormento. Gritábamos tanto que agradecíamos no estar en un lugar público cuando una de esas rachas de odio llegaba a nosotros. Nuestras discusiones iban y venían sin razón alguna, y realmente no tenían sentido. Creo que existe la posibilidad de que esas extrañas discusiones fueran resultado de todo aquello que no podíamos demostrar con caricias; eran, también, la mejor excusa para caer sobre las sábanas blancas y despojarla de su ropa. La quería tanto y ella a veces parecía que no podía cerrar la boca por lo menos un momento. La quería tanto...

El Café tres chicos estaba lleno, quienes antes no probaban el café caliente ahora eran sus fans número uno. Nadie cantaba, nadie leía; todos se apresuraban a pedir sus bebidas calientes. El frío de ese invierno calaba en nuestros huesos; no recuerdo días más helados que aquellos que pasé ese año en Detroit Lakes.

—15 días no duran para siempre, Dean.

Acomodó su cabeza sobre mi hombro y cruzó los brazos para cubrirse con ellos y darse un poco de calor. El día era tan frío que no me atrevía a acercar mis manos a ella porque estaban increíblemente heladas.

—Lo sé —dije contando los ocho días que nos quedaban —, pero podemos alargarlos un poco.

Veía a Jake mirar a Sandy a lo lejos, clavaba sus bonitos ojos de Backstreet boy en ella y después le comentaba algo a uno de sus gorilas. Realmente Sandra no se daba cuenta de lo que pasaba a sus espaldas, porque ella y Andrea no paraban de hablar sobre alguna tontería de niñas. El chocolate caliente se enfriaba poco a poco en mis manos, pero en mi garganta sabía tan caliente por ver cómo el niño bonito de Jake parecía burlarse de ella, pero más se calentaba al saber que necesitaba de él.

Me levanté de la silla y me aproximé a ellos con una sonrisa amistosa, sabía que Sandra se molestaría si llegaba a él aventando golpes y rompiendo tazas; tomé una de las sillas que estaban libres en su mesa y me senté frente a él. Jake era tan bonito como Sandy, debo admitirlo, pero su ego era aún más grande que eso. Me miró muy serio y frunció los labios cuando tomé una de las galletas que comían. No dejé de sonreír en ningún momento y ellos no dejaron de verme de poca gracia en sus rostros.

—Tengo algo que decirte —dije antes de darle un mordisco a otra de sus galletas —, pero tiene que ser afuera.

—No me digas —mencionó dándole un codazo al tipo de su derecha y riendo como tonto.




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