Tenía apenas un año cuando Dustin nació. Mentiría si digo que aquella noticia llenó de júbilo nuestros hogares, porque no lo recuerdo; solo sé que, en el otoño del año 1979, Dustin se unió a la familia, y desde ese momento empezó una extraña rivalidad entre ambos.
Mi mala actitud y mi poco interés por los estudios me llevaron a compartir con Dustin los estudios de primaria y secundaria. Aquellos años fueron la pesadilla que el pequeño Thompson enfrentó: viví al margen del niño bueno. Cuando Dustin venía, yo apenas iba arrastrándome en el fango. Él tocaba el violín, jugaba soccer y futbol al mismo que sacaba las mejores notas de la clase; y yo, desde el rincón de los olvidados, a duras penas sabía multiplicar y atarme las agujetas de los zapatos. Mi madre pronto notó la gran ventaja que aquel que llevaba su apellido tenía sobre mí y empezó a compararme una y otra vez con él. Pronto nos convertimos en "lo que debes ser" y "en lo que no te quieres convertir". Mi padre, por otro lado, buscaba alejarme de las ideas enfermas de mi madre y trataba de enseñarme a su manera lo que no había podido aprender en clase. Con el tiempo aprendí que la inteligencia no era mi mayor don, pero sí la astucia. Cuando entramos a la preparatoria, mientras Dustin estaba en recitales de música o en partidos de soccer, yo me encontraba debajo de las gradas con una bonita porrista. La vida se volvió más fácil para mí al descubrí las ventajas de ser un Thompson y un Rosen.
Los Rosen eran bien conocidos en donde quiera que se presentaban; la gente sentía la penosa necesidad de adularlos y complacerlos. Mi familia materna había cosechado una enorme fortuna gracias a un negocio de hoteles que empezó en París y se extendió por toda Europa en los últimos 200 años. Por eso, cuando mi madre viajó a estudiar a Londres y conoció a mi padre, aceptó casarse con él con la condición de conservar su apellido. Mi padre solo poseía lo que mi madre le dejaba tener, pero con el paso de los años invirtió en la bolsa y en algunos pequeños negocios de nuevas tecnologías; de esa manera consiguió hacerse de una pequeña fortuna que después despilfarró en autos viejos y en mujeres mientras mi madre no prestaba atención.
Dustin, diferente a los miembros de nuestra familia, era un buen hombre: apoyaba a los más necesitados y tocaba el violín en la orquesta de la iglesia. Era casi un santo, quizás esa fue la razón por la que busqué en todo momento hacerlo sentir como basura; se salió de mis manos cuando me acosté con Danna una y otra vez mientras él se encontraba en la casa, lo hacía con la intención de que pudiera encontrarnos y se diera cuenta de que toda su perfección no era más grande que aquel idiota que era yo. Cuando terminó con Danna, después de que ella le confesara la verdad, Dustin desapareció por un tiempo, partió a Francia a estudiar Leyes. Así comenzó esta historia.
∞
Habían pasado dos semanas cuando dos fuertes golpes nos despertaron a las dos de la mañana de un sábado. Sasha se acercó a la puerta con una sartén en la mano y miró por el ojillo; me paré detrás de ella y traté de ver, pero su rostro de extrañeza me frenó. Ni ella hablaba ni yo podía preguntar quién era de tan dormida que me encontraba.
—Es un chico muy lindo —dijo acomodándose el cabello —. Tengo miedo de abrir y que se trate de un asesino en serie.
Miré a través del ojillo y vi a Dustin recargándose en la puerta en muy mal estado. Dudé en abrirle o no, pero mi compañera ya tenía la mano en el cordón de seguridad, cuando pronuncié en voz baja "es Dustin". Antes de que ella abriera, corrí al baño a lavarme la cara y los dientes, aun cuando ella me gritó "viene ebrio, ni siquiera lo recordará mañana". Salí del baño con mil preguntas en la mente, no tenía idea de qué hacía allí o cómo había averiguado mi dirección; tampoco sabía quién era él y por qué me buscaba después de dos semanas. Estaba sentado en el sofá con un vaso de agua en las manos y Sasha estaba parada frente a él, observándolo como una madre molesta.
—¿Qué haces aquí? —preguntó sin soltar la sartén.
Dustin no podía hablar, se tambaleaba de un lado a otro y sus ojos se cerraban; estaba igual de ebrio que nosotras dormidas, así que iniciar un debate sobre nuestras razones para existir no era posible. Sasha se fue a su habitación y Dustin se quedó dormido en el sofá, yo regresé a mi cuarto, pero no pude dormir sabiendo que a unos metros de encontraba un Rosen.
Cuando desperté, la mañana siguiente, él se encontraba sentado en el sofá, con la espalda recta, una taza de café en las manos y la vista fija al frente. Sasha hacía el desayuno y tarareaba una canción de Pink. Hacía frío y habíamos olvidado darle a Dustin una manta, se aferraba a la taza de café como si tratara de robarle el calor.