Las reglas del destino

Capítulo 21: Máscaras del ayer

Cuando diciembre llegó, la idea de estar con Danna empezó a estorbarme. Entre el magnífico tiempo que pasé escondido entre sus piernas y sumergido en sus pechos, la idea de una vida con ella se volvió más y más pequeña hasta desaparecer por completo. No supe en qué momento sucedió, pero me vi sentado en un bar invitándole una copa a una linda chica tan pronto como Danna pronunció aquel primer "te amo". Mis días se volvieron suyos y mis noches las compartí con tanta chica como pudo entrar en mi habitación; posé mi vida en tantos pechos, pero la sed no cedía, aquel gusto por amarlas se volvió tan mío que sentí que en cierto punto del camino volví a perder la noción del tiempo.

Enero llegó con la noticia de la nueva novia de Dustin, que, aunque decían era una chica dulce y muy bella, habían tratado de esconderme el dato por alguna extraña razón. Mi madre comentaba que la había visto alguna vez de lejos y que era la joven ideal para Dustin, pues decía era educada y culta, igual que él; "¿cuándo te conseguirás una así, Jason?", preguntaba. Por mi parte, no había visto a Dustin desde hacía ya cinco o seis años y parecía mantenerse al margen para no toparse conmigo; lo entendía perfectamente, yo tampoco quería toparme conmigo, pero no tenía otra opción. Sin embargo, aquella distancia que había creado no duraría​ por siempre, ya que la famosa fiesta de antifaces de Samantha Rosen, por el día de San Valentín, se encontraba muy cerca.

 

Paso al paso, los días se fueron tan rápido como el invierno casi acababa. Por las noches, Dina nos llamaba para contarnos de su vida en Detroit Lakes: seguía trabajando como enfermera y había conocido a un hombre con el que salía a tomar café cada jueves, se llamaba Leonel y era veterinario, por lo que podían compartir anécdotas sobre los animales que trataron en la semana. Sasha le hablaba de su trabajo en la tienda de ropa y le contaba sobre las largas visitas que hacía buscando el empleo soñado; pero en aquellos años, lo más cerca que estuvo de las grandes casas de moda era haber tocado unos Jimmy Choo en el aparador de una tienda. Santorini llamaba​ los lunes en la tarde, después de dar clases en la nueva escuela en la que trabajaba; me contaba las mismas historias, me proponía que trabajáramos juntos y la promesa siempre se quedaba volando. Dustin solía llegar en la madrugada, enviar un mensaje de texto para que le abriera cuando Sasha ya estaba dormida y se iba cuando la mañana estaba por llegar; ciertamente, aquello no tenía sentido, pero nos encantaba sentir la adrenalina de un romance nocturno.

Mis días eran un maratón musical: por las mañanas trabajaba con algunos excompañeros en composiciones para la filarmónica de la escuela y por las tardes me dedicaba a preparar algún concierto y a ensayar. Sasha y yo nos manteníamos de lo que Dina enviaba y del pago que recibía de los conciertos. En los primeros años, nos dedicamos a atender mesas en alguna cafetería, que era lo único que sabíamos hacer, pero nuestro estilo de vida se acomodó un poco cuando Peter Maxwell Davies me pidió ser su asistente durante un periodo; después de eso, Santorini me ayudó a contactarme con dos músicos que pronto me pusieron en escena.

El 5 de febrero de 2006, nos encontrábamos desayunando fuera de casa. Sasha hablaba de lo molesta que estaba por no encontrar empleo y Dustin devoraba sus pastelillos sin prestar atención. La mañana de aquel domingo era fresca y olía a flores; la gente caminaba tranquilamente por la calle en dirección a la iglesia, mientras nosotros desayunábamos antes de tomar el mismo camino que ellos. Las mañanas en Londres eran un bello espectáculo digno de apreciar.

—Sé mi Valentín. —Interrumpió Dustin después de un sorbo a su café —. Ambas, sean mi pareja de San Valentín.

—Eso es un poco enfermo. —respondió Sasha.

—Hablo en serio, la hermana de mi padre brinda todos los años una fiesta el día de San Valentín, y había olvidado por completo que debía invitarlas.

—Eso suena que será algo muy... —dije buscando las palabras adecuadas.

—Fantoche. —exclamó Sasha tomando las palabras de mi boca.

Dustin sonrió y le dio otro sorbo a su café, después tomó mi mano y me dio un beso. Sasha dejó salir un suspiro mientras negaba con la cabeza. Éramos un bello cuadro que mezclaba música, letras y moda.

¿Mencioné que a la fiesta siempre van Tamara Mellon y Luella Bartley? —preguntó con tono burlón.

Sasha abrió los ojos y la boca casi al mismo tiempo, se acomodó el cabello por instinto y puso las manos sobre la mesa de golpe. Aunque no eran las diseñadoras favoritas de Sasha, sabía que reconocía y respetaba sus nombres. San Valentín la visitó como una flecha y la enamoró de Dustin gracias a los dos nombres que acababa de pronunciar.




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