Las reglas del destino

Capítulo 22: Lazos de sangre

Sé que Sandy habló con Dustin sobre lo ocurrido porque unos días después se presentó en mi casa y me exigió que guardara distancia; más que un reclamo, aquello me pareció una súplica. Y lo comprendía perfectamente. Quizá Dustin trataba de alejarme de ella para evitar que los sentimientos que una vez pudieron existir regresaran y arruinaran su relación. Sinceramente, mis intenciones de hablar con ella no morirían allí, solo por la petición de "su excelencia"; sin embargo, saber que la mujer de Dustin era Sandy me causaba un conflicto, ya que en mis planes no estaba herirlo una vez más.

 

Aquella noche, en el taxi, me sentí como una estúpida por haber confundido a Dustin con ese que una vez se llamó Dean; no entendía la razón por la que aquellos labios no me fueron ajenos, hasta que comprendí que no lo eran: los había probado tanto que el recuerdo seguía intacto en mi mente. El parentesco de esos dos hombres era abrumador, ambos eran altos y fornidos, y su cabello era castaño claro. Sin embargo, Dustin tenía los ojos azules y el otro, verdes; eran tan distintos, que tenía el estómago hecho un nudo por saberlo. Me sentía la más grandísima tonta.

Pasaban de las dos de la noche cuando Dustin llegó, pero esta vez no tenía el plan de siempre. Tocó tan fuerte la puerta que sentí que se me fue el aire. No me había quitado el vestido porque sabía que él llegaría en cualquier momento; me había arreglado para él y ni siquiera habíamos estado juntos un minuto. Quité la cadena de seguridad y lo vi: estaba furioso, con una mano se recargaba del marco y con la otra empujaba la puerta.

—¿Qué fue lo que pasó? —preguntó más como ordenando una respuesta que como pregunta.

—Soy una estúpida —respondí con las palabras atoradas en la garganta.

—Déjame entrar y hablamos —sugirió con el mismo tono de voz—. Necesito saber qué fue lo que te hizo.

Cerré la puerta y me recargué en ella. La culpa me impedía verlo a la cara, no quería herirlo por mi estúpido y descuidado comportamiento. Aún sentía aquellos labios sobre los míos y sus manos acariciándome. Dolía. Dolía mucho saber que había sido burlada nuevamente y haber sentido tanto.

—¡Sandy! —gritó después de golpear la puerta—. ¡Sabes que no me iré!

Abrí sin dejar de sentir el corazón en los oídos. Empujó la puerta y me abrazó con fuerza; trataba de tranquilizarme y hasta ese momento pude darme cuenta de que estaba llorando y durante todo ese tiempo lo estuve haciendo. Me senté en el sillón a contemplar las paredes en la oscuridad sin poder dejar de llorar sin siquiera saber que lo hacía. Mis manos temblaban y el pecho dolía con tanta intensidad; me sostuvo entre sus brazos y habló a mi oído, pero no podía escucharlo.

—Tranquila, por favor —decía besando mis mejillas y acariciando mi cabello—. ¿Tomaste hoy tus medicamentos? —preguntaba mientras me encaminaba hasta el sillón—. Tranquila, no dejaré que vuelva a acercarse a ti.

Le conté sobre quién era aquel hombre y lo que había hecho; le hablé sobre su insistente interés en burlarse de mí y sobre el estúpido error que había cometido al confundirlos. Dustin pareció comprenderlo, pero el descontento era tan notable en su rostro como en su tono de voz; me contó sobre cómo ese hombre, Jason, había destruido su última relación y sobre su eterna rivalidad.

—Jason es una horrible persona —jamás lo había escuchado hablar con ese tono de voz, tan serio y molesto—. A él no le importa herir con tal de tener diversión o algún beneficio. Lo he visto hacerles a tantas chicas lo que te hizo a ti solo por diversión, no sé cómo no pude imaginar que ese patán que conociste hace años pudo ser él —exclamó con furia—. Es oportunista, insensible, cruel... Es capaz de cambiar a cualquier persona con tal de conservar su fortuna y sus lujos.

Escuché atenta, sin poder asimilar que la persona de la que me hablaba era ese hombre que una vez me hizo feliz. No podía creer que bajo aquella máscara se encontrara una persona tan vil. Lo miré desde la distancia y por un momento dudé de sus palabras o de su autenticidad; quise ver en él la misma crueldad que podía existir en quien se hacía llamar "Dean", pero no pude imaginarlo, al igual que no podía concebir que mi Dean, ese chico que una vez conocí, fuera el hombre de Dustin describía.

—Lamento arrastrarte hasta ese pasado de nuevo —mencionó en voz baja, acercando sus labios a mí.

—Regla número cuatro —dije recordando lo que había escrito en mi mano—: nada es coincidencia.




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