Las reglas del destino

Capítulo 23: Dos extraños

Una llamada me despertó ese día, era lunes 19 de junio de 2006. Miré el celular y no pude reconocer el número de teléfono; contesté dormitando, apenas abriendo los ojos como para darme cuenta de que aún no eran ni las seis de la mañana. No entendía cómo alguien podía molestar a cualquier otra persona un lunes por la mañana.

—Diga... —mencioné entre bostezos.

—Jason, habla Dustin —escuché del otro lado de la bocina—. Danna me pasó tu núm...

—¿Para qué hablas? —Lo interrumpí.

Guardó silencio, al igual que yo, pero la llamada siguió corriendo. Escuchaba su respiración agitada y sabía que algo debía pasar para que se tragara el orgullo.

—¿Sandy está bien? —pregunté sujetando el teléfono con ambas manos.

—Ella no está.

Me contó que Sasha se había comunicado con él porque Sandy no había llegado a dormir esa noche. Sandy lo había estado ignorando desde la noche de la cena, por lo que no tenía idea de dónde podía estar. Hablaba asustado, pensaba que podía haberle ocurrido algo, pero yo sabía que ella era mucho más lista que eso. Si ella no estaba, no era porque algo malo le hubiera pasado; ella estaba huyendo.

No sabía qué tanto había cambiado en esos cinco años, pero tenía una idea de dónde podía estar. Era 19 de junio. Ella no estaba y era 19 de junio. Hablé al aeropuerto para verificar que ella no se había ido y no pudieron darme respuesta; me comuniqué a hospitales y a un centenar de hoteles preguntando por Sandy Tinley, pero nadie había escuchado de ella. Luego, en un intento desesperado por encontrarla, subí a mi auto y empecé a conducir.

—Ve a los pueblos costeros —le dije a Dustin—. Búscala en los muelles.

 

Desaparecí cuando la luna empezó a salir. Traté de huir de ese lugar buscando un refugio en algún otro sitio; en un lugar lejos de los recuerdos que se habían acumulado en mi cabeza. No tenía idea de qué era lo que me hacía partir y qué era eso que me mantenía lejos. Me aferraba a pensar que se trataba de lo ocurrido en la cena, pero aquellas últimas palabras de Jason se repetían una y otra vez en mi cabeza. No comprendía por qué era tan amable y por qué se empeñaba en parecer bueno.

Encontré refugio en Brighton, una pequeña ciudad costera. Tomé un autobús solo portando la bolsa y el cambio de ropa que traía puesto. Ni siquiera le dije a Sasha, porque sabía muy bien que le diría a Dustin en el primer intento. Solo buscaba un poco de paz. Desayuné en una cafetería y luego caminé por la playa hasta encontrarme con un grupo músicos en Brighton Pier; les solicité acompañarlos con una canción y me prestaron una guitarra. Pasé allí dos horas, entre melodía y melodía, con tres hombres que pasaban los cincuenta años y tocaban canciones de Rod Stewart. Cuando el sol empezó a ponerse, caminé por la orilla de la playa, sola, tratando de encontrar silencio, un silencio que jamás había conocido.

Vibraba con las olas golpeando la orilla; sentía la fresca brisa cayendo sobre mi rostro; el mar olía a un verano azotando en la arena y a los escasos rayos del sol corroyendo la temperatura. Era un día frío y lo sentía en las manos y en el cuerpo completo; el delgado suéter que llevaba se sentía húmedo y helado. Caminé unos menos más allá del gran muelle Brighton Pier hasta llegar a una vieja embarcación que ahora tenía más aspecto de muelle, aparcado a la orilla. Cerré los ojos y dejé que el aire resoplara en mi cara, que el mar me arrullara como cuando mamá y papá me llevaban a la playa, como cuando papá y mamá estaban, como cuando podía correr sin miedo a morir.

—Sandy —escuché su voz a mis espaldas.

No abrí los ojos. Traté de seguir disfrutando del silencio y del recuerdo de una brisa que no era esa que me azotaba. Busqué en mi cabeza el más pequeño de los placeres, la más minúscula sensación, el sentir de una caricia o del tacto que mi madre pudo haberme regalado para poder apagar todo lo que mi cuerpo quería sentir en ese instante; pero hacía ya muchos años que había olvidado cómo era su rostro. Respiré profundamente y abrí los ojos lentamente.

—¿Cómo me encontraste?

—Tengo todo el día buscándote: visité tres lugares más antes de llegar aquí —respondió—. Es 19 de junio.

Escuché sus pasos acercándose a mí y su presencia se hizo al lugar del mismo modo que la brisa del mar me sumergía en su salada caricia. Su perfume se mezcló con los aromas de ese día y me hizo despertar nuevamente a la realidad.




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