Las reglas del destino

Capítulo 25: Señora Rosen

Lo supe por mi madre, y mis sospechas de que estuvo en Detroit Lakes dejaron de ser sospechas. Me encontraba en una jornada larga, era 17 de agosto y pasaban de las nueve de la noche. Terminaba el papeleo y pensaba en ir por una copa antes de ir a casa; la oficina estaba vacía y las únicas personas que estábamos allí éramos mi madre, la señorita Torrens y yo.

Me despedí de Torrens y caminé despacio para llegar al ascensor. Abajo, en el hotel, había una celebración y quería evitar el tumulto de personas. Estaba por tocar el botón para pedir el ascensor, cuando su voz me detuvo.

—¿Escuchaste las buenas nuevas, cielo? —preguntó mi madre desde su oficina.

—¿A caso existen las buenas nuevas para nosotros? —contesté sin detenerme.

—Sandra Anabel Tinley y Dustin Gabriel Rosen contraerán nupcias el próximo 26 de agosto —mencionó como si lo cantara.

Frené el paso y di media vuelta, la vi sentada en su escritorio, la puerta estaba abierta, como si se tratara de una invitación para que entrara. Tragué saliva y caminé hacia ella sintiendo que los oídos me zumbaban.

—¿Desde cuándo lo sabes? —pregunté.

—Desde que él se lo propuso. Su madre habló con...

—¿Y por qué no me habías dicho nada? —la interrumpí—. ¿No crees que merecía saberlo?

—Supongo que porque no me apeteció hacerlo.

No pude contestar nada, se me quería salir el corazón por la boca. En mi cabeza una voz susurraba palabras que no comprendía, frases sin significado alguno. Tardé poco en comprender que esa era mi voz y me exigía una explicación. No entendía nada de lo que estaba pasando. Dejé de escuchar lo que ella decía y las voces que se acumularon en mi mente se volvieron ensordecedoras.

—¿No te parece una boda demasiado apresurada, cariño? —señaló con cierta malicia en su voz—. Los rumores indican que Dustin es tan buen amante que embarazó a la chica en el primer intento. Dichosa ella.

Guardó silencio y sonrió con los labios apretados. Escuché los pasos de la señorita Torrens tras de mí y el elevador detenerse en nuestro piso; "buenas noches, señor Thompson", pudo haber dicho, pero no quise escucharlo. Mis manos se fueron empuñando poco a poco.

—Mi cielo —dijo con un suspiro—, me apetecía tanto mirar la cara que pondrías al escuchar la noticia.

Me paré frente a ella y la vi sin decir una sola palabra. Mantuve las manos hechas puño y traté de respirar para tranquilizarme. Ella siguió sonriendo, como si de verdad me odiara; me pregunté una y otra vez cuáles eran sus razones para tratarme así, pero me temía que ni ella misma lo sabía. Guardé silencio y escuché el "tic tac" del reloj que se encontraba a sus espaldas. Sentí el golpe de las manecillas en los oídos y entonces no pude detenerme.

Lo único que recuerdo es que mis manos no podían dejar de arrojar los papeles y todo lo que había sobre su escritorio. Gritaba, sentía que algo dentro de mí trataba de explotar. Le pedí una explicación a gritos; le exigí que me dijera por qué me odiaba de esa manera, pero no dijo nada, ni siquiera mostró una pizca de dolor o miedo. La seguridad del hotel llegó en poco tiempo y me alejó de ella, tenía en las manos un puñado de papeles y la cabeza de una estatuilla. Aún puedo ver los ojos burlones con los que me sonreía, ignorando nuestro parentesco, que era su único hijo.

Me sentía un estúpido por haber dejado de buscarla, pero ¿qué más podía hacer? Sandy no quería verme. Pero entonces, ¿por qué ella me había aceptado aquel 19 de junio? ¿Por qué seguía yendo al muelle en nuestro día? No entendía sus razones. Sabía que ella me amaba tanto como yo a ella.

Tomé un poco de ropa y las llaves del automóvil que tenía en Minnesota, de ese viejo Camaro que tanto amaba mi padre. Partí en el primer vuelo y llegué a Detroit Lakes el 19 de agosto.

No puedo describir lo que sentí al regresar a ese lugar, era como estar de vuelta en casa; como haber regresado a un lugar del que nunca quise partir. Sus calles, su clima y su gente me parecían tan familiares que fue un golpe aún más duro para mí estar de vuelta allí sin ser ese que un día fingí ser.

Ese mismo día en la tarde, crucé por las puertas del Café tres chicos y me senté en la misma mesa donde me atendió por primera vez. Tomé el menú y esperé a que una de las chicas Keller fueran hasta mi mesa. Miré a Andrea a lo lejos, se veía exactamente igual que antes, lo único diferente en ella era el color de su cabello, ya no era castaño claro, ahora lo lucía más oscuro; me sorprendió saber que seguir allí y no haciendo películas porno, como había predicho Sandy. Llegó tambaleándose con su sonrisa coqueta de oreja a oreja que se apagó lentamente al verme.




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