Capítulo 29: Los que somos

—Hola —dijo con esa voz bella y llena de armonía.

Me paralicé por completo y pronuncié su nombre sin saber qué más hacer. La miré e inmediatamente negué todo lo que había pasado en esos años. Podía resumir los días con un simple tronar de dedos y apostar que ningún instante afectaría aquel momento. Tomé aire y tragué saliva. Mis ojos la veían, pero no podía creer que estuviera frente a mí.

—Lamento si me presento así. Sé que es incómodo. Ha pasado tanto tiempo —pronunció sin moverse—. Yo… Solo quería saber cómo estás.

—¿Cómo estás tú? —mencioné.

Mi respuesta dependía de la suya, siempre sería así.

—Estoy bien.

—Yo también.

Se veía más delgada que antes y su rostro reflejaba cansancio. El tiempo había pasado sobre Sandy casi sin dejar huella; sin embargo, notaba la madurez y la firmeza que los años en sus ojos, donde antes vivió la dulzura. Ya no era una niña de 17 años. Se había convertido en una bella mujer sin estar junto a mí.

—¿Quieres ir por un café? —pregunté ignorando todo.

Carol nos miraba desde la puerta y puedo apostar que escuchó mis palabras, porque cinco segundos después desapareció sin mencionar nada.

—Por supuesto.

Caminamos muy cerca el uno del otro, pero demasiado lejos como para poder sentir que era real. La sentía igual de distante que en ese muelle. La sentía a kilómetros de distancia, a años luz. Realmente no sabía cómo sentirla. Tenía un enorme nudo en la garganta. Le coloqué el saco sobre los hombros y seguimos caminando hasta llegar a la cafetería. Se sentó frente a mí y me regaló una tímida sonrisa. Observé su rostro y delineé con mi mente sus facciones: sus labios, pómulos y ojos. Era la misma.

—Tendré una presentación en unos días. Santorini llegará mañana y me ayudará… Bueno, no sé de qué hablar contigo —dijo sin levantar la mirada—. Elizabeth me contó lo de tu madre y tú.

—De eso no quiero hablar.

—Bueno, entonces… —dijo tomando una bocanada de aire—. Ayer caminaba cerca de aquí, me reuní con uno conocido a unas cuadras de tu academia. Caminaba cerca cuando miré el cartel del concierto y vi tu nombre.

Asentí y tomé el café entre mis manos. Se me habían agotado las palabras. No encontraba mejor forma de permanecer allí, con cordura, que solo asentir y verla lo menos posible a los ojos. Estar junto a ella dolía.

—¿Por qué rechazaste toda la ayuda de tu madre?

—Era lo mínimo que podía hacer.

Pena. Miedo. Aún albergaba en mí ese sentimiento de culpa y en mi garganta seguían atoradas las palabras que no pude decirle tras la muerte de Dustin. Había arruinado su vida. "Lo siento", era todo lo que quería decir.

—Te vi en televisión hace unos años —dije sin dejar de ver la taza en mis manos—, después te vi tocar en Las Vegas, pero no tuve el valor de acercarme a saludar —sonreí—. Quizá fue mejor así.

Éramos más que silencio, pero era todo lo que nos acompañaba. Mis manos temblaban. No podía mantener la mirada fija en sus ojos. Las vibras de ese encuentro eran tan intensas que podía verlas brincar de un lado a otro y sobre nosotros. Nos oprimían. Nos asfixiaban. Recorrí la mesa con la mirada y frené sobre su mano izquierda, y vi en su dedo anular un anillo de compromiso.

∞

El tiempo voló sobre notas y se amoldó en mí, aferrándose. Me observé desde una esquina mientras los años hacían añicos eso que una vez soñé. La vida se volvió de música y la música se transformó en lo único que tenía. Miré mi vida teclearse sobre una hoja en blanco y después solo pude ver las letras negras haciéndome ceder. Dejé que alguien tomara las cuerdas de esa marioneta que era y me dejé ir y venir sobre el camino que alguien había creado para mí desde mi nacimiento. Entre escenarios y pianos, pude ver el mundo moverse bajo mis pies mientras me presentaba aquí y allá o en algún lugar al que jamás volví a pisar. Me rodeé de músicos y de personas que amaban lo que hacían, y solo entonces comprendí que ya no me encontraba en aquella pequeña ciudad de Minnesota. Disfruté cada evento y puse todo de mí para vivir cada segundo de ellos.