Mis dedos posaron sobre las teclas de aquel instrumento que poco a poco se fue empolvando; el ruido en el departamento pronto se volvió tan agudo y molesto, que necesitamos salir de allí al hospital más de una vez. Fuimos un nudo de emociones que el tiempo fue desenredando. Nos tuve en una frase y nos arrullé en las melodías que mi mente formó cada mañana. Nos vi caer y levantarnos, y en cada caída lo vi a él haciéndose estragos mientras trataba de llevarme en sus brazos.
La mañana del 15 de diciembre, un día después del concierto de invierno, Jason me dijo que su madre quería que pasáramos Navidad con ella, así que entre quejas y gritos me negué a ir a Londres nuevamente. Siete días después, me pidió que hiciera mis maletas. No viajamos a Londres, fuimos a Detroit Lakes, pero no fuimos los únicos que lo hicieron. Llegamos un 23 de diciembre en la mañana y ella en la noche, no nos quedamos en el mismo hotel y no tuve la oportunidad de hablar con ella en ese día, pero Jason sí. Esa mujer seguía provocándome horror, pero sin importar lo que pudiera sentir por ella, no dejaría de ser su madre.
—Quiere hablar contigo —fueron las primeras palabras que Jason me regaló la mañana del 24 de diciembre—. Prometió ser gentil.
—Quieres matarme antes de darme mi obsequio de Navidad, ¿no? —pregunté girando hacia otro lado—. Apuesto a que no me compraste nada. Deberías decir "buenos días" antes de darme malas noticias.
—Vamos, mi niña. —Se acomodó atrás de mí y besó mi mejilla—. Tendrás que verla en algún momento. Es mejor hacerlo ahora y evitarnos las molestias, ¿no?
Esa tarde, Samantha nos citó en un restaurante cerca del hotel en el que se estaba hospedando. No hablamos mucho, nos dedicamos a comer y a compartir miradas incómodas. Ella llevaba puesto un vestido negro y una gabardina gris, lo que hacía que su piel se viera aún más blanca y su cabello tan rojo como sus zapatillas caras; yo llevaba un abrigo de boutique y zapatos desgastados. No nos parecíamos en nada.
La mesera recogió los platos y sirvió tres tazas de té. Afuera nevaba y el frío clima entraba cada que alguien abría una puerta. Volví a colocarme un guante y le di un trago al té. Jason se levantó de la mesa con el celular en la mano y me hizo una seña indicándome que era importante. Samantha me regaló una sonrisa muy forzada y se aclaró la garganta.
—Debo hablar contigo —dijo al mismo tiempo que entrelazó sus manos por debajo de la mesa—. Estoy al tanto de tu condición y me gustaría ayudarte.
—No es necesario —mencioné sin siquiera pensarlo.
—Puedo ayudarlos. Él no sabe que intento apoyarlos, me gustaría que quedara entre nosotras. —Puso la mano derecha cerca de su taza de té y apretó el puño.
—No se preocupe. Sinceramente, no creo que haya una forma en la que nos pueda ayudar.
—Sé que mis acciones te han llevado a formar un criterio sobre mí, pero debes saber que solo tengo buenas intenciones.
Guardé silencio y puse mi mano sobre la suya por unos segundos, pero aquello fue tan incómodo para ella como para mí que la quité casi al instante.
—No es eso —repuse.
—Tengo contactos, ellos pueden poner tu nombre al inicio de la lista de espera...
—No —la interrumpí—. No es necesario.
—¿Eres tan orgullosa como para negarte a aceptar mi ayuda? —preguntó—. ¿Te dejarás morir solo por el rencor que me guardas?
—No es eso —mencioné en voz baja—. Es que ya no soy candidata para recibir un... —Guardé silencio y tomé la taza de té—. Lo supimos hace un mes. Por favor, no le hable sobre la lista de espera.
—¿Por qué no?
—Él tiene tantas esperanzas... —Tomé aire y miré el té sin poder darle un sorbo, tenía tantas náuseas que me era imposible seguir bebiendo—. Si le hablamos de un trasplante solo esperará algo que nunca llegará. El problema ya no es solo mi corazón, ahora está en mi hígado.
—Podríamos conseguirlo.
—Es riesgoso y sin probabilidades de éxito, solo le quitaríamos esa oportunidad a alguien más.
Dejamos que el silencio regresara a la mesa en cuanto escuchamos los pasos de Jason. Samantha puso su mano sobre la mía por dos segundos y la quitó antes de que él pudiera verla, después frunció la nariz y cruzó nuevamente las manos por debajo de la mesa.