Las reliquias del Príncipe

Episodio 2: Colisión de estrellas.

Cawley.

Salí del baño con una toalla alrededor de mi cuerpo desnudo.

Ya había organizado mi uniforme sobre la cama.

Tomé mi crema hidratante y apliqué una cantidad considerable en mi mano y la unté en mi delicada piel.

Me coloqué la ropa interior, luego las pantimedias negras, la camisa del uniforme que era de color negro de botones con manga corta y por último la falda de color vinotinto.

Regresé al baño para secar mi cabello, hacerme una cola alta y hacer unas lindas ondas en mi cabello tan blanco como un papel. Luego me maquillé de manera sencilla con mi delineado de gato y rimel.

Terminé de arreglarme y me puse mis zapatos con un poco de tacón, tomé mi cartera, mis lentes oscuros y me fui a mi turno extra.

Aproveché esos segundos en el ascensor para revisar la dirección que Ossian me había enviado.

El sitio estaba específicamente a una hora fuera de la ciudad. Seguro que con mi moto me tomaba poco menos de una hora en llegar.

Me coloqué mi casco, activé el GPS y conduje al destino de mi trabajo.

No era tonta, esa locación significaba que la fiesta, celebración, etc. Era de alguien importante, con suerte, tendrán un piano y me daría el lujo de tocar algo.

A veces, sentía que en la vida algunas personas eran más favorecidas que otras.

Yo, debía esforzarme el doble, si no el triple para conseguir algo que a otras personas solo le costaba una sonrisa.

Sin embargo, el lema que me enseñaron mis padres era no rendirme ante las dificultades de la vida.

—No montaré más bicicleta —gruñí viendo el enorme raspón que la caída me dejó en las rodillas.

—Cawley, no veas esa caída como un fracaso —dijo mi padre ayudándome a levantar mi bicicleta.

—¿Entonces qué es? —cuestioné brava.

—Es una enseñanza. —Mi papá me tomó en sus brazos y me subió a la bicicleta—. Ahora ya sabes que no puedes girar de forma tan brusca el volante cuando vayas muy muy rápido.

—Si no lo hacía caería en el bache.

—Es bueno disfrutar el camino, pero no puedes desconectar tu mente de él, al contrario, debes fijarte en la carretera y así tendrás tiempo de evitar baches. —Mi papá se inclinó y me miró—. ¿Te rendirás y dejarás que ese bache te gane o aprenderás y lo harás mejor?

—¡Un Goldblum jamás se rinde! —Sorbí por la nariz y pedaleé con fuerza, disfrutando como la brisa alborotaba mi cabello y viendo muy bien el camino.

—¡Eso es mi florecilla dorada!

Un auto me pitó en el semáforo regresándome al presente.

Seguí conduciendo hasta que por fin llegué al sitio que me había indicado Ossian y casi se me cae la mandíbula al suelo al ver qué mansión tan lujosa.

Me detuve en la entrada para preguntar por donde debía entrar, pues, estaba completamente perdida.

Me quité el casco, pero antes de poder hablar una camioneta de lujo, golpeó mi moto y me tiró al suelo con ella.

—¡Carajo! —bramé tirada en el piso.

—¿Estás bien? —El hombre más atractivo que habían visto mis ojos apareció en mi campo visual. Su cabello era rojo como el fuego, sus ojos verdes oliva y su cara estaba salpicada de pecas.

Antes de darme cuenta el desconocido me estaba ofreciendo su mano con una increíble sonrisa en sus labios.

Sin pensarlo la sujeté y me puse de pie.

El desconocido tiró de mi mano y me pegó a su cuerpo, su mano libre fue a mi cintura.

Levanté la cabeza y me quedé allí perdida en su verde mirada. Sentí cómo la respiración de él se volvió tan irregular como la mía, mientras el vaho de su aliento rozaba mis mejillas.

—Deberías tener más cuidado al conducir —susurró él con descaro.

—¿Perdón? —cuestioné ahogándome con las palabrotas que deseaba soltarle—. Usted fue quien me…

—¡¿Cawley?! —La voz furiosa de A.J me sobresaltó—. Siempre haciendo lío por donde pasas.

—Lo siento, yo…

—No te pregunté y no me interesa —me cortó A.J bajando las escaleras, se puso frente a mí y me ayudó a levantar la moto—. Eres más un problema que una solución. ¡Entra por la cocina!

Le lancé una mirada de odio al desconocido, tomé mi moto y me fui por la parte trasera sintiendo mis mejillas arder de rabia y vergüenza.

—Le agradecería que nunca más vuelva a hablarle a una mujer de esa forma en mi presencia… —Escuché que dijo el pelirrojo, pero no me detuve para oír, ni me volteé a verlo.

Solo seguí mi camino hasta llegar a la cocina, donde por suerte, estaba el camión de la empresa descargando bebidas y comida.

Acomodé mi moto y me fui a trabajar.

—¡Bebé, llegaste! —Ossian me puso una bandeja en las manos y me informó—. Este lugar es hermoso y está lleno de personas con muchas influencias.




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