Cawley.
Salí del baño con una toalla alrededor de mi cuerpo desnudo.
Ya había organizado mi uniforme sobre la cama.
Tomé mi crema hidratante y apliqué una cantidad considerable en mi mano y la unté en mi delicada piel.
Me coloqué la ropa interior, luego las pantimedias negras, la camisa del uniforme que era de color negro de botones con manga corta y por último la falda de color vinotinto.
Regresé al baño para secar mi cabello, hacerme una cola alta y hacer unas lindas ondas en mi cabello tan blanco como un papel. Luego me maquillé de manera sencilla con mi delineado de gato y rimel.
Terminé de arreglarme y me puse mis zapatos con un poco de tacón, tomé mi cartera, mis lentes oscuros y me fui a mi turno extra.
Aproveché esos segundos en el ascensor para revisar la dirección que A.J me había enviado.
El sitio estaba específicamente a una hora fuera de la ciudad. Seguro que con mi moto me tomaba poco menos de una hora en llegar.
Me coloqué mi casco, activé el GPS y conduje al destino de mi trabajo.
No era tonta, esa locación significaba que la fiesta, celebración, etc. Era de alguien importante, con suerte, tendrían un piano y me daría el lujo de tocar algo.
A veces, sentía que en la vida algunas personas eran más favorecidas que otras.
Yo, debía esforzarme el doble, si no el triple para conseguir algo que a otras personas solo le costaba una sonrisa.
Sin embargo, el lema que me enseñaron mis padres era, no rendirme ante las dificultades de la vida.
—No montaré más bicicleta —gruñí viendo el enorme raspón que la caída me dejó en las rodillas.
—Cawley, no veas esa caída como un fracaso —dijo mi padre ayudándome a levantar mi bicicleta.
—¿Entonces qué es? —cuestioné brava.
—Es una enseñanza. —Mi papá me tomó en sus brazos y me subió a la bicicleta—. Ahora ya sabes que no puedes girar de forma tan brusca el volante cuando vayas muy muy rápido.
—Si no lo hacía hubiese caído en el bache.
—Es bueno disfrutar el camino, pero no puedes desconectar tu mente de él, al contrario, debes fijarte en la carretera y así tendrás tiempo de evitar baches. —Mi papá se inclinó y me miró—. ¿Te rendirás y dejarás que ese bache te gane o aprenderás y lo harás mejor?
—¡Un Goldblum jamás se rinde! —Sorbí por la nariz y pedaleé con fuerza, disfrutando cómo la brisa alborotaba mi cabello y viendo muy bien el camino.
—¡Eso es, mi florecilla dorada!
Un auto me pitó regresándome al presente; el semáforo había cambiado a verde, y giré el acelerador de mi moto con un movimiento preciso, sintiendo el rugido suave del motor bajo mis manos.
La brisa nocturna acariciaba mi rostro, mientras recorría las calles iluminadas, dejando atrás el bullicio del tráfico y las luces intermitentes de la ciudad.
Tras recorrer varios kilómetros, llegué al lugar indicado.
Era una elegante mansión.
Desde afuera, la fiesta se anunciaba con el destello dorado de los candelabros y el murmullo contenido de las conversaciones elegantes.
Crucé el portón con cautela, el empedrado vibrando bajo las ruedas de mi moto marcaba la ruta mientras avanzaba hacia la fuente del patio central. El agua danzaba en el aire, reflejando destellos cristalinos bajo la luz de los faroles.
Me detuve justo en la entrada, me quité el casco y los lentes, pero antes de siquiera poder preguntar donde debía estacionarme, el rugido de un motor más potente interrumpió mis pensamientos.
Apenas estaba ladeando la cabeza, cuando sentí un golpe. Una camioneta de lujo, había embestido mi Vespa de costado, haciéndola primero tambalear, para luego tirarla al suelo conmigo encima.
Por un segundo, todo se congeló. El mundo perdió nitidez, mientras en mi pecho, mi corazón martilleaba con fuerza.
Mi mente hizo un vano intento de procesar la absurda escena en cámara lenta.
Luego la realidad me atrapó de nuevo: el sonido de la puerta de la camioneta, los murmullos sorprendidos de los invitados cercanos
—¡Carajo! —bramé tirada en el piso.
Mi mundo se reducía al instante en que una sombra se cernía sobre mí.
—¿Estás bien?
Levanté la mirada y ahí estaba él.
Jamás había visto a alguien como él.
Su cabello rojo ardía bajo la luz de los faroles, con destellos cobrizos que parecían atraparme en una danza hipnótica. No era simplemente el color, sino la forma en la que caía, un poco desordenado, pero con esa elegancia despreocupada que solo alguien como él podía lograr.
Aunque, fueron sus ojos los que me dejaron sin aliento. Verde oliva, intenso, como si contuvieran la profundidad de un bosque al final de la tarde. Me miraba con una mezcla de curiosidad y algo más, algo indescifrable que me hizo querer perderme en ellos.
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Editado: 01.05.2025