Las reliquias del Príncipe

Episodio 6: De rodillas por ella

Ewan.

¿Cómo fui tan idiota? ¿Cómo pude desconfiar de mis instintos, cuando ellos me habían llevado hasta donde estaba?

Me había equivocado colosalmente, pero haría lo que fuera para reparar mi error.

Terminé de bajar las escaleras, cuando vi a mi padre aparecer de unos de los pasillos laterales de la escalera.

—¿A dónde crees que vas? —me abordó mi padre interponiéndose en mi camino.

Estaba furioso, aunque, no sabía el porqué.

—Debo alcanzar a alguien —expliqué sin entrar en detalles.

Pasé frente a él, pero su mano me sujetó con fuerza del brazo.

—Vas a buscar a esa cualquiera —cuestionó sabiendo la respuesta—. Hijo, esas mujeres solo sirven para usarlas y desecharlas.

Me solté de su agarre y lo miré desde mi altura. Hace muchos años había dejado de ser ese chico asustado que le tenía miedo o que esperaba desesperado su aprobación.

—No hables así de ella —exigí con firmeza—. No la conoces, así que no hables de ella como si la conocieras.

—Todo el que te vio salir de la fiesta con ella, sabe perfectamente a qué se dedican las mujeres como ella, no te dejes engañar. —Mi padre expulsó el aire de sus pulmones—. La disfrutaste, ahora, déjala seguir su camino que seguro la lleva a la cama de otro cliente.

La ira se apoderó de todo mi cuerpo y tomé a mi padre por el cuello de su camisa.

—Mírate, tienes un poco de poder y estatus social y te sientes con el derecho de juzgar a las demás personas. —Solté su camisa y alise las arrugas que dejaron mis manos en su ropa—. Te recuerdo que, socialmente, no eres nadie, deberías ubicarte y mantener los pies sobre la tierra.

—Ewan tienes un prometedor futuro, con suerte no solo serás un Duque, puedes aspirar un puesto más alto. Revolcarte con esa muchachita, no te hará acreedor de algún logro —insistió mi padre, pero cambió su tono y su actitud.

—Lo que yo haga o no con ella no es tu asunto.

—Tienes un pie en la corona —bramó mi padre frustrado.

—Eso ya no es importante —vociferé haciendo que mi voz resonara por todo el lugar.

—¿Ves? Una noche con la mujercita esa y ya tienes esa mentalidad de pobre. Te prohíbo que la busques.

—Ya no soy un niño al que puedes darle órdenes, tampoco te debo explicaciones…, en realidad, nunca te debí nada, porque si he llegado lejos en la vida no es por tu apoyo incondicional, sino por esfuerzo y méritos propios.

Mi padre retrocedió un paso como si le hubiera encestado un golpe, pero sí, las palabras y la verdad podían causar más daño que un simple golpe cargado de ira.

Abrí la puerta y corrí hacia las rejas que cerraban el acceso a la propiedad.

Atravesé la redoma y a lo lejos vi a mi hermosa luz de luna, cruzada de brazos sin bajarse de su vespa.

Al verme, Cawley se puso de pie y se quitó el casco.

Erróneamente, pensé que eso era buena señal, pero cuando me detuve frente a ella, lo primero que sentí fue su mano estrellarse en mi cara.

Mis guardias de seguridad, salieron de la caseta y apuntaron sus armas a Cawley.

—¡¿Me tratas como una cualquiera y ahora me secuestras?! ¿A qué juegas? —exclamó Cawley molesta y no la culpaba, era un patán de primera clase.

La tomé de los hombros y giré quedando de espalda a mis guardias.

—La tocan y los mato —les advertí por encima de mi hombro—. Sé que actué como un imbécil, pero por favor, permíteme explicarte.

Cawley se separó de mí y me empujó, aunque, al ver que no logró moverse, retrocedió varios pasos, poniendo toda la distancia posible entre nosotros.

—Debe haber un error —dijo ella y sonrió ampliamente apartando el cabello de su cara—. Asumes que me interesa saber qué quieres decir, pero…, no, no me importa lo que el princeso desee expresar.

—Cawley, por favor, —supliqué cortando la distancia entre nosotros, no la toqué, pero moría por hacerlo—. Hubo un malentendido y…

—Y decidiste que en lugar de preguntar, era mejor asumir y tratarme como una mujerzuela. —Cawley estaba enojada y tenía todo el derecho para estarlo, pero no me iba a dar por vencido, no con ella—. Me corriste de tu casa y le pediste a tu muchacha del servicio deshacerse de todo en tu cama. ¿Sabes lo humillante que fue eso?

—Tienes derecho a molestarte y a reclamarme, pero no te dejaré ir, hasta que hablemos…

—Estamos hablando Ewan, incluso en contra de mi voluntad —aclaró Cawley cruzando sus brazos sobre su pecho.

—En un lugar más privado. —Tomé a Cawley sobre mis hombros y me eché a caminar.

—¿Qué rayos haces? —chilló ella golpeando mi espalda—. Mi moto.

—No se perderá —aseguré con calma.

Entré a la casa, mi padre me lanzó una mirada de desaprobación, pero me importó menos que un pepino y subí las escaleras.

—¡En serio has perdido la cabeza! —expresaba Cawley molesta retorciéndose sobre mi hombro.




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