Ewan, varias semanas después…
Parpadeé varias veces con suavidad para dejar que la claridad del amanecer disipara las sombras del sueño.
El amanecer se filtraba tímidamente entre las cortinas, tiñendo la habitación con destellos dorados.
A mi lado se encontraba Cawley, durmiendo plácidamente abrazada a mí, envuelta en la serenidad de la mañana. Su respiración suave llenaba el silencio con un ritmo apacible.
Me quedé un instante mirándola con una mezcla de admiración y devoción; aún me costaba creer que estuviera allí, compartiendo su espacio, su tiempo… su vida.
Estas semanas me habían cambiado, cada pequeño gesto suyo, cada palabra, cada risa compartida, me habían enamorado más de ella, más de lo que creí humanamente posible.
Me incorporé con cuidado, procurando no despertarla, porque era consciente de que ella necesitaba descansar.
La brisa de la mañana chocó con mi piel y me estremecí, el frío comenzaba a hacerse más presente, insinuando el cambio de estación.
Evalué mi ropa y concluí que debía ir a mi casa a buscar más.
De pronto, me llegó un mensaje de Nam:
“Ewan, los clientes de Venezuela, quieren reunirse contigo. Tu padre está furioso por tu ausencia y tu madre preocupada porque no la has ido a ver”
Suspiré, y respondí con firmeza:
“No pierdas la cabeza, en un rato nos vemos en la mansión. Ten todo listo porque no me quedaré mucho tiempo”.
Siempre creí que mi mansión era mi bien más preciado, ahora veo al pasado y siento pena de mí mismo por ser tan ciego de creer que las cosas materiales llenarían ese vacío en mi interior.
Pero, Cawley me enseñó que no importa cuánto dinero, propiedades o autos de lujos tengas, si no tienes amigos leales y amor verdadero, en realidad, eres más pobre de lo que crees.
Me acerqué a su mesa de trabajo, tomé un lápiz y una nota adhesiva.
“Buenos días, mi amor. Fui a mi casa por algo de ropa, también debo poner en orden algunos asuntos, pero te paso buscando en la noche para llevarte a cenar”.
Dejé la nota sobre la mesita de noche y, antes de salir, me permití un último vistazo.
Sonreí viendo su cabello despeinado sobre la almohada, la paz dibujada en su rostro, sus labios rosados entre abiertos como esperando un beso mío. Su respiración serena…
Suspiré y me fui temiendo no resistir la tentación de regresar a la cama con ella.
Llegué a la sala y me encontré con Ossian.
—¿Te caiste de la cama? —comentó y su voz adoptó un tono de reproche.
Había aprendido que él no se levantaba de buen humor por las mañanas y que, solo el café, le regresaba la humanidad.
—Algo así.
—Bien, regresaré a la cama con la certeza de que me dejarán dormir —se quejó Ossian y se levantó del sofá—. Deberían practicar ser menos… ruidosos.
—Anotado, pero comprenderás que hay cosas que se escapan de nuestras manos —declaré caminando a la puerta.
—Ahora me pregunto si también llegué a ser una molestia para Cawley —manifestó Ossian, pero enseguida sacudió la cabeza—. Sería tonto pensar eso, Cawley tiene el sueño más pesado que conozco, literalmente, se puede caer el mundo y ella seguirá dormida.
Sonreí y asentí.
—Esa es mi chica. —Miré la hora en mi reloj—. Debo irme, nos vemos luego.
—Ojalá que no —replicó Ossian camino a su cuarto.
Reí divertido de su malhumor y salí a mi casa.
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El motor rugía suavemente mientras avanzaba por la carretera cubierta de escarcha. El cielo, teñido de gris pálido, dejaba entrever los últimos rastros de la mañana, mientras la brisa helada se colaba por la ventana entreabierta. Exhalé despacio, observando cómo el aire se convertía en una leve nube blanca frente a mí.
Giré por mi calle, los árboles desnudos flanqueaban el camino, sus ramas esqueléticas temblando bajo el viento invernal. Mi casa apareció a la distancia, silenciosa y firme, con el tejado reflejando los primeros indicios de escarcha. Aparqué la camioneta junto a la entrada, el crujido de la gravilla bajo las llantas resonando en la quietud gélida.
Apagué el motor y solté el volante con un suspiro.
El aire frío me envolvió en cuanto bajé, pegándose a mi piel, recordándome que el invierno estaba casi aquí. Me ajusté el abrigo y avancé hacia la entrada de la mansión, sintiendo cómo el calor de mi casa me llamaba, prometiendo refugio tras la cortina de frío que empezaba a cubrirlo todo.
Entré a la casa y el aire tibio me envolvió de inmediato, contrastando el frío del exterior. Me quité la chaqueta con un gesto automático y la dejé en el perchero de la entrada.
Apenas había cruzado el umbral cuando vi a Nam, mi asistente, apareciendo por el pasillo con su tablet en la mano.
—¿Cómo salió la reunión? —indagué avanzando por el pasillo para tomar las escaleras y subir a mi habitación.
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Editado: 01.05.2025