Cawley.
El motor de la camioneta rugía suavemente mientras avanzábamos por el camino serpenteante, alejándonos poco a poco del bullicio de la ciudad. A mi lado, Ewan mantenía una mano firme en el volante y la otra descansaba sobre mi pierna, y de vez en cuando me lanzaba una mirada fugaz, como si quisiera asegurarse de que estaba realmente aquí, con él.
Me sorprendió un poco cuando apareció en mi casa, diciéndome que antes de llevarme a cenar, quería mostrarme un lugar.
Habitualmente, a Ewan le gustaba llevarme a lugares nuevos, como si no quisiera crear un recuerdo importante de nosotros juntos en cada restaurante, café, cine, teatro, etc. Aunque, siempre había sido dentro de la ciudad.
La noche se extendía inmensa sobre nosotros, sin más testigos que las estrellas.
Finalmente, llegamos a ese lugar especial. Ewan detuvo la camioneta en lo que parecía ser un mirador.
Bajó del auto y corrió a abrirme la puerta y me ofreció su mano.
Me bajé de la camioneta, sintiendo la brisa fresca acariciar mi piel, y di unos pasos hacia el borde del acantilado, maravillada por la vista.
El lugar me dejó sin aliento.
Ante mis ojos, la ciudad se desplegaba como un océano de luces titilantes, tan hermosa y lejana que parecía un mundo distinto al que había dejado atrás.
Entonces, sentí los brazos de Ewan, rodear mi cintura con firmeza, pero con una dulzura que siempre lograba desarmarme. Me giré apenas, lo suficiente para ver su mirada iluminada por la tenue luz de la luna, y lo reconocí en sus ojos: la intensidad, la emoción contenida, el amor absoluto.
—Desde que te vi la primera vez, supe que eras una chica especial —susurró, su voz baja, pero segura, como si esas palabras hubieran estado en su corazón desde hacía mucho tiempo—. Estoy seguro de que tú siempre has sido mi destino.
Mi respiración se volvió errática cuando lo vi deslizar una mano en el bolsillo de su chaqueta. En un solo movimiento, se arrodilló frente a mí, y el mundo dejó de girar. Sacó una pequeña caja de terciopelo, la abrió despacio, y el reflejo del anillo bajo la luz de las estrellas pareció brillar con la misma fuerza que su mirada.
—Déjame ser tu compañero de vida, ese que camina a tu lado, sosteniendo tu mano. Por favor, cásate conmigo —dijo, sin más preámbulos, sin titubeos, con el amor desnudo en su voz.
El aire se llenó de la fragancia de la noche, de la emoción vibrante en mi pecho, del latir desbocado de mi corazón. Mis labios temblaron antes de que pudiera dar una respuesta, pero en su expresión encontré la certeza:
Siempre había sido él.
Siempre sería él.
Asentí sin poder pronunciar palabra, me lancé sobre sus brazos y caímos al suelo.
»Tomaré eso como un sí —murmuró Ewan depositando un beso en mis labios.
—Sí —susurré embriagada con la emoción del momento—. Mil veces sí, en mil vidas, sí.
Ewan expulsó el aire de sus pulmones, como si hubiera atravesado un enorme desafío.
—¿Estabas nervioso? —le pregunté todavía en el suelo.
—Me daba miedo de que pensaras que era muy pronto y me rechazaras —confesó, y su mano apartó un mechón de mi cabello de la cara con ternura—. Y soy consciente de que es muy pronto, pero llevo 30 años en este mundo y sé que la conexión que tenemos es difícil de encontrar. Incluso hay personas que pasan toda su vida sin sentir siquiera aprecio por su pareja.
Sabía que esa última frase la dijo por sus padres, quienes habían pasado su vida juntos, pero no se querían y ahora ni siquiera vivían juntos. Es que ese hombre ni siquiera iba a visitarla.
Ewan sujetó mi rostro entre sus manos:
—Lo que sentimos es único. —Sus ojos me observaron con detenimiento y sus labios se abrieron ligeramente para decirme—: Cawley, te amo.
Mi corazón se aceleró, mientras mi mente se nublaba y mi capacidad para hablar se iba de paseo.
Tragué saliva con dificultad.
Sí, en estas semanas, no me había dicho esas palabras, pero me había demostrado con sus acciones que me amaba, pero escucharlo decir eso… era abrumador.
Alcé mi mano y acaricié su rostro.
—Te amo, Ewan —suspiré uniendo nuestros labios.
Las manos de Ewan se deslizaron suavemente por mi piel, logrando erizar todo mi ser. Ewan sintió mi escalofrío y lo interpretó como otra cosa.
—Deberíamos irnos, no quiero que mi futura esposa se engripe por mi culpa.
Sonreí.
—Gracias por traerme aquí y hacerme sentir especial.
—Lo eres, mi Munay —susurró, su voz grave y cargada de una calidez que me envolvió más que la brisa nocturna.
El suelo estaba frío bajo mis manos cuando sentí los dedos de Ewan rodear mi muñeca con suavidad. No se apresuró, no intentó levantarme de golpe, simplemente me sostuvo, con esa paciencia que siempre tenía conmigo.
Con un leve esfuerzo me ayudó a ponerme de pie, su mano firme sujetó mi cadera, como si fuera mi ancla en medio del desconcierto.
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Editado: 01.05.2025