Cawley.
Abrí los ojos con esfuerzo, como si una niebla espesa se aferrara a mis párpados.
La luz fría del hospital me hizo parpadear varias veces antes de acostumbrarme. Un dolor sordo latía en mi cabeza, como si un martillo invisible golpeara mi cráneo sin descanso. Intenté moverme, pero cada músculo protestó con un ardor punzante; mis brazos y piernas estaban llenos de raspones y moretones.
Entonces, todo regresó de golpe.
El estruendo del metal contra el pavimento, el cristal estallando en mil pedazos, el grito ahogado antes de que todo se volviera oscuridad. Y Ewan…
Mi pecho se contrajo ahogándome en un dolor indescriptible.
Lo último que había visto era su cuerpo inmóvil, su rostro pálido, su mano fría entre la mía.
Un nudo de pánico me cerró la garganta.
Sin importar el dolor que entumecía todo mi cuerpo, me senté en la cama y comencé a quitarme los cables que me ataban a unas máquinas. Las cuales comenzaron a pitar, pero poco me importó, pues, solo tenía una misión: encontrar a Ewan.
De pronto, las puertas se abrieron y varias enfermeras entraron, al verme bajando de la cama corrieron a sujetarme.
—¡Estoy bien! —grité luchando por deshacerme de su agarre—. Solo quiero ver a mi prometido…
—Señorita, no puede bajarse de la cama —me indicó una de las enfermeras tratando de tener ese tono amable y autoritario característico de su profesión.
—Solo necesito saber cómo está —seguí suplicando. Dejé de luchar y repetí luego de una pausa—. Solo quiero saber cómo está mi prometido.
—¿De quién habla? —preguntó una de ellas.
—El hombre que llegó conmigo —declaré con el corazón acelerado.
Las enfermeras se miraron entre sí, como si no supieran de qué les estaba hablando.
—El doctor ya viene, él puede darte más respuestas —comentó la enfermera que parecía más antigua.
—¿Cómo que darme más respuestas? —cuestioné confundida—. Quiero saber del estado de salud del hombre que ingresó conmigo al hospital, ambos estábamos en el auto…
—Usted llegó sola —reveló una de ellas.
Mi corazón se detuvo por unos segundos.
—¿Qué? —logré susurrar. Podía sentir cómo las lágrimas se iban acumulando en mis ojos, distorsionando mi visión—. ¿Cómo que llegué sola? ¿Dónde está mi prometido?
Mi voz se quebró a la par que mis lágrimas comenzaban a caer de mis ojos.
Entrelacé mis dedos sobre las rodillas con el pecho oprimido por una angustia que apenas me dejaba respirar. ¿Dónde estaba? ¿Por qué no me daban respuestas?
El sonido de la puerta abriéndose me sobresaltó. Levanté la vista y vi entrar al doctor. Su expresión era grave, demasiado seria. Demasiado vacía, lo que aumentó el dolor en mi pecho.
—Vine tan rápido como pude —comentó acercándose a mí—. ¿Cómo se siente?
—¿A dónde llevaron a mi prometido? —le pregunté observándolo fijamente—. Él iba conmigo en el auto, le pregunté a las enfermeras, pero ellas no sabían nada. ¿Usted sabe dónde está mi prometido?
El doctor le lanzó una mirada a una de las enfermeras.
—Esperaremos afuera, doctor. —Se dirigió a la puerta y sus colegas la siguieron.
Mis manos comenzaron a temblar y el peso del silencio se volvió insoportable.
El doctor se acercó un paso. Luego otro. Y cuando finalmente habló, su voz sonó tan clara como el filo de una cuchilla.
—Lo siento… Tu novio no llegó vivo al hospital.
El mundo dejó de moverse.
No hubo más sonidos, ni más colores, ni más aire en mis pulmones. Solo el eco de esas palabras perforando mi pecho y el abismo que se abría bajo mis pies.
El aire se volvió pesado, como si el mundo entero se hubiera detenido en ese instante. Mi mente se negaba a procesar las palabras del doctor, pero mi corazón ya las había entendido. Sentí un nudo en la garganta, y antes de darme cuenta, las lágrimas comenzaron a brotar, calientes y descontroladas.
—¡No, no, no, no puede ser! —grité, mi corazón se quebró en mil pedazos. Me llevé las manos al rostro, intentando contener un dolor que era demasiado grande para mi cuerpo. Alcé la mirada topándome de lleno con los ojos del doctor que me observaban con pena—. Lo quiero ver… Necesito verlo.
—Me temo que es imposible —comentó el doctor y sujetó mis manos—. Su familia ya reclamó el cuerpo.
—¡TENGO DERECHO A VERLO! —estallé con amargura—. Ewan es el amor de mi vida, no puede solo decirme que murió y ya…
—Cawley. ¿Me permites tutearte? —Lo miré y me encogí de hombros, como él se refiriera a mí era lo que menos me importaba—. La familia directa es la única que tiene derechos sobre el cadáver de Ewan.
—Yo soy su prometida —sollocé desesperada.
—Pero, no era su esposa —concluyó el doctor—. Le daré una medicación para que descanse y mañana vendré a evaluarla.
—¿Descansar? —solté una risa amarga—. ¡¿DESCANSAR?! Me acaba de decir que el amor de mi vida acaba de morir, ¿y quiere que descanse? Eso no pasará.
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Editado: 01.05.2025