Las Risas Del Detective Yisus.

Capítulo 2: La Abuela y el Misterio del Rodillo.

Yisus y Lía se dirigieron a la calle de los chistes olvidados, un lugar que parecía haber sido creado por un comediante en un mal día. Las casas estaban pintadas con colores estridentes, pero los chistes que decoraban las fachadas eran tan viejos que podrían haber sido escritos en una roca. Cada paso que daban era un recordatorio de que el humor podía ser una cuestión de vida o muerte en San Chistes.

—¿Sabes cuál es el colmo de un electricista? —preguntó Yisus, rompiendo el silencio mientras caminaban.

—No, ¿cuál? —respondió Lía, ya acostumbrada a los chistes de su jefe.

—¡No encontrar su corriente de trabajo!

Ambos rieron, y por un momento, el ambiente se sintió un poco más ligero. Pero el misterio de la risa robada seguía pesando sobre ellos.

Al llegar a la casa de la señora Gilda, se encontraron con una pequeña cabaña adornada con macetas llenas de flores que parecían haber sido elegidas por alguien con un sentido del gusto... muy peculiar. La puerta estaba decorada con letreros que decían cosas como "Cuidado con el perro, ¡y con el chiste!" y "No molestar a menos que traigas galletas".

—Si la abuela está en un estado de ánimo similar al de su puerta, deberíamos estar preparados para todo —dijo Yisus, sonriendo mientras llamaba a la puerta.

La señora Gilda abrió con un ceño que podría haber hecho temblar a un ladrón. Tenía un rodillo de cocina en la mano, como si fuera un arma letal.

—¿Qué quieren? —preguntó, con voz de trueno.

—Hola, señora Gilda. Somos de la Agencia de Humor y venimos a preguntar sobre el robo de la risa de Don Chistoso —dijo Yisus, tratando de sonar profesional a pesar de que estaba un poco intimidado por el rodillo.

—¿Robo de la risa? ¡Eso es un asunto serio! —exclamó la abuela, pero su mirada se ablandó un poco—. Aunque no tan serio como el día que mi gato decidió hacerse vegetariano. ¡Ahora solo come lechuga!

—Eso suena... interesante —dijo Yisus, tratando de seguir el hilo de la conversación—. Pero volviendo a Don Chistoso, ¿tiene alguna idea de quién podría haberle robado la risa?

La abuela suspiró y dejó caer el rodillo sobre la mesa.

—Siempre he tenido mis sospechas sobre el loro de la tienda de antigüedades de al lado. Ese pájaro tiene más secretos que un mago en una convención de payasos.

—¡Un loro ladrón! Eso es un giro inesperado —dijo Lía, fascinada—. ¿Qué hace que sospeches de él?

—Porque cada vez que pasa un chiste cerca de su jaula, se ríe como si tuviera un sentido del humor que no le pertenece. Esa ave es más sospechosa que un gato en una tienda de ratones —respondió la abuela, con una sonrisa traviesa.

—Entonces, ¿qué hacemos? —preguntó Yisus, sintiendo que el misterio se volvía cada vez más interesante.

—Voy a enseñarte cómo atrapar al loro. Primero, necesitamos un poco de cebo —dijo Gilda, mirando a su alrededor.

—¿Cebo? ¿Qué tipo de cebo? —preguntó Lía, intrigada.

La abuela se recostó en su silla y pensó por un momento.

—Un buen chiste, por supuesto. Hay un viejo truco que dice que si un loro se ríe, se vuelve más susceptible a los chistes. Así que necesitamos un chiste que sea tan bueno que no pueda resistirse.

Yisus sonrió, emocionado.

—¡Perfecto! Tengo un arsenal de chistes en mi cabeza. Aquí va uno: ¿Sabes por qué el libro de matemáticas se deprimió?

—No —respondió Lía.

—¡Porque tenía demasiados problemas!

La abuela comenzó a reírse, y Yisus se sintió triunfante.

—¡Eso es! ¡El loro no podrá resistirse a un buen chiste! —exclamó.

Así que, armados con un par de chistes más y el apoyo moral de la señora Gilda, se dirigieron a la tienda de antigüedades, donde el loro conspirador estaba a la espera. La tienda era un laberinto de objetos extraños: desde relojes que no funcionaban hasta cuadros de paisajes que parecían tener más vida que sus pintores.

—¿Cómo se llama el loro? —preguntó Lía.

—Su nombre es Pío, y lo he llamado así porque, bueno, es un loro, ¿no? —contestó Gilda, con una sonrisa satisfecha.

Cuando entraron, el dueño, un anciano con gafas y una barba que parecía haber sido alimentada por la sabiduría de mil chistes, los miró con curiosidad.

—¿Qué quieren? —preguntó, con voz de trueno similar a la de Gilda.

—Estamos buscando al loro Pío —dijo Yisus, tratando de sonar convincente—. Escuchamos que tiene un talento especial para el humor.

—¿Talento? Ese loro tiene un humor más seco que un chiste de matemáticas. Pero adelante, está en la jaula de atrás.

Yisus y Lía se dirigieron hacia la jaula, donde Pío los miraba con ojos astutos.

—Hola, Pío. ¿Te gustaría escuchar un chiste? —preguntó Yisus, sintiéndose como un comediante en su primer show.

El loro hizo un gesto como si estuviera considerando la oferta.

—¿Qué tipo de chiste? —preguntó Pío, con una voz melodiosa que sorprendió a ambos.

Yisus no podía creerlo. ¡El loro hablaba!

—¿Qué te parece este? ¿Por qué los pájaros no usan Facebook?

Pío arqueó una ceja, curioso.

—No lo sé, ¿por qué?

—Porque ya tienen Twitter.

El loro soltó una risa estruendosa, y Yisus se sintió como si hubiera ganado un premio.

—¡Eso es! —exclamó—. ¿Sabes algo sobre el robo de la risa de Don Chistoso?

Pío, aún riendo, empezó a mover su cabeza de lado a lado.

—¡Oh! Eso fue un trabajo de un grupo de comediantes enojados. Les dijeron que sus chistes eran malos, y decidieron robar la risa de Don Chistoso como venganza.

—¿Comediantes enojados? —preguntó Lía—. ¿Tienes sus nombres?

Pío se encogió de hombros.

—No, pero sé que se reúnen en el bar “La Risa Perdida”. ¡Es un lugar donde la comedia va a morir!

Yisus y Lía intercambiaron miradas, sabiendo que tenían que seguir esa pista.

—Gracias, Pío. Eres un loro muy inteligente —dijo Yisus, mientras se preparaban para salir.

—Y tú eres un detective muy gracioso —respondió el loro, haciendo reír a todos una vez más.



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En el texto hay: humor, detective privado

Editado: 11.12.2025

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