Las Risas Del Detective Yisus.

Capítulo 3: La Tarde en "La Risa Perdida".

La fachada del bar "La Risa Perdida" era todo un espectáculo. Las luces de neón parpadeaban como si quisieran hacer una llamada de emergencia a los chistes en peligro. Un letrero desgastado decía: **“Aquí las risas son gratis, pero el dolor de barriga cuesta un dólar”**. Yisus y Lía intercambiaron miradas cómplices; si el lugar tenía ese lema, sabían que estaban en el sitio correcto para encontrar a los comediantes enojados.

Al entrar, el ambiente era una mezcla de risas, risotadas y un aire de desesperación que solo se puede sentir cuando tienes un chiste que no funciona. El escenario estaba repleto de micrófonos, y los comediantes que actuaban parecían estar en una competencia por el título de "El Rey del Chiste Más Malo".

—¡Wow! Este lugar tiene más chistes malos que un concurso de papas —comentó Lía, mientras se movían entre las mesas.

—O más bien, una reunión de ex-alumnos de la escuela de comedia —añadió Yisus, tratando de mantener la seriedad mientras observaba a un tipo que contaba un chiste sobre un pez que se convirtió en un perro. Nadie se reía.

Se acercaron a la barra, donde un barman con una cara de aburrimiento extremo les sirvió dos limonadas.

—¿Qué hacen aquí? —preguntó, sin levantar la mirada.

—Estamos buscando a unos comediantes que han estado robando risas —dijo Yisus, intentando sonar convincente.

—¡Ah, eso! —dijo el barman, finalmente mostrando interés—. Esos tipos están por aquí. Se hacen llamar “Los Chistosos Tristes”. Creen que si hacen reír a la gente, sus propios chistes se volverán buenos.

—¡Espera! —interrumpió Lía—. ¿No es eso contradictorio?

—¡Exactamente! —respondió el barman, riendo—. ¿Sabes por qué los pájaros no usan Facebook? Porque ya tienen Twitter.

Ambos se rieron, y Yisus se sintió aliviado de que su sentido del humor estuviera en terreno fértil.

—Gracias, amigo —dijo Yisus—. ¿Sabes dónde podemos encontrar a esos comediantes?

El barman señaló hacia una esquina oscura del bar, donde un grupo de tres hombres se reía en voz baja, como si compartieran un secreto que solo ellos entendían.

—Ahí están. Y si se atreven a contar un chiste, prepárense para escuchar las peores versiones de los clásicos.

Yisus y Lía se acercaron, y tan pronto como lo hicieron, uno de los hombres, con una gorra de béisbol y una camiseta que decía “Chiste en Proceso”, levantó la vista.

—¿Quiénes son ustedes? —preguntó, con una mezcla de desconfianza y curiosidad en su voz.

—Soy Yisus, el detective de San Chistes, y esta es mi asistente, Lía. Estamos investigando el robo de la risa de Don Chistoso —explicó Yisus.

—¿Robo de la risa? —repitió otro de los comediantes, sacudiendo la cabeza—. Eso suena como un chiste muy malo.

—Más bien, es un chiste que se ha vuelto real —dijo Lía, bromeando—. ¿Tienen alguna pista?

—Bueno, sí —dijo el tercer comediante, que llevaba unas gafas enormes—. Pero primero, ¿pueden soportar un chiste nuestro?

Yisus se cruzó de brazos, desafiando con una sonrisa.

—Adelante, pero no prometo reírme.

El comediante se aclaró la garganta.

—¿Por qué los pájaros no usan WhatsApp?

—No lo sé, ¿por qué? —preguntó Lía, ya sintiendo que estaba a punto de escuchar otro chiste malo.

—¡Porque ya tienen Twitter!

El grupo estalló en risas mientras Yisus y Lía se miraban, sabiendo que estaban atrapados en una telaraña de humor malo.

—Eso fue... revulsivo —dijo Yisus, intentando ser diplomático.

—¡Eso es lo que hacemos! —gritó el de la gorra—. Estamos en una misión para demostrar que el humor ha muerto. Pero si rescatamos la risa de Don Chistoso, podría cambiarlo todo.

—¿Por qué harían eso? —preguntó Lía, intrigada.

—Porque queremos ser los mejores comediantes, ¡y necesitamos que la ciudad vuelva a reírse! —respondió el que usaba gafas—. Pero no sabemos quién pudo haber robado la risa.

—¿Y qué hay del loro que se ríe? —interrumpió Yisus—. Dicen que ustedes lo conocen.

Los comediantes se miraron entre sí, preocupados.

—Pío es un loro problemático —dijo el que llevaba la gorra—. Siempre se ríe de nuestros chistes malos. Pero no creo que sea el ladrón de risas.

—¡Eso es! —exclamó Lía—. Si Pío se ríe de ustedes, ¡no pueden ser tan malos!

Volvió a plantear la cuestión.

—¿Tienen alguna enemistad con Don Chistoso?

—Solo una pequeña —dijo el hombre de las gafas, nervioso—. Dijo que nuestros chistes eran peores que un gato en un concurso de perros.

Yisus sonrió, sabiendo que la situación se complicaba.

—Entonces, ¿dónde podemos encontrar a Don Chistoso?

—En su club de comedia, El Gran Chiste. Pero ten cuidado, es un lugar donde los chistes tienen más poder que el café de la mañana.

—Gracias, chicos. ¡Tienen un gran sentido del humor! —dijo Yisus, mientras se levantaban.

—¿Por qué? ¿Te gustaron nuestros chistes? —preguntó el de la gorra, con un brillo en los ojos.

—No, pero son un buen recordatorio de por qué la comedia puede ser un arma de doble filo —respondió Yisus, sonriendo mientras se alejaban.

Con un nuevo destino en mente, Yisus y Lía se despidieron de "La Risa Perdida" y se dirigieron a "El Gran Chiste", listos para enfrentar a Don Chistoso y descubrir la verdad detrás del robo de la risa. Pero a medida que se acercaban, Yisus no pudo evitar pensar en lo que su próximo chiste debería ser.

—Lía, ¿sabes por qué los esqueletos nunca pelean entre sí?

—No, ¿por qué? —preguntó Lía, ya preparada para reír.

—Porque no tienen agallas.

Ambos estallaron en carcajadas, y el eco de su risa resonó en las calles de San Chistes, como un recordatorio de que, a pesar de los problemas, siempre había espacio para el humor. Y con eso, se adentraron en el club, listos para enfrentar lo que fuera que el destino les había preparado.



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En el texto hay: humor, detective privado

Editado: 11.12.2025

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