Y el efímero anochecer llegaba con impaciencia, sabiendo lo que esperaba con ansias. Era el momento en el que el sol caía cuando recobraba mi sentido aventurero. La inefable ilustriación de la luna se alzaba en el aún claro cielo, mientras que las nubes se iban alejando acompañando al sol, como fantasmas, apartándose en el olvido. Lo único que brillaba en ese momento era el deslumbrar de las luciérnagas.
Escudriñé el sonido del viento carente en ese silencio, ojeé el color de las hermosas flores y miré el pequeño bosquejo de plantas a mi derecha, mientras que mis huesos crujían por el frío de aquella noche de octubre, esperando lo que muchos creerían sueños, ideas o más bien locuras. Porque, para los oídos de las personas, mis palabras se oían como historias sacadas de un libro de ciencia ficción...pero mi discurso no era delirio de mi ego, aquellas palabras salían del asombro por mi afortunado hallazgo.
La noche cayó, la luna dejó de observar a lo lejos, y el arrebol se tornó azul oscuro, ocupando e iluminando el cielo con las estrellas más acordes a una noche tan especial. Y mis energías crecieron, porque al llegar la hora, mi mundo sería iluminado por la luz de sus ojos, la cual se convertiría en mi único paisaje.