-Buenos días, Mayleen.-saludó Eddie.
-Buenos días, señor.
-¿Qué te puedo servir?
-Con una taza de café estaré bien.
Se alejó con una sonrisa dibujada en sus labios. Pero ésta se borró cuando alguien entró al local. Traje negro, zapatos elegantes, que sin lugar a dudas presentaban antigüedad. Sus ojos marrones eran impetuosos, pero era su manera de caminar, algo renga y extraña, lo que más llamaba mi atención. El hombre tosió, llevándose un pañuelo de encaje blanco a su rostro. No mostró interés alguno en presentarse.
-Buenos días, señor, ¿Qué necesita?-preguntó Eddie confundido. Hacía tiempo que no veía un turista.
-Necesito la verdad.¿Quiénes son todos ustedes? ¿Quién de ustedes lo hizo? ¡Díganme!
"Samuel Reeds", pensé para mis adentros, "el hombre cuya esposa desapareció.
Samuel Reeds, un hombre de unos cuarenta años, había perdido a su esposa hacía unas semanas. Se decía que la mujer lo abandonó y se escapó con otro hombre, y que él sólo se negaba a la idea.
-¿De qué habla, señor?
-Mi esposa, una mujer hermosa, con cabello rubio y enrulado, ojos verdes...fue a un viaje de trabajo hace ya un mes. Tendría que haber vuelto hace dos semanas, ¡Pero no lo hizo! Según mis contactos, la última vez que se supo de ella, se hospedó aquí, ¡En este mismo pueblo!-su voz era ronca, y el aroma a alcohol que ahora emanaba de su cuerpo era tal que podía olerse desde mi asiento.
-Tranquilícese. Déjeme llamar al comisario. Está armando un escándalo por lo que quizá no es nada. Mejor aún, ¿Por qué no va a su hogar? De seguro su esposa lo está esperando...
-¿Usted está loco, señor? ¿Cree que no sé cuándo le sucede algo a mi esposa? ¡Ella nunca haría algo así!
Eddie me hizo señas para ir a buscar a Marvin. Pero ya era tarde, el alboroto causado por los gritos lo llamó.
-¿Quién eres y qué haces aullando a tales horas?-vociferó Marvin con disgusto.
-¡Tú debes ser el comisario! ¡¿Qué tu tarea no es cuidar de los que se encuentran bajo su vista?! ¡¿Qué clase de comisario eres?! ¡Eres un vago, inmundo!
-¡Cuida tu boca!-clamó Marvin, su rostro se enrojeció de la furia.
Parecía como si Samuel tuviese la intención de generar una mueca de furia en el rostro del comisario. Lo cual, si soy sincera, no era muy difícil de lograr. Su carácter era algo peculiar, no poseía un gran sentido del humor. Y, de las pocas veces que hablé con él, en ninguna de ellas logré sacarle una sonrisa.
-Si esto es por tu esposa, ya le dije al detective que se fue antes de la niebla, que yo mismo lo supervisé.
-¡Mentiras! ¡Algo le sucedió, lo sé!
-Mi consejo para ti, Samuel, es tomar mucha agua y pedirle una aspirina a alguien, la necesitarás dentro de unos minutos.
-¡No estoy borracho!
-Samuel...
-¡¿Dónde está mi esposa?!
El comisario calló. Extraño en él, su personalidad no solía ser de esa manera. No se mantenía callado, y si lo hacía, sus muecas y expresiones representaban lo que en verdad pensaba. Pero esta vez se quedó inmóvil, paralizado. Como si de verdad ocultara algo. Impaciente y con sus venas a la vista, tomó con fuerza al hombre del brazo y se lo llevó directo a la comisaría. Sin embargo, no pudo callar los gritos de éste, los cuales se asimilaban a los de un niño que quería a su madre. La piel se me erizó. Porque pocos minutos después, el cuerpo de una mujer fue encontrado a pocas calles de la cafetería...justo en el límite del pueblo.