Marcela Vallés, la difunta madre de Catalina, fue una mujer llena de belleza y refinamiento, con una presencia que destellaba delicadeza. Era el deseo de todos los hombres y la envidia de las mujeres. Cuando se casó con Juan Gonzales todo el mundo hablaba de la bella pareja que eran, de como aquel hombre viril y con presencia imponente había caído ante los encantos de Marcela Valles. Tiempo después de casarse Catalina llego a su vida.
Vivían en una casa hecha de concreto, ladrillo y madera, bastante grande para una familia de tres. Con cerámica brillante en el suelo, ventanas de vidrio y una chimenea en el centro de la casa, Catalina vivió en aquella enorme casa. Para cuando ella había llegado a la primavera de sus trece años su padre murió de una fuerte enfermedad, quedando ella y su madre en lo que antes había sido su hogar.
Marcela Gonzales paso a ser Marcela Valles, no volvió a casarse pero los pretendientes jamás faltaron, pues a pesar de su edad, aquella belleza con la que Dios disidió enviarla no se desvanecía o cambiaba. Marcela Valles seguía siendo igual de hermosa e inalcanzable.
Pero aun así, al igual que estas rosas, poco a poco se fue marchitando.