Ayer al mediodía, Catalina entro a mi despacho, traía un sombrero de paja blanco y un vestido de color crema, fino y de algodón. Su delicada figura apareció por la puerta de mármol y su inigualable olor dulce invadió el pequeño cuarto. Se quitó el sombrero y con una sonrisa hablo.
-Me casare con Dominique -Una tenue sonrisa apareció en su rostro-. Sera en tres días, me encantaría que fueras.
Las palabras llenas de ironía salieron de mi boca, alegando que era un honor que la novia viniera a invitarme personalmente, a este humilde servidor que no podía caer más bajo ante la belleza de la futura señora de O'Brian. Catalina volvió a sonreír antes de que me hiciera jurarle que asistiría para poco después abandonar mi oficina.
Aun hoy el olor dulce de su presencia está presente y, a cada momento en que mis ojos se enfocan en la silueta del jarrón de rosas, solo puedo pensar en ella. Y cada vez que veo el rojo de aquellos pétalos, simplemente puedo recordar el carmesí de la sangre.