Las rosas saben a sangre.

Décimo segundo pétalo.

El olor a rosas inunda el aire, los pétalos danzan al compás del viento creando un espectáculo sublime a la vista de cualquier ser. Acompañado del canto de los pájaros y la primavera que nos deja, la procesión de un velorio va camino al cementerio.

La bella Catalina nos ha dejado...

Mientras el llanto de miles se escucha desde lejos, mi vista se mantiene en el ramo de rosas que descansa en su ataúd. Todos murmuran, todos se lamentan, pero nadie supo lo que yo sabía.

Yo bien dije que Marcela Valles fue una mujer encantadora, de una mirada fuerte y una presencia que embelesaba a todos, yo también sucumbí a sus encantos pero a diferencia de muchos yo no vi a aquella amante que complacía los placeres bajos del hombre, en su lugar encontré a una pequeña niña, asustada y entristecida por la pérdida de aquel que alguna vez amo.

Pero también lamento decir, que así como yo caí, también lo hizo Dominique O'Brian.

Él se enamoró de Marcela desde el momento en que la vio, a pesar de ser la madre de la mujer que lo amaba, O'Brian vio en ella el amor que buscaba. Las visitas a Catalina simplemente era su tapadera; vestido con ropa fina, acicalado y perfumado y, con un bello ramo de rosas O'Brian se dirigía a la casa Valles con disposición de encontrarse con su amada Marcela. Le confesaba su amor a los cuatro vientos y juraba ante Cristo que jamás dejaría de amarla. No le importaba dejar a Catalina por ella, él se lo había dejado en claro. Aun así Marcela jamás antepuso su bienestar a su hija, aquella que era el vivo recuerdo del amor que compartió con su esposo, negándose así a las confesiones de Dominique.

Pese a eso, él jamás se rindió, pero lo que Dominique no sabía, es que aquellas rosas que el entregaba con amor, también tenían espinas que lastimaban. No hay que ser muy inteligente para adivinar que la hija Valles se enteró de la traición de su amado. Tampoco hay que serlo para saber que paso después.

Catalina escucho sin querer una conversación entre su madre y Dominique, dejando en claro que este jamás la amaría como a la bella Marcela Valles.

Aquello destrozo su corazón, al igual que su poca cordura.

Y días después Marcela Valles falleció...

Dominique jamás pudo olvidar a Marcela. Catalina lo tenía claro. El compromiso y la boda solo eran una farsa, una farsa bien intencionada; lo que todo el mundo veía como una pareja feliz no era más que el inicio de una bomba desastrosa que pronto explotaría. Y sus resultados se pudieron ver en los ataúdes de Dominique y Catalina O'Brian.

En medio del cansancio y la locura, Catalina asesino a su esposo para poco después hacerlo consigo misma. Ella estaba cansada y harta. Toda su vida había visto como su madre robaba el amor de los hombres que más quería, el de su padre y él su amado Dominique.

Días antes de que todo sucediera, la carta de la bella Catalina llego a mis manos; en ella, se despedía con gran elocuencia y gracia, a la vez que decía enviarme su último regalo, una hermosa rosa roja.



#31141 en Otros
#9994 en Relatos cortos
#13096 en Thriller
#7451 en Misterio

En el texto hay: rosas

Editado: 25.07.2018

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.