Las Ruinas del Verano

Capítulo 2 - Natalie (Flashback)

Hace dos años, Toscana, Italia.

Nunca me había sentido tan cansada y tan feliz al mismo tiempo.

Egresar de Medicina es como correr un maratón con una mochila llena de libros. Cuando por fin cruzas la meta, nadie te dice que el cansancio no desaparece… solo se transforma.
Mi familia estaba orgullosa. Mamá lloró en la ceremonia —algo raro en ella— y Richard no dejaba de repetirle a todo el mundo que “su hija” era doctora. A veces me costaba procesar que sí, lo había logrado. Pero entre abrazos, cenas de celebración y fotos con toga, mi mente solo pensaba una cosa: necesito escapar antes de que todo empiece otra vez.

La residencia no espera a nadie. Y yo… yo no sabía cuándo volvería a tener un mes libre. Así que tomé una decisión.

Mi amigo James, con quien compartía un vínculo muy particular —una mezcla de complicidad, confianza y silencios cómodos—, me escribió un mensaje a los pocos días del egreso:

“Mi villa en Italia va a estar vacía. ¿Por qué no te vas un rato allá? Te va a hacer bien. Lo digo en serio. Consideralo mi regalo de graduación.”

No dudé mucho. Lo conocía lo suficiente como para saber que lo decía con cariño, no con compromiso.

Y aunque en casa nunca me faltó nada, hacía tiempo que ya no me sentía del todo cómoda pidiendo dinero. Ya era mayor de edad, egresada, y aunque no podía trabajar formalmente durante la carrera, había logrado generar algo propio con las canciones que componía en silencio. Lo justo para cubrir un boleto y vivir tranquila un mes.
Así que lo hice. Compré el vuelo.
No le dije a nadie, salvo a mi hermano.

Me senté en el avión con una libreta vacía, un nudo en el estómago y una playlist de canciones que casi nadie conocía —incluyendo algunas mías.

La villa era preciosa. Rústica, rodeada de cipreses y lavandas. El tipo de lugar donde el tiempo parece ralentizarse solo para que te permitas respirar.
James me había advertido: “La piscina es compartida con la villa de al lado, pero casi nunca hay nadie. Igual, si aparece alguien, seguro no será peor compañía que tus pensamientos.”

Dejé la maleta, me puse un traje de baño y una camisa ligera encima. Salí a caminar por el pueblo. Comí pasta fresca, caminé por calles empedradas sin mapa, y me prometí a mí misma que ese mes no iba a pensar en hospitales, en turnos ni en responsabilidades.

Al volver, me tiré en un camastro junto a la piscina con una copa de vino blanco. Cerré los ojos. Respiré hondo.

Y entonces lo vi.

No me vio. Estaba del otro lado de la piscina, de espaldas. Caminaba con una toalla al hombro, como si el sol no le afectara y el tiempo tampoco.
Alto. Tranquilo. Seguro sin parecer engreído. Tenía esa energía de alguien que no necesita esforzarse para que lo miren.

No supe quién era… hasta que lo vi bien.

Y aunque intenté ignorarlo, supe en ese instante —sin cámaras, sin trajes ni escenarios— que ese hombre era Henry Smith.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.