Presente
—¿Así que tienes una hija? —pregunté, tratando de sonar casual, aunque mi mente seguía atrapada en la imagen de la joven en la fotografía.
Richard asintió con orgullo, sirviéndose un poco más de vino.
—Sí, Natalie. Es hija de Eleanor, pero yo la crié desde que era pequeña. La considero mía en todos los sentidos.
Eleanor, sentada a su lado, sonrió con esa mezcla de ternura y firmeza que parecía ser su forma natural de estar en el mundo.
—Es residente de segundo año en Medicina Interna —agregó—. Prácticamente vive en el hospital, por eso no está esta noche.
—Tiene sentido —respondí, asintiendo con interés. No me sorprendía que su hija estuviera en Medicina, conociendo la vocación de Eleanor. Pero aun así, algo en la imagen que guardaba de Italia se desacomodó un poco.
La imagen en mi cabeza —la del camastro, la del vino blanco y la piscina— no encajaba del todo con la de una joven médica abrumada por turnos y pacientes.
—Siempre fue determinada —continuó Eleanor—. A los quince ya sabía que quería Medicina. Aunque, si te soy honesta, también tiene una sensibilidad muy especial para la música. Compone desde chica, pero nunca le gustó estar en el centro del escenario.
—Eso sí lo heredó de su hermano —interrumpió Richard con una sonrisa—. Aunque él estuvo en el foco un buen rato.
El hijo, que hasta entonces había estado escuchando en silencio, rió por lo bajo.
—Tuve mi momento, sí. Pero ahora prefiero otras cosas… más tranquilas —dijo, encogiéndose de hombros.
La conversación fluyó. Me hablaron de cómo se conocieron: un congreso de cine donde Eleanor, entonces abogada joven pero brillante, estaba negociando un contrato de derechos para un compositor algo problemático. Richard quedó encantado desde la primera vez que la vio discutir con firmeza y sin levantar la voz.
—Yo era un idiota con mucho ego —bromeó él—. Y ella me puso en mi lugar sin pestañear. Supe que tenía que casarme con ella o perderme de una vida interesante.
Eleanor le dio un golpecito suave en el brazo.
—Nos tomó un tiempo. Ambos veníamos de matrimonios anteriores. Pero cuando decidimos intentarlo, fue con todo.
—Y los chicos… —añadió Richard—. Fue como si siempre hubieran sido hermanos. Nunca hubo rivalidades. Son distintos, pero se cuidan más de lo que muestran.
No dije nada. Asentí con una sonrisa y tomé un sorbo de vino.
En mi cabeza, la foto seguía ahí.
Y el rostro de Natalie —si realmente era ella— se dibujaba con más fuerza de la que quería admitir.
No lo dije en voz alta, pero algo dentro de mí sabía que si era la misma mujer que conocí en Italia… el mundo acababa de volverse mucho más pequeño de lo que parecía.