Italia, Día 2
La primera noche dormí como si me hubieran apagado.
El tipo de sueño profundo que no tiene sueños. Solo pausa.
Antes de eso, me tomé la copa de vino en el camastro, vi cómo el tipo —Henry— cruzaba con paso relajado hacia su villa y desaparecía tras la puerta de madera clara. Como si no supiera que acababa de desatar un pequeño huracán en mi pecho.
No me saludó. No tenía por qué hacerlo. Yo tampoco lo saludé. Solo lo miré, en silencio, como se miran las cosas que parecen irreales.
Al terminar mi copa, me metí al agua. Estaba tibia, salada, inmóvil. Nadé un poco y salí cuando el cielo empezó a oscurecerse. Me duché, me puse una camiseta vieja y dormí antes de las diez.
A la mañana siguiente, el aire olía a pan recién horneado y lavanda.
La villa de James tenía una cocina pequeña pero encantadora. Preparé café, tostadas con aceite de oliva y tomate, y me senté en la mesa del jardín, justo frente a la piscina.
Estaba escribiendo unas frases en la libreta —versos sin forma aún— cuando una mujer apareció por la puerta trasera.
—Buongiorno, signorina —dijo con una sonrisa amable. Era de mediana edad, con el cabello recogido y un delantal floreado.
—Buongiorno —respondí, poniéndome de pie.
—Soy Paola. Vengo a hacer la limpieza, como cada dos días. ¿Es usted amiga del signore James?
—Sí, algo así —dije, sin entrar en detalles.
Nos dimos la mano. Me preguntó si necesitaba algo, le agradecí y le dije que todo estaba perfecto. Luego siguió hacia el interior de la casa y yo volví a mis tostadas.
Y entonces, sin previo aviso, sentí una sombra detenerse al borde del jardín.
Levanté la vista.
Era él.
Henry Smith.
Con gafas oscuras, camiseta blanca y una sudadera en la mano.
—Buenos días —dijo, con una voz más cálida de lo que esperaba.
—Buenos días —respondí, tratando de que mi corazón no lo notara.
—¿Eres la novia de James?
Me atraganté un poco con el pan.
—¿Perdón?
—James, el dueño de esta villa. Pensé… no sé. Estás aquí sola, compartimos piscina. Supuse que eran pareja.
—No —me apresuré a decir—. No, solo somos amigos. Me la prestó porque sabía que necesitaba un descanso.
Él asintió, como si eso explicara muchas cosas.
—Buen tipo, James —murmuró.
Se quedó ahí, unos segundos. No parecía tener prisa, aunque estaba vestido como si estuviera por salir a correr.
—¿Y tú? —pregunté, sin poder evitarlo—. ¿Estás de vacaciones?
—Algo así —respondió—. Me estoy tomando un respiro. Escapando un poco del ruido.
Sus palabras me tocaron un punto que no esperaba.
—Entiendo. Yo también.
Nos miramos.
No con intensidad, ni con dramatismo. Solo como quien reconoce algo familiar en el otro, aunque no sepa qué.
—Soy Henry —dijo, extendiendo la mano.
Sabía quién era. Por supuesto que lo sabía. Pero fingí dudar un segundo.
—Natalie.
Le estreché la mano. Su piel estaba cálida. Su apretón, firme pero no agresivo.
—¿Puedo robarte un sorbo de ese café?
Me reí. No sabía si estaba siendo encantador o simplemente insolente, pero le pasé mi taza sin pensarlo mucho.
—No es nada especial —le advertí.
Bebió. Luego asintió, devolviéndomela.
—Sí lo es.