Presente – Reencuentro
La escuché antes de verla.
Su voz, familiar, viva, sonó desde la entrada como una vibración que se me metió directo en el pecho.
“¡Mamá, papá, ya llegué!”
Mi cuerpo se tensó al instante.
Podía engañar a cualquiera en una cena, en un rodaje, incluso frente a millones de espectadores.
Pero no podía engañarme a mí mismo.
Era ella.
Natalie.
El nombre me golpeó con la fuerza de una ola que creí lejana.
Antes de poder reaccionar, la sentí entrar al comedor. Lo supe sin necesidad de girarme. La energía cambió, el aire se volvió más denso, más eléctrico.
Y entonces Richard, animado como siempre, se levantó y dijo con entusiasmo:
—Natalie, llegaste justo a tiempo. Quiero presentarte a alguien. Este es Henry, el actor con el que te dije que estoy trabajando en el nuevo proyecto.
Me giré.
Y la vi.
No había cambiado. O tal vez sí, pero seguía siendo ella.
La Natalie que me hacía reír en las noches de vino.
La que se quedaba en silencio cuando le dolía algo.
La que escribía canciones en hojas dobladas y nunca las mostraba.
Por un segundo —uno solo— deseé romper todo protocolo, abrazarla como solía hacerlo en Italia, besarla como si el tiempo no hubiera pasado.
Pero sabía que eso era imposible.
Me limité a observarla.
—Un gusto, Henry. Soy Natalie —dijo con una sonrisa perfecta y la voz más neutral que había escuchado salir de sus labios.
Me rompió un poco.
Y sin embargo, me aferré a su nombre.
—Igualmente… Natalie —murmuré, tragándome todo lo demás.
Y entonces, Richard, ajeno a la corriente subterránea, volvió a hablar:
—Nats, siéntate con nosotros. Estoy seguro que no has comido nada desde ayer, ¿cierto?
Ella dudó. Lo vi en sus ojos. Pero al final asintió y se sentó justo al otro lado de la mesa.
Casi podía estirar la mano y rozarla, pero estábamos a kilómetros de distancia.
La cena transcurrió como si nada.
Conversaciones sobre cine, música, política.
Risas, comentarios, miradas cruzadas entre los demás.
Menos entre nosotros.
Natalie no dijo una palabra más dirigida a mí.
Y yo fingí comer, fingí estar presente, mientras por dentro no hacía más que revivir cada minuto de aquel mes.
La forma en que me miraba cuando estaba distraída.
El modo en que me corregía con suavidad cuando pronunciaba mal una palabra en español.
La canción que me cantó al oído, sin decirme que era suya.
Ya no podía. Por más que lo intentara, no podía seguir fingiendo normalidad. Esa cena estaba a punto de romperme por dentro.
El día había sido largo, tenso. Y verla ahí, a metros de mí, sin tocarme, sin mirarme como solía hacerlo… era insoportable. Todo mi cuerpo estaba en tensión, como si la contuviera a ella en cada fibra. Quería hablarle, gritarle, preguntarle si aún me pensaba, si lo nuestro había significado algo o si para ella solo fue un recuerdo bonito de un verano.
Pero no podía hacerlo. No frente a sus padres.
Solté los cubiertos con más firmeza de la que pretendía y limpié con lentitud mis labios con la servilleta. Fingí una sonrisa que apenas sostuvo su forma.
—Disculpen —dije, dirigiéndome a todos—. Ha sido un día muy pesado. Creo que me retiraré.
Eleanor me miró con una leve expresión de preocupación, pero sin sorpresa. Richard, atento como siempre, asintió con comprensión.
—Por supuesto, Henry. Gracias por venir.
—Sí —dijo Eleanor, poniéndose de pie casi al mismo tiempo que yo—. Entendemos que ha sido un día complicado.
Ambos se levantaron y me acompañaron al pasillo, con esa cortesía que solo se da cuando algo más flota en el aire.
Antes de salir del comedor, me volví hacia ella. Natalie seguía sentada. Ni siquiera levantó la mirada.
—Un gusto —dijo, como si fuéramos extraños.
“Un gusto”, pensaba, mientras su voz suave me atravesaba el pecho. Esa distancia, esa frialdad… era el escudo que se había puesto. Y no podía culparla. No después de todo.
Escuché su voz de nuevo, apenas un murmullo, mientras Eleanor recogía un abrigo y Richard apagaba las luces del recibidor.
—Me voy a dormir —dijo Natalie, aún desde el comedor, sin levantar la mirada—. Estoy cansada. Buenas noches.
Me quedé de pie, a mitad del pasillo, con la voz atrapada en la garganta.
—Natalie…
Ella se giró apenas, lo suficiente para encontrarme con esos ojos que conocía demasiado bien.
Y en ese instante, yo solo quería que dijera algo. Lo que fuera. Algo que me hiciera quedarme. Algo que me diera una señal de que no todo estaba perdido.
Pero en lugar de eso, bajó la mirada apenas un segundo, y dijo con voz suave: