Transcurrieron siete días en el viaje de la Dama Blindada hasta el pueblo de Shelley, donde se encuentra el Gremio Lynch. El lugar estaba en la zona central de la región Viken, un pueblo con un abundante bosque a su alrededor junto con una variable flora y fauna.
Los habitantes del lugar se especializaban en el pastoreo de rebaños de ovejas y cabras, además de poseer una gran cantidad de granjas que proporcionaban alimento para la población.
Estaba anocheciendo cuando por fin llegó a la zona residencial, la joven se dirigió con su caballo hasta su hogar; una casa construida con madera de pino y el tejado estaba armado con cerámicas bastante deterioradas, por el tiempo que había transcurrido sobre ellas.
Una vez que dejó al caballo amarrado bajo parte del techo, se dispuso a entrar para encontrarse con su refugio tal y como lo había dejado antes de irse a cumplir su trabajo como cazarrecompensas. Aunque había una sensación extraña que le acongojaba, la voz de la joven de ojos azules seguía resonando en su mente: “Reúnete conmigo en el Gremio Lynch”.
Como ya era de noche lo único que quería hacer era descansar, así que se quitó el yelmo, la coraza y las protecciones, sus armas y posteriormente se cambió la ropa por otra que tenía limpias en su armario, vio su cama con deseo y recostándose cerró los ojos para dormir.
A la mañana siguiente abrió los ojos observando su techo de madera, con algunas pequeñas ramas y astillas casi desprendiéndose. Observo su coraza, la ropa sobre una silla y sus armas a un costado esperando a ser cargadas nuevamente.
Se levantó para ponerse ropa limpia; una camiseta de tela verde, pantalones cafés, botas negras, guantes de tela y una capa con capucha de color gris, quería comer y sólo tenía frutas en una cesta. De camino a la salida tomó su arco y seis flechas y salió por la puerta. Como su casa estaba rodeada por el bosque, era muy probable que por los alrededores deambularan animales para cazar, algo de carne era urgente para su estómago.
Luego de caminar por unos cuantos minutos, dio con el rastro de un ciervo que había estado pastando hacía poco por el sector. Comenzó a rastrear las pisadas en la tierra y el pasto buscando pistas de su paradero, pero no hallaba nada.
Cuando halló una pequeña huella hundida en barro, alzó la mirada y descubrió al ciervo que estaba buscando. Un majestuoso ejemplar permanecía de pie con sus orejas levantadas, completamente quieto. La joven se movió muy lento para sacar una flecha y dejarla lista para tensar la cuerda del arco, dejó el brazo izquierdo firme y apuntó directamente al pecho del animal.
En ese momento un grupo de aves se puso a trinar, el ciervo se echó a correr hacia el otro lado de la joven para decepción de ella, que soltaba la tensión del arco para regresar la flecha a su carcaj.
Tras seguirle nuevamente el rastro, la muchacha encontró al ciervo junto a un arroyo bebiendo agua. Esta era una oportunidad única y no iba a desperdiciarla así que otra vez tomó una flecha intentando no moverse de manera apresurada.
Estiró el brazo de tal forma que la flecha estaba lista, sólo necesitaba apuntar en la dirección correcta para dar un golpe certero. Mientras la joven mantenía un ojo cerrado, soltó un suspiro y después de liberó la flecha. Esta golpeó en el pecho del animal haciendo que cayera al suelo, quejándose del dolor.
La Dama corrió veloz hacia él, sacó una cuchilla de su cinturón y con un movimiento le atravesó el cuello, provocándole una muerte instantánea. Tras hacer un amplio corte en la barriga, quitó los órganos desde el interior y los dejó en un saco de cuero. Luego cargó al animal muerto en sus hombros y emprendió el regreso a casa. Sus tripas habían comenzado a sonar muy fuerte, avisándole que sentía más hambre y necesitaba comer pronto.
Por suerte había dejado el fuego encendido en su casa para mantener el calor en su interior. Luego de entrar, la mujer cerró la puerta y dejó al ciervo sobre la mesa para despellejarlo. Después fue cortando la carne para dejar los pedazos sobre una bandeja de hierro que tenía sobre el fuego. Sacó suficiente para comer durante la mañana y lo combinó con algunas especias para darle un mejor sabor.
El fuego fue cocinando la carne hasta tal punto que ya era posible comerse sin riesgo de enfermarse o intoxicarse, con los ingredientes agregados se había convertido en un verdadero manjar el comer la carne de ciervo recién cocinada.
Su estomago estaba lleno y el hambre satisfecho, su mente le recordó a la joven la voz de aquella mujer: “El Gremio Lynch”, y al ponerse de pie salió de su casa para irse a caballo hasta aquel lugar.
El gremio del pueblo Shelley era bastante conocido por los cazarrecompensas que trabajaban ahí. Personas dispuestas a llevar a cabo trabajos que una persona común y corriente no podía hacer por su propia cuenta, le pagaban a gente capacitada para hacerse cargo de los problemas personales o con alguna que otra criatura.
El letrero sobre la entrada mostraba la palabra “Lynch” y una vez que la joven dejó a su caballo amarrado, entró por la puerta principal hacia el interior.
Era un lugar lo bastante grande como para mantener una buena cantidad de gente dentro. Había muchas mesas y sillas, en el muro había un tablero de madera en donde las personas llegaban a poner sus anuncios de contrato para los que trabajan en el gremio. Junto al tablero estaba la mesa de recepción, en donde había una señorita esbelta de tez blanca, cabello castaño y ojos cafés y labios carnosos.