El caballero de la armadura tomó la pequeña esfera con brusquedad, tras revisarla detenidamente dio media vuelta y con una señal de la otra mano ordenó a sus hombres que regresaran a la nave que aún flotaba por los aires.
El ruido era tan incómodo que infundía cierto temor, incluso con la presencia del hombre tan enorme que ya estaba sujetando la cuerda por la que había descendido. Sus acompañantes también hicieron lo mismo, y como si una gran fuerza los levantara subieron sin ningún problema de regreso a la gran máquina voladora.
Parecía que con el peso del gran caballero la bestia en los aires caería, pero ella lo levantó sin problemas para luego largarse y perderse en los cielos.
El tremendo rugido de la máquina desapareció casi al instante y los tres que aún permanecían escondidos recuperaban el aliento. Había sido una situación extraña y tensa, los tres se sentían de manos atadas al no poder hacer nada al respecto, en especial la Dama Blindada, quien crujía los dientes con rabia.
El investigador mantenía su mirada llena de terror después de haber visto lo que ocurría, la Sacerdotisa se acercó a él ofreciéndole agua para beber, pero él no reaccionaba.
—Sabes quiénes eran esos hombres, ¿verdad? —preguntó Ellie.
—Esos… esos hombres… —el hombre balbuceaba.
—¿Quién eran? Dinos —la Dama se agachó junto a él—. ¡Dínoslo!
—Esos hombres no eran unos tipos cualquiera —respondió—. No son personas a las que quisiera enfrentar.
—¿A qué te refieres? —preguntó Ellie.
—¿Vieron la marca que tenía la bolsa de aire que sostenía esa cosa? Ese era el símbolo del rey, el tigre de la región Rockstone.
—El rey Frederic, el temido —susurró Ellie—. Muchos han pasado por el trono de Rockstone, pero ninguno tan despiadado como él.
—Si ese hombre está buscando las Runas Eternas, debemos escondernos para que no nos descubra —dijo el investigador.
—¿Por qué dices eso? —preguntó la Dama Blindada.
El hombre inquieto comenzó a hurguetear en su bolsa de cuero con su mano temblorosa hasta que de ahí saco una especie de orbe muy similar al que habían hallado los hombres del rey.
Con gran temor le entregó la esfera con aspecto de haber sido quemada a la Sacerdotisa, quien sujetó las manos del hombre firmemente. La paz poco a poco iba volviendo a él mientras respiraba profundamente para recuperar el aliento.
—¿Qué es eso? —la Dama estaba muy interesada.
—Esto, mi querida Dama… —Ellie miró a la cazarrecompensas— Es un artilugio otorgado por los antiguos dioses para ser portados sólo por aquellos que son dignos.
—¿Y qué es lo que hace exactamente? —preguntó la Dama.
—Este orbe posee una de las Runas Eternas que están dispersas por todo el mundo —dijo el hombre casi al instante—. Su contenido no puede utilizado por cualquier persona. Según leí en unos escritos antiguos; decía que: “sólo aquellos que posean “el don”, podrán despertarlos de su sueño eterno”. Creo que por eso las llaman Runas Eternas.
—No entiendo nada —la Dama frunció el ceño.
—Es muy simple —interrumpió Ellie—. “Sólo aquellos que posean “el don”, podrán despertarlos de su sueño eterno”. Para poder activarlos se requiere de la presencia de una de sus hermanas, una que tú tienes bajo tu poder.
—¿Disculpa? —la Dama se preocupó
—Su collar —dijo Ellie—. He visto que llevas una hermosa piedra de color rojo, ¿no es así?
—¿Y qué tiene que ver eso? —preguntó el investigador.
—¿Me permites ver tu collar? —Ellie señaló con el dedo.
La Dama Blindada se quedó tan tiesa como un poste, su rostro demostraba tanta desconfianza que dio un par de pasos hacia atrás.
—Confía en mí —dijo Ellie—. Necesitamos saber si vamos por buen camino en nuestra misión.
—No entiendo nada —dijo el investigador.
La Dama Blindada soltó un suspiro y llevando ambas manos a su cuello, tomó la correa de la que colgaba la piedra de color rojo. Se lo entregó a la Sacerdotisa con incertidumbre y cuando la joven tomó la piedra, lo frotó suave y lentamente contra el orbe que tenía en la otra mano.
Poco a poco el material del que estaba conformada la esfera fue desvaneciéndose como el polvo, cayendo al suelo y dejando una pequeña piedra de color negro, idéntica a la que tenía la Dama Blindada.
Los tres quedaron sorprendidos al descubrir el contenido del orbe, que, tras haberse deshecho, era barrido del suelo por el viento que corría veloz entre los árboles.
—Ahí dice… —el investigador entrecerró los ojos para leer bien— “Sombra” —agregó con emoción.
—Así es, esta es una de las Runas Eternas —dijo Ellie—. La tuya dice “Fuego”, Dama Blindada —La joven de armadura parecía sorprendida.