La pequeña piedrecilla estaba sobre la mano de Trea, quien con los ojos muy abiertos contemplaba la leyenda de la que Frederic le había hablado. El futuro que le había revelado aquella mujer se estaba volviendo realidad. A pesar de que había obtenido lo que buscaba, no sabía qué hacer con ella, así que decidió irse antes de que alguien la descubriera.
Subió por las escaleras para llegar a la Sala del Trono, donde aún estaba tirado el cuerpo del guardia que había asesinado. La sangre había dejado de brotar desde el cadáver y sigilosamente la joven abrió la puerta, necesitaba confirmar que no hubiera nadie cerca que pudiera descubrirla.
Como no aparecía ninguna figura por el pasillo, Trea emprendió la huida hacia las escaleras para descender a los pisos inferiores. Nadie se percató de nada y los guardias que la vieron pasar por el pasillo en donde quedaba su habitación, la vieron con el rostro somnoliento y se estiraba demostrando mucho sueño encima.
Era inevitable aparecerse frente a los guardias, si ya la habían visto caminar por el pasillo cuando había salido. De todas formas, intentó mantenerse calmada y no imaginar que la descubrirían tras robar la piedrecilla del orbe.
Se encerró en su habitación y escondió la pequeña piedra dentro del libro que tenía en el velador al costado de su cama. Se vistió con su pijama y recostándose intentó descansar, pero su mente no la dejaba tranquila, mostrándole a cada rato la imagen de la lanza clavándose en el cuello de aquel guardia, que aún permanecía tirado en el suelo de la Sala del Trono.
Era la primera vez que hacía algo así en su vida, un remordimiento recorría su cuerpo y sentía que su pecho se apretaba por dentro. Sentía un ahogo que no la dejaba respirar tranquila y en eso estuvo hasta muy tarde por la noche.
A la mañana siguiente Trea se levantó como cualquier día normal, se dirigió a su baño para tomar un baño con agua caliente y cuando se acercó a su espejo, vio al guardia de la noche anterior de pie detrás de ella.
Sus ojos se abrieron tanto y su rostro se volvió demasiado pálido cuando al voltear hacia atrás, descubrió que no había nadie. ¿Habría sido una ilusión?, no prestó atención y cuando cerró la llave del agua de la tina, sacudió su cabeza para sacarse la visión del hombre asesinado. Se desnudó y lentamente fue entrando para bañarse.
Cerrando los ojos intentó relajarse en el calor del agua, por el exterior se oían a los pájaros trinando melodías agradables para escuchar. No sentía ninguna otra preocupación hasta que, al abrir nuevamente sus ojos, descubrió que el agua se había vuelto completamente roja.
Levantó una mano y contempló cómo una sustancia viscosa parecida a la sangre se deslizaba por su piel hasta llegar al resto del caldo. En un intento desesperado por salir de la tina, soltó un grito ahogado, dio un salto rápido fuera de ella e intentó quitarse de encima lo que sentía pegado al cuerpo con una toalla.
Al contemplar su cuerpo notó que la sangre ya no estaba, sus piernas y brazos seguían mojados con el agua transparente de la bañera. La respiración de la joven se agitó más de lo normal, el corazón le palpitaba a todo dar y poco a poco su cuerpo comenzó a temblar del terror.
La joven optó por dejar el baño y se dirigió a su armario para vestirse. Nuevamente tenía el espejo de su escritorio delante de ella, y en un movimiento de cara hacia él, encontró el cuerpo del guardia con el cuello perforado como si de un cuadro se tratara.
Ella cerró sus ojos y se acostó en su cama cubriéndose con las frazadas, se repetía a sí misma que nada de eso podía ser verdad, no podía creer lo que le estaba pasando. A pesar de haber conseguido lo que quería, no era lo que se había imaginado que ocurriría.
Debía obtener un poder inimaginable, y ahí estaba, escondiéndose del fantasma de su víctima.
—Esto no es real…esto no es real —Trea temblaba de miedo bajo las frazadas.
Luego de un buen rato, cuando logró calmarse, salió de la cama. Volvió a mirarse en el espejo, segura de que no habría nada ahí y efectivamente el cuerpo del soldado ya no estaba.
Intentó calmarse y concentrarse para no demostrar su culpabilidad, dentro de poco iban a descubrir el cadáver del soldado en el gran salón y ella no podía ser la acusada. No podía permitir eso.
Al salir de la habitación, se encontró con un guardia que permanecía justamente frente a su puerta dándole la espalda. Ella no pudo evitar dar un salto del susto que había tenido.
—Discúlpeme, señorita —el guardia dio media vuelta—. Pero acaba de ocurrir algo terrible.
—¿Qué pasó? —Trea intentaba no notarse nerviosa.
—Acaban de matar a uno de los guardias en la Sala del Trono.
—No puedo creerlo —la joven se cubrió la boca—. Pero ¿cómo pudo pasar?
—Realmente no lo sé, señorita —contestó él apretando los labios—. Su majestad me ordenó que vigilara y cuidara su habitación —tocó el pecho de su coraza con la mano—. Por favor, si va a salir, debe avisarme para escoltarla. El rey dio órdenes estrictas de que ninguna persona en el palacio debía estar sin un guardia.