Tras haber transcurrido una semana de viaje, el grupo liderado por la Dama Blindada avanzaba por medio de un abundante bosque. Hace tres días sufrieron un nuevo ataque por parte de aquella especie de hombres de baja estatura, de rostros deformes y de dialecto muy bajo con respecto a los parámetros normales.
El olor que rondaba por el aire resultaba ser muy parecido al de animales muertos, como si se tratara de un cementerio de cuerpos sin haber sido enterrados. Un olor a putrefacción ahogaba al clan de aventureros que se adentraban, prestando toda la atención posible al entorno que los rodeaba.
A medida que pasaban los días, Ellie le estuvo enseñando a la Dama Blindada a utilizar la Runa de Fuego a su antojo. Controlando tanto el aspecto emocional como espiritual, puesto que si no vigilaba bien sus sentidos podía acabar por destruir todo a su alrededor en un abrir y cerrar de ojos.
Incluso durante ese lapso, Aiden se dedicó a estudiar las runas tanto en su aspecto físico y científico. Necesitaba comprender cómo era que su poder se creaba instantáneamente ante el uso de gente normal y uno de los Elegidos.
Pero además de eso, la Dama Blindada comenzó su entrenamiento para usar la Runa de Sombra. Le podía entregar la singularidad de desaparecer envolviéndose en una oscura sombra de color negro.
Sin embargo, a pesar de que las cosas iban marchando con normalidad, los recursos y el dinero comenzaban a agotarse y necesitaban reabastecerse con más provisiones para el resto del viaje. Aprovechando que la Dama Blindada y Aiden tenían conocimiento de los lugares más cercanos, trazaron rumbo al pueblo Teeth.
Un lugar de aspecto abandonado, sucio y polvoriento. Siendo de noche, el pueblo tenía un ambiente lleno de oscuridad y tenebrosidad.
No rondaba ni una sola alma por el exterior y ni siquiera había alguna antorcha encendida para esclarecer el camino. Así que avanzaron con total cautela buscando alguna señal o respuesta por parte de algún habitante.
De pronto, la Dama Blindada reconoció el letrero de una de las edificaciones. Una construcción más alta que las demás, y un gran tablón de madera sobre la entrada con la palabra “Longdark” inscrita.
—Este es el gremio —dijo la Dama Blindada—. Pero ¿por qué no hay nadie?
—Tal vez no estén de servicio, ¿o sí? —sugirió Ellie.
—Quizás sea mejor que entremos y averigüemos —dijo Aiden.
Con la Dama Blindada por delante, el trío caminó muy despacio sin hacer el más mínimo ruido, y al abrir la puerta, la oscuridad se dio a relucir por todo el lugar.
—No se ve nada —dijo Ellie.
—Eso déjamelo a mí —comentó la Dama.
Chasqueando los dedos, la Dama encendió una pequeña llama de fuego que levitaba sobre sus dedos índice y pulgar. Luego dejó la mano abierta y la llama se acomodó como una esfera encima de ella. Ahora si podían ver un poco más que antes.
No había nadie, no se percibía la presencia de nadie más que rondara por el lugar. Entonces la Dama se acercó a la mesa del mostrador para averiguar si alguien dejó alguna nota o información sobre lo que había ocurrido.
Cuando dio otro paso, escuchó el sonido de una hoja de papel. Se agachó para recogerla y reconoció que se trataba de un anuncio para el gremio. Mirando a su lado, se dio cuenta de que dicho tablero estaba desgarrado, con algunas hojas rotas y otras desperdigadas en el suelo. No había ninguna explicación que resolviera el misterio en el que estaban metidos.
—¿Qué pasó aquí? —preguntó Ellie.
—Todo parece indicar que fue un ataque —respondió Aiden— Vengan a ver esto.
Acercándose las dos jóvenes, hallaron una mesa destrozada en el suelo y con un poco de sangre seca en una de sus tablas. Las sillas estaban totalmente desarmadas al lado y más en el fondo del establecimiento, era un completo caos.
La Dama comenzó a mirar hacia todos lados, buscando algún indicio o algo que le demostrara quién era el responsable de un acto tan salvaje, pero no conseguía nada, las pruebas que había no señalaban más que brutalidad y agresividad.
De pronto una sombra hizo crujir la madera de la entrada y la Dama sacó su espada en un instante, se giró rápido y apuntó hacia el individuo que alzaba sus manos en señal de que no era ningún peligro.
—Por favor, no me ataquen —dijo el sujeto, atemorizado—. Soy de aquí.
—No te muevas —ordenó la Dama.
Caminando lentamente con la espada en alto, el fuego en su mano hizo descubrir ante los jóvenes el rostro de un hombre de aspecto nauseabundo y viejo, muy delgado y de cabello y barba entrecano. Su mirada reflejaba un terror indescriptible y una pena tan grande que apenas le quedaban lágrimas para desterrar de sus ojos.
Ellie le invitó a acercarse muy amablemente, señalándole la base inferior de la ventana en donde estaba ella.