Al cabo de unos días de ocurrida la coronación, la joven Trea había sufrido una terrible noche de boda a manos de su esposo, el rey Frederic. Quien con su brutal fuerza la dominó en su dormitorio, quitándole toda la ropa e incluso su collar, en donde portaba la Runa de la Mente.
Sin poder hacer nada al respecto, la nueva reina terminó cediendo contra su voluntad ante el corpulento sujeto, quien la penetró hasta las tantas de la noche, cada noche. No podía demostrar su poderío por completo, menos ahora que ya estaba en el trono, así que decidió tomar una actitud sumisa para con su esposo y rendirse ante los deseos sexuales del rey.
Dentro de la rabia que había comenzado a sentir en su interior, la joven Trea fue creando un inmenso deseo de aniquilar al rey por su abuso contra ella. Pero si intentaba hacer algo al respecto sería demasiado notorio que había algo raro con ella, nadie debía enterarse que poseía un poder tan grandioso, y menos podía permitir que se fijaran que con extrañeza, todas las cosas resultaban a su favor sin explicación alguna.
A medida que pasaba el tiempo, empezaron a aparecer quienes no creían fielmente en la personalidad de la muchacha, dudando así de su manera de actuar y, por lo tanto, de sus decisiones. Ya el hecho de que el rey la tomara como su reina de un momento al otro, era considerado demasiado extraño y en sus pensamientos percibían que algo raro estaba pasando.
Mientras recurría a las reuniones gubernamentales junto a su esposo, se fue ganando el recelo por parte de la mayoría del consejo, debido a sus intenciones por promover la idea de bajar los impuestos a la gente más pobre. Ellos no estimaban conveniente convertir el reino de Lord Frederic en un pueblucho en donde todos eran iguales.
Los pobres de la ciudad debían pagar sus impuestos o tendrían que largarse y buscar otro lugar en donde refugiarse. Pero el carácter impulsivo de la reina demostraba a ratos su agresividad para con los líderes que se demostraban demasiado corruptos como para dirigir un reino.
Hubo unos pocos que apoyaban el pensamiento de la reina, pero a pesar de eso, eran la minoría y, por lo tanto, debían acatar las órdenes ejecutivas de su majestad el rey.
Trea era de la idea de que todos merecían tener un lugar digno, un lugar en donde vivir y refugiarse de las tormentas que comúnmente azotaban la ciudad sin piedad alguna. Se sentía como la heroína destinada a salvarlos a todos, salvarlos de la tiranía del rey y sus consejeros corruptos, que sólo velaban por su propia seguridad y bienestar.
Mientras daba sus paseos por la ciudad, la joven se daba cuenta de que la felicidad en el reino sólo era una máscara para aparentar que todo estaba bien.
A menudo visitaba las villas de los humildes escoltada por su guardia, la gente que vivía hacinada bajo un mismo techo hurgueteaba entre la basura y las sobras para encontrar algo que comer y llevar a sus familias.
Se veía a ella comiendo grandes banquetes en la mesa real. Veía al rey desperdiciar montones de alimentos que bien podrían llenar cien estómagos vacíos, y a pesar de tener todo el poder que había deseado, no se sentía bien sabiendo que había gente que iba a sufrir por culpa de su esposo.
Pasando por el lugar, un ciudadano se acercó para hablarle con la voz carraspada.
—Mi reina —dijo el hombre, exhausto—. Tenemos hambre, por favor tráiganos algo para comer.
—Mi familia también tiene hambre, mi reina —dijo otro.
—Yo también quiero, por favor, su majestad —otro más se acercaba apresurado.
Poco a poco el caos comenzó y un montón de gente tenía rodeada a la joven Trea, quien se sintió desesperada al no ver un escape ante la estampida de gente que ya le pisaba los pies. Necesitaba que la gente se calmara, pero no la escuchaban. Tenía la propuesta de traer comida a escondidas, puesto que el rey le había prohibido hacerlo, pero la gente no era capaz de escucharla.
De pronto uno de los hombres empezó a tirar del cabello de la joven reina y el guardia reaccionó sacando su espada, y de un golpe cortó el brazo del hombre que cayó al suelo gritando de dolor.
—¿Cómo osas tratar así a tu reina? —el soldado gritó con furia.
—Sólo… sólo… —balbuceaba el hombre, mientras se quejaba del dolor.
La joven descubrió el terror en los ojos de ese hombre, notaba la desesperación que sentían por conseguir algo de comer, pero ella no podía alimentarlos instantáneamente. No tenía ese poder.
Si llegaba a usar la Runa de la Mente en el rey o incluso en los políticos lamebotas, sería descubierta fácilmente y la aprisionarían, o quizás peor, juzgada como traidora y asesinada en el acto.
Debía tener sumo cuidado para actuar, más si los espías del rey la vigilaban a lo lejos. No era fácil ser la reina de un pueblo que moría de hambre, un pueblo maquillado por las riquezas del rey y por sus bellas plazas.
Con temor, Trea se retiró del lugar para volver a la gran avenida. Ahí las cosas estaban más tranquilas y no se veía la misma desesperación en la gente, era un contraste total entre las vidas tranquilas y las que buscaban sobrevivir.