Con gran temor, la joven no hallaba la hora de llegar a su habitación para intentar solucionar todo de una buena vez. Y cuando por fin llegaron al gran palacio se encontró con el rey caminando por el pasillo.
—¿Qué pasa, Trea?
—Nada.
—Te ves muy extraña, ¿estás segura de que todo está bien?
—¡Dije que estoy bien! —Trea siguió de largo con el rostro serio.
Frederic quedó tieso y sin poder decir ninguna palabra, no reaccionó a nada más. Prefirió dejar tranquila a la joven reina, que a su parecer no estaba teniendo un buen día.
Trea, por su parte, al llegar al dormitorio real cerró la puerta con llave y luego las cortinas. No quería que nadie la molestara mientras buscaba una solución a lo que le estaba ocurriendo.
Se paró justo en frente del espejo sobre su escritorio, y contemplando su figura descubrió que su reflejo era completamente distinto al de ella. En el espejo aparecía la misma Trea, sólo que su cabello era blanco como la nieve y sus ojos cambiaron a un color rojo y amarillo respectivamente.
No se notaba la dulzura que demostraba a diario la joven reina. Más bien aparentaba sufrimiento, dolor y furia. Cuando Trea inclinó su cabeza hacia un lado, el reflejo hizo lo mismo. ¿Era una ilusión?, se preguntaba la joven. Ella desconocía el motivo por el que su reflejo se veía de esa manera, así que, cerrando los ojos, se los frotó con las manos y cuando volvió a abrirlos pudo verse a sí misma como era normalmente.
La situación había sido extraña, no comprendía por qué se había imaginado de esa forma. A menos que la Runa de la Mente haya hecho algún truco dentro de su cabeza para confundirla.
“No existirá ninguna tan fiera ni tirana como tú”, fue la voz de la mujer de túnica púrpura que se había aparecido en su cabeza. ¿Acaso esa sería la imagen de Trea que predijo la mujer? No era eso lo que Trea buscaba mientras gobernaba, su plan era proteger a la gente y satisfacer a quienes más necesitaban del resguardo real.
Con mucho temor, tomó el collar y quitándoselo, lo escondió en uno de sus cofres que el rey había dispuesto para ella. Ahí tenía guardadas todas sus cosas personales, y aunque se trataba de un objeto muy poderoso, prefería no seguir sintiendo esa presión sobre sí.
Soltando un suspiro, se dirigió a abrir nuevamente las cortinas y quitarle el seguro a la puerta. Por un momento se sentía libre, y sin ningún poder que intentara controlarla o corromperla.
Pero dentro de sí, también sentía la enorme necesidad de volver a ponerse el collar y usar el poder de la runa. Estaba entrando en un proceso de confusión tan grande, que no sabía qué elección era la mejor para ella.
¿Gobernar o ser gobernada? Era la inquietud que revolvía su mente como un remolino. Lo que menos necesitaba ahora, era que la Runa de la Mente la controlara antes de poder gobernar como ella deseaba.
Dirigir el reino no era cosa fácil, menos con una piedrecilla con poderes que intentaba controlar sus pensamientos. Por lo mismo fue que decidió quitarse el collar y entrenar su mente sin portar la runa durante un breve tiempo.
Los días pasaban y con cierta repugnancia, cedía antes los deseos sexuales del rey, quien deseaba que su esposa se embarazara para proveerle de un descendiente digno de su reinado. Para ella resultaba una tortura el tener que compartir su intimidad con un hombre que no era de su gusto.
Pero era el pago que sentía que debía pagar para conseguir el poder que necesitaba, un poder para gobernar con justicia y aliviar los males que sobrecargaban Valle del Rey.
Una tarde, mientras la joven danzaba por los pasillos, un guardia la interceptó para decirle que el rey había tenido que realizar un viaje a la región Mofikhen. El reino de su amigo Gilmor Dunn, un hombre que tenía fama de ser un borracho sin escrúpulos. La región de Mofikhen era conocida por tener una buena cantidad de mineras, de donde se sacaban los más ricos minerales para su compra y venta. Era incluso conocida como la región más rica en consideración con las otras, pero insuficiente en tropas militares, educación e investigación.
Una clara afirmación para decir que la riqueza no lo era todo, pero a pesar de ello, Mofikhen era un lugar muy tranquilo para vivir una vida de trabajo sin tener que sobre esforzar a la población.
La joven reina encontró el momento perfecto para realizar sus pequeños proyectos de ayudar a las villas más pobres de la ciudad. Fue entonces que ordenó a sus guardias que organizaran una gran cantidad de canastas para ir a entregar a las personas que necesitaban recibir la ayuda.
Los soldados se movieron rápidamente tras la orden de la reina, llevando todo su plan a cabo. Y pasadas las horas de la tarde, cuando ya estaba todo listo, Trea se dirigió junto con los soldados rumbo a su destino.
Enorme era la felicidad de la gente, que recibió a la joven reina con los brazos alzados a los cielos. Gritando a fuerte voz: “¡Larga vida a la reina Trea, nuestra salvadora!”. La multitud de gente se acercaba con la esperanza de recibir algo para sus familias, y con una gran sonrisa, la joven reina ayudaba a sus hombres a entregar la ayuda que habían preparado.