Las Runas Eternas (saga ~ Héroes de la Arboleda) Libro 1

XV - Una visita al pasado

       Era una bella tarde en unos bellos prados rodeados por un bosque abundante, un gran castillo se veía a lo lejos y una pequeña niña de cabello escarlata estaba sentada junto a un árbol mientras leía un libro.

       Vestía un camisón gris con una coraza de cuero y pantalones negros junto con una falda de color azul marino. El lugar era realmente maravilloso y recibía la luz de sol en todo su esplendor junto con el viento que hacía danzar las hojas de los grandes árboles.

       Alrededor del castillo había una pequeña villa en donde habitaban los leales súbditos de dicho edificio, trabajadores de sus granjas, de sus animales e incluso había pescadores viviendo en el lugar.

       Salían temprano cada mañana a pescar en un río que daba en dirección al mar del sur. El mercado que había en el pueblo y la plaza eran los mejores lugares que tenía la gente para compartir con los suyos.

       Junto a uno de los árboles, la pequeña niña miró hacia un costado al oír la voz ronca de un hombre que se le acercaba.

 

—Señorita, necesito que venga conmigo ahora —dijo el hombre.

—¿Qué sucede, Roger?

—Sus padres la están buscando.

 

       Poniéndose en pie, la pequeña tomó la mano del señor que la guio por el sendero de regreso al pueblo. En donde pudo contemplar a la gente que anunciaba sus productos a la venta y a otros que charlaban muy alegremente con unas enormes sonrisas.

       El sol brillaba con fuerza, iluminando cada rincón del lugar y la gente se veía muy alegre. Era como el lugar perfecto para todos ellos.

       Luego de recorrer toda la calle, llegaron hasta las grandiosas puertas de hierro del castillo. Una construcción inmensa estaba frente a la pareja, una edificación que parecía tocar lo alto de los cielos.

       Las puertas estaban abiertas para el acceso de aquellos que desearan hablar con el rey y la reina, las inquietudes del pueblo se convertían en palabras que buscaban solucionar de la manera más justa para los demás, por eso la gente los estimaba tanto.

       Los pasillos del lugar estaban decorados con lámparas eléctricas que iluminaban todo el lugar a su alrededor por las noches, además de las armaduras de los honorables caballeros de antaño y estandartes de tela roja con un oso pardo bordado en el centro.

       El aroma que provenía desde la cocina era tan delicioso, que lo único que deseaba la pequeña era ir a investigar qué era lo que estaban preparando. A pesar de los esfuerzos que hacía para desviar su camino, el señor Roger seguía tirando de su mano para llevarla con ella.

       Haciendo sobresalir su labio inferior, puso unos ojos tan dulces y tiernos ante el hombre, que ninguna persona se podría resistir a tales encantos de una pequeña niña. Pero la determinación del sujeto era tal, que no se permitió ser engañado por dicha mirada.

       Entraron a un gran salón, donde había una exquisita fogata encendida en uno de los muros, un montón de cuadros de los antiguos reyes. Un montón de mesas en el fondo y en el otro extremo de la habitación había dos personas sentadas sobre unos cómodos asientos cubiertos con la piel de un oso.

       Roger dirigió a la niña para dejarla justo en frente de ellos, y haciendo una reverencia, se retiró.

 

—Gracias por traerla, Roger —dijo la mujer.

 

       Cerrando la puerta, los tres se quedaron solos mirándose entre sí. El hombre que permanecía sentado era un hombre de tez blanca, cara ovalada y ojos hundidos de color café. Su cabello y barba eran de color café y era una persona bastante alta de hombros anchos.

       La mujer que estaba a su lado era una mujer de tez blanca, cara redonda y ojos almendrados de color verde. Su cabello era escarlata tal y como era el de la pequeña niña que estaba parada frente a ellos.

 

—Mi pequeña niña —dijo la mujer—, ¿dónde has estado metida?

—Estaba en el bosque leyendo el libro que me prestó Dalia.

—Es la “señora” Dalia —intervino el hombre—, debes aprender a tener un poco de respeto por la gente mayor.

—Perdón —la niña agachó la cabeza.

—Leonor, te he dicho muchas veces que no debes interesarte por ese tipo de literatura —dijo la mujer—. Deberías preocuparte más por las cosas que suceden en la vida real.

—Cuando sea grande seré un caballero y viajaré por el mundo —la niña blandía una espada invisible.

—Eres una dama —dijo el hombre—, y cuando tengas la edad suficiente tendrás que buscar un buen marido para que te despose.

—Pero yo no quiero ser una dama, quiero viajar por todos lados y tener muchas aventuras.

—Algún día serás nuestra sucesora —insistió él—, por lo tanto, reina de este lugar. Deberás estar a la altura de la situación, hija mía.

—Está bien, Robin —interrumpió la mujer—. Dejemos que disfrute de una sana niñez y ya. Cuando tenga la edad, sabrá hacerse cargo.

—Oh, Miriam. Siempre te pones de su lado para defenderla —dijo Robin—. Ustedes dos son cómplices en todo. Y por más que intente hacerla cambiar de opinión, tú siempre te interpones para que no sea tan drástico.



#13467 en Fantasía
#19174 en Otros
#2464 en Aventura

En el texto hay: accion, aventura, magia

Editado: 10.05.2022

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.