Las seis caras del kubo

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Capítulo 2

Gerona, mediados de septiembre 2017

El despertador sonó con fuerza como cada mañana, obligándome a abandonar un estado de somnolencia que no quería soltar. Por mucho que lo intenté desde el mismo momento en que subí al tren, la ilusión se había esfumado. Como si hubiera asumido que no volvería a sonreír ni a sentirme feliz nunca más.

Mi vida durante aquellos poco más de seis meses, aproximadamente, se había convertido en una absoluta monotonía. Siempre lo mismo, sin confiar en nadie. Tan solo en Judith, la directora de la escuela infantil, que sabía una parte de mi historia y me ayudaba en todo lo que podía, y en Lola, que conocía otra parte. No salía para nada que me obligara a romper aquella rutina que me había marcado.

Empecé a arreglarme como cada mañana, intentando acostumbrarme a mi nueva imagen. Desde que empecé a preocuparme de mi apariencia e interesarme por la moda, siempre llevaba el pelo teñido de rubio californiano, con vestidos o faldas acompañadas de blusas, y zapatos de tacón de aguja.

Era probable que lo que más me hubiera costado al transformarme en otra persona, fuera dejar de caminar a cierta altura para hacerlo en plano, aunque debo reconocer que dando clase a niños de dos años, era perfecto.

Fui al baño para lograr abrir los ojos y, como solía sucederme a diario, me quedé durante unos minutos, intentando encontrarme en aquella chica que se reflejaba en el viejo espejo del destartalado y anticuado baño. Mi pelo era mucho más corto, casi a la altura de los hombros, y moreno. Aún no sé por qué pensé que hacerme algunas mechas de color azul sería buena idea. Por suerte eran muy finas y el flequillo quedaba pegado a las gafas de pega que me ponía cada día, antes de salir de casa.

Cuando por fin estuve arreglada y dejé la casa recogida, algo que no me costaba ya que seguía tan falta de cosas como cuando llegué a ella, hice lo de cada mañana; salí por la puerta para ir a la casa de al lado, donde me encontré hacía unos cuantos meses a una de las personas más increíbles que había conocido en mi vida.

Lola era una mujer de casi ochenta años, o eso decía ella, a la que la vida le corría a raudales por sus marcadas venas. Una mujer que tomó la valiente decisión, en el tiempo que le tocó vivir, de no casarse para poder hacer las cosas a su manera, rompiendo los esquemas de todo aquel que la conocía, durante su larga vida.

Al entrar, a pesar de su edad, ya estaba despierta y preparada para vivir un día más, como siempre me decía. Envidiaba la fuerza y positividad de aquella mujer.

—Buenos días, Lola —dije al entrar en su casa con la llave que me dio el mismo día que fui para presentarme.

—Un minuto, casi he acabado —gritó desde la cocina, donde todos los días preparaba una lista de cosas que necesitaba y que yo le compraba. Se había vuelto una rutina que no me importaba llevar a cabo. Ella hacía que me sintiera como si estuviera en familia y eso se lo agradecería toda la vida.

La vi aparecer por el pasillo, moviendo la lista de la compra de un lado a otro, con la mano en alto. Era una imagen muy dulce. Con su bata de boatiné y los rulos rosa chicle cubriendo toda su cabeza.

—¿Has desayunado? —preguntó mientras me daba el papelito.

—No, ya sabes que lo hago de camino al trabajo.

—En una de estas te desparramas en medio de la calle por falta de alimento en ese delgaducho cuerpo tuyo —me regañó, tocándome la cintura.

—Pues cuando eso pase, empezaré a desayunar en casa —le dije dándole un beso en la mejilla.

—Seguro que le habrás echado el ojo a algún chico allí donde desayunas todas las mañanas, entre semana.

En aquel momento sentí un retortijón en el estómago. Durante estos meses había mantenido contacto con mi madre y con Magui, y aunque después de que mi madre le enseñara el vídeo que grabé para protegerla de Luis, él seguía preguntando, aunque con menos insistencia.

El recuerdo cruzó mi mente. El momento en el que recibí la llamada de mi madre, explicándome que había pasado justo lo que habíamos pensado.

Febrero 2017

Como cada noche desde hacía una semana, fui a casa de Lola, donde cenaba y esperaba la llamada de una de las dos personas que me había visto obligada a dejar en Barcelona. Cuando el teléfono sonó y lo descolgué, era mi madre.

—¿Algo nuevo? —pregunté muy nerviosa.

—Sí, ha pasado lo que esperábamos. Esta tarde ha venido, diciendo que si no le decía dónde estabas iría a la policía para poner una denuncia por desaparición. —Su voz sonaba muy preocupada.

—¿Qué has hecho? ¿Le has dicho dónde estoy?

—¡Claro que no! Hice lo que hablamos, le enseñé el vídeo que grabaste.

Estuvimos seguras, desde que iniciamos los preparativos para mi huida, que intentaría de cualquier manera dar conmigo. Y una de ellas sería meterle miedo a mi madre. Por ello decidimos que debía grabar un vídeo donde explicase que me había visto obligada a huir y mantenerme escondida por los abusos que había estado sufriendo por parte de Luis y el miedo de que pudiera llegar a sucederme algo irremediable, explicándolo detalladamente. También dejaba muy claro que mi madre no tenía ni idea de donde me encontraba y que esa no era la única copia del vídeo. Le explicaba directamente a Luis que, si hacía cualquier intento por localizarme o intimidar de alguna manera a mi madre, las personas que me estaba ayudando se enterarían y al instante harían saber a todos los medios de comunicación qué clase de hombre era.

Aún recuerdo el momento en el que lo grabamos. No fue fácil, y no lo digo solo por poder encontrar el momento para que Luis no sospechara o quisiera venir conmigo. Una de las pocas cosas que me permitió seguir haciendo después de la primera paliza, para que tuviera claro quién mandaba según él, era visitar semanalmente a mi madre. Fue ese día, alrededor de una semana y después de tenerlo todo atado, según ellas, cuando decidimos hacer la grabación. No había más tiempo.




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