Las seis caras del kubo

3

Capítulo 3

Al despertarme esa mañana fue como todas las demás. Igual que un robot programado, empecé a prepararme para ir al trabajo cuando se me encendió una bombilla que me recordó que era sábado, y eso quería decir que había cambio de rutina. Una mucho más tranquila.

Algo me había pasado para que me sintiera diferente, menos apática a lo que hacía de manera rutinaria. Aquella mañana eché más de menos ser libre para hacer lo que quisiera, sin pensar, sin tener que marcar cada paso que daba, sin tener que estar mirando hacia atrás disimuladamente.

Empecé a caminar desde el mismo momento en el que abrí los ojos, arrancándome de un profundo sueño, el cual no recordaba haber tenido desde hacía años.

No podía creer que un simple gesto por parte de un completo desconocido pudiera causarme aquel efecto.

Hice lo que tocaba un sábado por la mañana, sabiendo que sería como los demás; arreglarme para el desayuno en casa de Lola, como todos los fines de semana. No tenía ganas de que fuera lo mismo de siempre, aunque sabía que debía ser así. Nada de llamar la atención, pasar lo más desapercibida posible, sin relacionarme con extraños, sin crear nuevas amistades. En definitiva, olvidando que la vida existía como tal. Cogí mi chaqueta fina y el bolso, deseosa de salir de allí con rapidez. No sabía qué me pasaba ni cómo era posible que un sentimiento como el que llevaba arrastrando desde hacía mucho tiempo podía cambiar y hacerme sentir tan extraña. Tanto, que incluso aquella mañana sentía hambre. Supuse que el haber descansado como nunca debía tener algo que ver.

Al entrar esa mañana por la puerta de una casa que ya sentía como mía, me llegó el olor a café recién hecho y una imagen apareció en mi cabeza, una que por mucho que intenté bloquear no hubo manera de que me abandonara.

De repente vi una cabeza llena de rulos rosas, con una sonrisa de oreja a oreja.

—Buenos días. ¿Preparada para que te haga un estupendo desayuno de los míos?

—Con una taza de ese café que estoy oliendo tengo más que suficiente. —Eso era algo que le decía siempre, ya que no solía tener hambre. Últimamente estaba mintiendo más que en toda mi vida, aunque eran piadosas. Tenía la seguridad de que si le decía que sí tenía hambre, empezaría a pensar que algo extraño me pasaba.

Lola se volvió a meter en la cocina. Sabía que me esperaba allí, así que fui para verla desayunar, concentrándome en no caer en la tentación y dar con ello alguna pista.

Me senté en una de las dos sillas que había en la esquina más alejada de la puerta y que hacían juego con la pequeña mesa circular, mirando cómo servía el humeante café en dos tazas que acercó a la mesa. Dejando una frente a mí y la otra delante de la silla vacía en la que se sentó, se me quedó mirando fijamente.

—¿Pasa algo? —le pregunté extrañada con su actitud.

—No vas a desayunar, ¿verdad? ¿No has cambiado de idea? —preguntó seria, esperando mi respuesta.

—Ya lo sabes, Lola, no soy capaz de tomar nada hasta que no han pasado algunas horas —intenté disimular.

—¡Estupendo! —dijo levantándose sin llegar a terminarse su café. —Voy a arreglarme y nos vamos a desayunar al centro, que me apetece hacer algo diferente. Te noto algo extraña, por eso nos vamos de paseo para despejarnos un poco, que hace muchísimo que no voy por esa parte de la ciudad. Así me enseñas donde trabajas y también donde desayunas antes ir a la guardería. Porque no me habrás mentido cuando me explicaste lo que hacías, ¿verdad?

—Claro que no te he mentido. —Por fin podía decir algo sin sentirme culpable—. ¿Quieres decir que con el día que hace será buena idea salir? —Intenté zafarme de aquella excursión que se había sacado de la manga y, sobre todo, cuando supe que acabaríamos en la cafetería de Héctor.

—Por mucho que se tape el cielo hoy, te digo yo que no va a llover. Es lo que tenemos los viejos, que los huesos nos predicen el tiempo mejor que los de la tele. Así que no hay excusa. Dame cinco minutos y nos vamos. —Salió de la cocina más deprisa de lo que nunca la había visto.

Dudé que pudiera tardar lo que me había dicho. Tan solo quitarse el montón de rulos que llevaba le llevaría mucho más tiempo.

Mientras esperaba, aproveché para tomarme el café mientras disfrutaba de la tranquilidad de no sentirme observada. Me sorprendí al verla entrar completamente arreglada, con la chaqueta puesta y el bolso en la mano, un par de minutos después del tiempo que había dicho. Sorprendente. No me vi capaz de inventar ninguna excusa después de ver la cara de ilusión que tenía, tampoco hubiera sabido cómo hacerlo sin que se notara. Al levantarme de la silla y saber que volvería a la cafetería donde el día anterior algo había cambiado en mí, hizo que empezara a sentirme bien. La necesidad de evitar salir fue desapareciendo hasta dejarla completamente atrás en el momento en que crucé la puerta del brazo con Lola, camino de la parada del bus.

Durante el corto trayecto que había hasta la parada, el paseo fue pausado y silencioso, algo que me extrañó después del entusiasmo que mostró con la excursión que habíamos empezado.

—Lola, ¿te encuentras bien? —pregunté preocupada.

—Claro, ¿por qué lo preguntas?

—Por tu silencio. Antes de salir de casa te veía mucho más animada y ahora… Tal vez deberías haber desayunado antes.

—¡Sí hombre! Y desayunar dos veces. Así no hay quien guarde la línea. —No pude evitar sonreír levemente, que para mí ya era mucho—. Es que pensé que conseguiría animarte un poquito, pero no lo logro por mucho que lo intento, y sé que no me dirás qué te está pasando. Sea lo que sea no dejes que te impida ser feliz y disfrutar de la vida.

—Estoy bien y de verdad te digo que voy a gusto. Es solo que me cuesta un pelín adaptarme a los cambios —le expliqué para que dejara de pensar en mí y disfrutara de la mañana. Aunque me fue imposible no ir controlando a las personas que se movían a nuestro alrededor.




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