Las señales de tu mirada

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NARRADOR

​El ambiente en la pizzería familiar "El Horno Dorado" era un intento fallido de normalidad. El lugar olía a orégano y levadura, y la música de fondo luchaba por sonar por encima de las voces de los niños. Sin embargo, en la mesa grande de la esquina, el silencio era casi tan pesado como la masa recién horneada.

​Jack y Ava estaban sentados juntos, hombro con hombro. Ava no se atrevía a levantar la mirada de la carta, sus mejillas seguían ardiendo. Jack, con su habitual pose de chico rudo, mantenía una calma externa, pero su pierna se agitaba nerviosamente bajo la mesa.

​A su derecha, Mat, el padre de Ava, tenía los brazos cruzados tan apretados que sus bíceps parecían rocas. Marta, su esposa, intentaba desesperadamente aligerar el ambiente. Frente a ellos, Alex, el padre de Jack, sonreía de forma diplomática, mientras Carmen, la madre de Jack, miraba a su alrededor con una curiosidad amable, comunicándose con Leo en un flujo incesante de señas.

​—Entonces, Jack —la voz de Mat rompió la calma, tan áspera como la corteza de un pepperoni quemado—. Entiendo que eres el "novio" de mi hija. ¿Qué significa eso exactamente en tu mundo?

​Jack se enderezó. El interrogatorio había comenzado.

​—Significa que la quiero —dijo Jack, con la voz grave, sin pestañear—. La respeto, y no voy a hacer nada para faltarle al respeto.

​Mat dejó escapar un bufido. —¿Respeto? ¿Y andar por ahí en esa motocicleta, con esa chaqueta, es parte del "respeto"? Creí que eras de los que se meten en problemas.

​Alex, el padre de Jack, intervino con suavidad: —Mat, la motocicleta es un regalo mío. Jack la usa para moverse. Y la chaqueta... —miró la manga—. Sí, es vieja. Pero es suya. Jack siempre ha sido muy responsable. Es más, está haciendo méritos para entrar a la pre-medicina.

​Ava levantó la mirada, impresionada por el apoyo de Alex, y Marta le dio un codazo a su esposo bajo la mesa.

​Mientras la tensión crecía, Leo, totalmente ajeno a la batalla territorial, estaba fascinado. Carmen le acababa de hacer señas describiendo una pizza con piña (un crimen culinario para Leo, que gesticuló horrorizado).

​—¡Pero eso es una locura! —le hizo Leo a Carmen, sus pecas moviéndose con la intensidad de su expresión.

​Carmen se rio silenciosamente, cubriéndose la boca, y le respondió: —Sé que es una locura. Pero la gente de la capital tiene gustos extraños. Yo prefiero el jamón.

​—Jack me dijo que habías perdido la audición de pequeño —le hizo Carmen a Leo, con una expresión suave—. ¿Fue difícil aprender de nuevo?

​Leo dudó un instante, mirando a sus padres, que estaban absortos en la discusión. Hizo señas de nuevo: —Un poco. Pero mi hermana me enseñó.

​En ese momento, Marta vio la interacción. Se sintió avergonzada de que su esposo estuviera atacando a Jack mientras su hijo estaba, por fin, teniendo una conexión profunda fuera de la familia.

​—Mat, por favor —susurró Marta, dirigiéndose a su esposo—. Déjalos en paz.

​—No, Marta. Necesito saber con quién se junta nuestra hija. —Mat se giró de nuevo hacia Jack, pero su atención se desvió involuntariamente al intercambio entre Leo y Carmen.

​Carmen, que no podía escuchar la discusión de los adultos, notó la mirada de Mat y sonrió. Le hizo una seña lenta y clara a Mat: —Su hijo es maravilloso. Me alegra mucho que Jack tenga un amigo que también sepa señas.

​Mat se congeló. La forma en que Carmen se refería a Leo como "su hijo" y el simple y sincero cumplido lo desarmaron más que cualquier argumento legal de Alex. Vio la sonrisa genuina de Leo y la expresión de Ava, que ahora miraba a su padre con una súplica silenciosa.

​Finalmente, el aire rojo de su cara se desvaneció un poco.

​—Bien, Jack —dijo Mat, con voz más suave de lo que pretendía—. Demuéstralo. Demuéstrale que eres digno de ella.

​—Lo haré, señor —respondió Jack. En su rostro no había burla ni desafío, solo un firme compromiso.

​Alex sonrió. Marta exhaló aliviada.

​—¡Genial! —dijo Alex—. ¡Ahora, la orden! ¿Alguien más quiere la de piña que tanto ofende a Leo?

​Jack y Ava se miraron por un instante. Fue la primera vez desde el beso que pudieron respirar. Bajo la mesa, la mano de Jack encontró la de Ava y la apretó con seguridad. El terror se había ido; ahora solo quedaba la abrumadora sensación de que, juntos, acababan de ganar una batalla mucho más grande que la del campo de fútbol.




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