NARRADOR
La noche había caído sobre la escuela. El aire, fresco y limpio, había barrido el bullicio de la tarde, dejando atrás el olor a hierba pisoteada y a victoria. Jack y Ava caminaban de la mano hacia el campo deportivo, ya vacío. Habían escapado de sus respectivas casas con la excusa de un "paseo tranquilo", pero ambos sabían que necesitaban volver al epicentro de su recién estrenada relación.
El silencio ahora era un testigo cómplice, muy diferente al rugido de la multitud de hacía unas horas. Ava caminaba junto a Jack por la línea de meta.
—Sigo sin creer que mi madre hiciera señas a la tuya para llamarme "nuera" —dijo Ava, con una risa nerviosa.
Jack sonrió, ese gesto raro y genuino que Ava adoraba. —Mi madre te adora. Y a Leo. Ella vio que mi armadura se había caído, supongo. Y te dio su bendición, justo después de que mi padre intentara... ya sabes, ser mi padre.
—Fue terrible y maravilloso a la vez —Ava se detuvo—. Hablando de tu padre... ¿es verdad lo de la pre-medicina? No sabía que habías aplicado.
Jack, el chico rudo, se puso ligeramente tenso. Parecía un secreto que no quería que se supiera.
—Sí —admitió, mirando el suelo antes de levantar la vista—. Es lo que voy a hacer. Por eso mi padre se puso tan a la defensiva cuando tu padre me atacó. No soy solo el de la moto.
—Claro que no lo eres, tonto. Eres mi... mi doctor en el futuro —Ava se acercó y le dio un pequeño golpe cariñoso en el hombro—. Gracias por lo que dijiste, Jack. Al encarar a mi papá.
Jack se enderezó. Sus profundos ojos verdes se fijaron en los brillantes ojos color miel de Ava. Se acercó y le acarició suavemente el pelo rizado.
—Me presenté como tu novio. No iba a dejar que te pusieras entre mi familia y la tuya. Ya no estoy solo —confesó, y esa vulnerabilidad era la sorpresa más grande para Ava.
Jack se apartó un paso y metió la mano en el bolsillo de su chaqueta.
—Quiero que recuerdes este día. Todo —dijo. Su rostro se veía serio, la emoción contenida—. Sé que soy el chico rudo y tú eres... tú. Pero no quiero más dudas.
Sacó una pequeña caja de terciopelo azul oscuro. El corazón de Ava dio un brinco.
Jack abrió la caja. Dentro, no había un anillo, sino una fina cadena de plata con un pequeño colgante: la forma estilizada de un par de manos haciendo la seña de "Te quiero" (un puño con el pulgar, índice y meñique extendidos).
—Lo compré hace semanas, antes de que todo esto pasara —explicó Jack, con un leve sonrojo en sus pómulos—. Siempre pensé que era una forma de expresarte algo que no podía decirte en voz alta, o que tal vez mis palabras no bastaban. Es una seña que te da mi madre todo el tiempo. Y tú y Leo la conocen bien.
Ava sintió que las lágrimas le picaban los ojos. El regalo no solo era hermoso, era profundo. Unía sus mundos, su historia y su futuro.
—Jack... es... —Ava no pudo terminar la frase.
—¿Me permites? —Jack tomó la cadena de la caja.
Ava se dio la vuelta, el pelo cayéndole sobre un hombro. Sintió los dedos fríos de Jack en su nuca mientras abrochaba el cierre. El contacto eléctrico. Una vez puesto, Jack se quedó cerca, apoyando la barbilla en su hombro.
—Así, incluso cuando no estemos hablando... lo sabrás —susurró.
Ava se volteó lentamente, acariciando el colgante en su pecho. Ahora fue ella quien tomó la iniciativa, deslizando sus brazos alrededor de su cuello.
—Sé que estamos yendo rápido, Jack. Pero contigo... me siento como si por fin hubiera aterrizado. Me siento segura.
Esta vez, el beso fue lento, sin la euforia de la multitud ni la presión familiar, solo la confirmación silenciosa de dos personas que habían encontrado su camino de la manera más inesperada. Cerraron el día y el festival en su propio mundo, bajo la luz de la luna, con un simple, pero significativo, símbolo de amor.
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Editado: 19.11.2025