Los meses previos al baile de graduación habían sido un torbellino agridulce. Sabiendo que su tiempo juntos era limitado, Jack y Ava habían decidido aprovechar cada segundo. Sus citas se multiplicaron, cada una más especial que la anterior, como si intentaran comprimir una vida de recuerdos en unas pocas semanas. Fueron a picnics improvisados junto al río, donde Jack intentaba enseñarle a Ava a lanzar piedras planas, terminando siempre con risas y agua salpicando sus caras. Visitaron el pequeño cine del pueblo, agotando cada película en cartelera, con las manos entrelazadas en la oscuridad. Incluso se aventuraron en un campamento de una noche en el bosque cercano, bajo un cielo estrellado que parecía demasiado vasto para sus preocupaciones.
Leo, el hermano menor de Ava, había sido una parte integral de esos días. Jack, con su paciencia inquebrantable y su habilidad para entender a Leo, se había ganado por completo al niño. Pasaron tardes enteras construyendo fortalezas de mantas, jugando videojuegos hasta altas horas de la noche y enseñándole a Leo trucos de cartas que Jack había aprendido de niño. Cada risa de Leo, cada mirada de admiración hacia Jack, grababa más profundo el dolor de la inminente despedida en el corazón de Ava.
El día del baile de graduación amaneció con una mezcla de emoción y melancolía. Al caer la tarde, un sonido inusual detuvo el corazón de Ava: el suave rugido de un motor y un impecable coche negro deteniéndose frente a su casa. Jack no venía en su motocicleta; había alquilado una limusina para ella.
Su madre no perdió el tiempo. La cámara de su celular ya estaba en modo ráfaga cuando Jack, impecablemente vestido con un traje oscuro que acentuaba sus ojos verdes, salió del coche para abrir la puerta. Su sonrisa nerviosa se transformó en pura admiración cuando Ava comenzó a bajar las escaleras.
Ahí estaba ella. El vestido dorado suave y brillante abrazaba sus curvas, con el corpiño de tirantes finos y la espalda abierta, creando una silueta elegante y sofisticada. Las pequeñas lentejuelas captaban la luz, haciendo que pareciera que cada uno de sus movimientos la envolviera en un aura dorada. Pero lo que más impactaba era su cabello: sus rizos castaños chinos, normalmente salvajes, habían sido realzados, creando una cascada exuberante y magnífica que enmarcaba su rostro, resaltando sus ojos color miel y sus labios con un toque de brillo. Jack se quedó totalmente embobado, olvidando por un momento dónde estaba o por qué había venido.
-Te ves... increíble, Ava- susurró, la voz un poco ronca, cosa que hizo sonrojar a Ava
La madre de Ava, ajena al momento íntimo, no dejaba de disparar fotos:
-"¡Una aquí, otra allá! ¡Jack, un brazo alrededor de ella! ¡Sonrían para la cámara!" -Incluso su padre, con una mirada severa que no ocultaba su orgullo, se acercó a Jack.
-"Más te vale que la traigas a casa a la hora, muchacho," -advirtió con una sonrisa tensa. Jack asintió, acostumbrado ya a las "amenazas" cariñosas de su suegro.
Finalmente, tras un sinfín de flashes y una despedida apresurada, Ava y Jack se deslizaron en la limusina, el lujoso interior ofreciendo un breve respiro antes de la locura del baile.
El gimnasio de la escuela había sido transformado. Luces tenues de colores vibrantes pulsaban al ritmo de la música, reflejándose en globos y serpentinas que colgaban del techo. Una pista de baile improvisada estaba llena de estudiantes con sus mejores galas, riendo, bailando y capturando cada momento con sus teléfonos. El aire estaba cargado de emoción, de la promesa de un futuro incierto y la despedida de una era. Era un baile de graduación como en las películas, ruidoso, alegre y lleno de una energía contagiosa.
No tardaron en encontrar a Gabriela y Gabriel, que ya estaban tomados de la mano, bailando sin preocuparse por el mañana. Habían anunciado oficialmente su relación hace unas semanas, decidiendo apostar por el amor a distancia, con Gabriela yéndose a Estados Unidos y Gabriel a Londres y París. Era una valiente decisión que Ava y Jack habían considerado, pero al final, habían elegido un camino diferente.
Los cuatro pasaron la noche juntos, riendo y creando los últimos recuerdos. Se tomaron fotos, sus sonrisas resplandecían bajo las luces. Bailaron hasta que les dolieron los pies, moviéndose al ritmo de las canciones que habían marcado su adolescencia. Bebieron jugos y refrescos, compartiendo chistes internos y la melancolía de saber que pronto todo esto sería solo un recuerdo.
Casi al final de la noche, cuando la multitud empezaba a dispersarse y la música bajaba de volumen, Jack tomó suavemente la mano de Ava. Con una mirada, la guio fuera del bullicio, hacia la relativa tranquilidad del jardín de la escuela. Las luces tenues de los faroles proyectaban sombras largas mientras caminaban por los senderos, el aroma de las flores nocturnas llenando el aire.
Se detuvieron bajo un viejo roble, lejos de las últimas risas y los murmullos de la fiesta. Jack se volvió hacia ella, sus ojos verdes profundos brillando con una intensidad que Ava nunca había visto. Tomó sus manos, las entrelazó con las suyas.
-Ava- comenzó, su voz grave y cargada de emoción- "estoy completa y perdidamente enamorado de ti. Te amo."
El corazón de Ava dio un vuelco doloroso. Las lágrimas se acumularon en sus ojos, pero la sonrisa que le dio fue sincera y llena de amor
-"Yo también te amo, Jack. Siempre serás mi primer amor- le aseguró, su voz temblorosa.
Entonces, se besaron. Fue un beso profundo, desesperado, lleno de todos los sentimientos que habían guardado en sus corazones: amor, tristeza, anhelo, y la amarga dulzura de la despedida. Era el fin de un capítulo, y el beso lo decía todo.
Cuando se separaron, con los alientos entrecortados y las lágrimas silenciosas rodando por las mejillas de Ava, ella lo miró con una determinación que sorprendió a Jack.
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Editado: 19.11.2025