Las señales de tu mirada

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Naaaa se asustaron jaja no esté no es el fin pero estamos cerca, por favor sigan disfrutando

Ava

10 años después

​El zumbido de la videollamada llenaba el pequeño departamento, que había comprado hace 5 años atras. Me había recostado en el sofá después de un largo día de planificación de clases, con el teléfono apoyado en la mesita de centro.

​—¡Y entonces me lo preguntó justo enfrente de la fuente! ¡Con gente aplaudiendo y todo! —la voz de Gabriela, mi mejor amiga, vibraba de emoción a través de la pantalla.

​—¡Ay, Gaby! ¡Qué maravilla! ¡No me lo puedo creer! —grité, incapaz de contener la felicidad. Había sido testigo de su historia de amor con Gabriel desde el principio. Eran la definición de una pareja perfecta.

​Gabriela se rió, mostrando el anillo. —La boda será aquí, en el pueblo, en unos meses. Queremos decírselo a nuestras familias en persona este fin de semana.

​Mi corazón dio un brinco. ¿Una boda? Me llené de una felicidad genuina por ellos, pero fue inevitable. Una punzada de melancolía se instaló en mi pecho, y la imagen de Jack apareció de repente, nítida y dolorosa, como una fotografía recién revelada.

Jack.

​¿Qué habría pasado si nosotros hubiéramos luchado con la misma tenacidad por nuestro futuro? Si no hubiéramos dejado que las ambiciones, los miedos y las distancias nos separaran.

​Me sacudí el pensamiento. Eran vidas pasadas. Mi vida ahora era la escuela.

​A la mañana siguiente, me sumergí en mi rutina. La jornada transcurría entre risas de niños y la satisfacción de ver sus ojos brillar al entender un nuevo concepto. Ser maestra me hacía feliz.

​Justo al mediodía, mientras revisaba unos trabajos, el teléfono vibró. Era mamá.

​—Ava, estamos en el hospital —dijo su voz con un tono que no me gustó nada. —Llama de urgencia al doctor. Leo se cayó en el trabajo. Ven de inmediato, por favor.

​El corazón se me cayó a los pies. Cancelé las clases de la tarde de inmediato y salí disparada, conduciendo hacia el hospital con una velocidad imprudente.

​Al llegar, la encontré en la sala de espera. Mamá y papá estaban tensos, pero con una calma forzada. Al poco tiempo, nos permitieron pasar. Leo estaba sentado en la camilla, y un médico le hacía unas revisiones.

​—¿Qué pasó, Leo? ¿Estás bien? —Le pregunté, acercándome de inmediato.

​Leo me miró con esos ojos brillantes y con una expresión de disculpa. Con el lenguaje de señas, me explicó: “Fue un pequeño malentendido con los chicos. Me empujaron sin querer y caí por las escaleras, pero estoy bien, de verdad”.

​Mi mandíbula se apretó. Malentendido. No era la primera vez. Sabía perfectamente que el talento de Leo y la atención que recibía por su excelente trabajo despertaban celos en algunos compañeros. Estaba furiosa por él.

​El médico terminó de examinarlo. —Afortunadamente, no fue grave. Solo algunos moretones, pero tendrá que tener más cuidado.

​Hizo una pausa y nos miró a todos. —Aprovechando que están aquí, quiero informarles sobre un nuevo avance. Hay un tratamiento que podría hacer que Leo vuelva a escuchar.

​La noticia nos golpeó como una ola. Papá se inclinó hacia adelante.

​—¿Qué posibilidades hay, doctor? —preguntó mi madre, con la voz quebrándose por la esperanza.

​—Son muy altas. Va a ser transferido un médico especialista desde los Estados Unidos. Viene muy recomendado, y le pasaremos el caso de Leo. El procedimiento es un implante coclear. Pero para la revisión inicial, Leo debe quedarse en cuidados intensivos.

​Mis padres se retiraron a un rincón de la sala para conversar sobre la noticia, con los ojos brillosos. Mientras hablaban de lo felices que serían de ver a su hijo recuperar la audición, mi estómago emitió un rugido tan fuerte que me hizo saltar.

​—Voy a la cafetería a comer algo —les dije, sintiendo el vacío del ayuno.

​En la cafetería, pedí una ensalada y un café, pero la comida pasó a un segundo plano. ¿Quién sería ese doctor? Un médico de Estados Unidos. Un especialista.

​Volví a pensar en Jack. Seguramente él ya se había convertido en un gran médico en alguna parte. Me pregunté cómo estaría. Lo extrañaba. Desde que terminamos, solo había tenido citas ocasionales, pero ningún noviazgo serio, nada que se comparara con la intensidad y la belleza de lo que tuvimos.

​Terminé de comer y regresé al piso de cuidados intensivos. Al entrar, vi a mis padres conversando con un hombre de espaldas. Era alto, musculoso, vestido con el uniforme de doctor.

Este debe ser el nuevo médico, pensé.

​Me acerqué para presentarme. Mientras daba unos pasos, el doctor se dio la vuelta.

​Me detuve en seco. Todo el aire desapareció de mis pulmones.

​Él estaba ahí. Más alto de lo que recordaba (aunque siempre fue 1.80m), con el traje de doctor dándole un aire de autoridad innegable. Pero lo que me dejó sin aliento fue el rostro: los ojos verdes profundos que me conocían mejor que nadie y una pequeña barba oscura que lo hacía ver increíblemente más maduro y guapo de lo que era a los diecisiete años.

​Me quedé en shock. Era Jack.

​Él me vio, y una sonrisa lenta y familiar se extendió por su rostro. Su mirada profunda me hizo sentir como si el tiempo se hubiera detenido.

​—Hola, Ava. Cuánto tiempo —dijo con una voz más gruesa, más profunda que la que recordaba. Una voz de hombre.

​El sonido de su voz, grave y resonante, hizo que todos los recuerdos volvieran de golpe: el olor a su chaqueta de cuero, la sensación de su mano en la mía, sus labios... Mi cara se puso roja, justo como la primera vez que hablamos.

​Él soltó una carcajada suave y profunda.




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